- El canto del Fénix
En su libro Modernidad líquida, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman establece la fluidez como metáfora regente de la etapa actual de la era moderna. El poder no radica ya en la concentración sino en la disolución; ya no en la acumulación sino en el desprendimiento; no más en el ahorro sino en la circulación e inversión; no en el atesoramiento sino en el compartir. La fluidez permite que el poder aumente y lo demás es mero anquilosamiento. Los reyes ya no viven fijos a su trono ni encerrados en un gran castillo fortificado.
Cambian las relaciones de los sistemas con los individuos, cambian las relaciones de los individuos; incluso los medios de comunicación resienten sus modelos cultivados desde el siglo XVI y enriquecidos sobre todo en XIX y XX frente a la inmediatez de quienes sin ser reporteros difunden noticias “en tiempo real” mediante sus teléfonos celulares.
Los fotógrafos profesionales se atan a un purismo necesario frente a la andanada de novatos que se sienten artistas con cámaras semiprofesionales o incluso teléfonos inteligentes de alta tecnología. Algunos conferencistas se alarman al comprobar cómo hoy cualquiera puede atreverse a pisar los terrenos de aquéllos sin más arma que la voluntad, aunque éstos carezcan de preparación en oratoria o dominio de estructuras temáticas. Algunos escritores se desconciertan al ver cómo varios atrevidos han derribado las mallas que circundaban al terreno sagrado e impoluto de la publicación e incluso éstos se atreven a distribuir sus textos plagados de errores sintácticos y ortográficos.
El dejar pasar y dejar hacer de los franceses es llevado a terrenos extremos ante esta contraposición de lo sólido y estancado frente a lo líquido y flexible. Los herederos del poder tradicional pueden escandalizarse ante esto que ellos considerarían caos y anarquía, pero que en realidad constituye un fenómeno en adaptación, una transición a un nuevo orden. El orden cultivado a través del tiempo se ve amenazado por esta libertad contemporánea que comenzó con la fluidez en los mercados financiero, laboral e inmobiliario.
“El poder de licuefacción se ha desplazado del ‘sistema’ a la ‘sociedad’, de la ‘política’ a las ‘políticas de vida’… o ha descendido del ‘macronivel’ al ‘micronivel’ de la cohabitación social”, insiste Bauman. En estos días puede entenderse como familia no sólo el papá, la mamá y los hijos, sino también dos papás o mamás homosexuales y sus hijos propios y/o adoptados, o una mamá soltera y sus hijos o un papá soltero que con sus hijos vive en casa del abuelo. La liberación toca también a las puertas de las leyes, con las peticiones de matrimonios entre personas del mismo sexo, la aprobación del aborto voluntario, la eutanasia o el consumo de la cannabis.
Se acabó la panóptica del poder: el ojo en el cielo, el Big Brother dominador de 1984 puede desplazarse por cualquier punto cardinal; puede emitir sus órdenes desde arriba, sobre la superficie terrestre o incluso debajo de ella.
Se da la emancipación, pero ya vimos en Egipto cómo se dio más virtual que surgida entre los actores de la realidad: la rebelión fue originada, convocada, alimentada y evaluada en las redes sociales de internet. Esa plataforma de lo no directo constituyó también un gran pivote en las dos campañas presidenciales -elección y reelección- de Barack Obama en el país más poderoso del orbe.
A la hora de distinguir entre libertad subjetiva y objetiva, cabe agregar una consideración: la ausencia de deseo, entendida en el budismo como Nirvana o estado de plenitud, en la filosofía católica franciscana como austeridad (“Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco”) y en el autor español Azorín como “ataraxia” (teoría desarrollada con más extensión en su novela Camino de perfección, escrita en 1903).
Para asumir la emancipación o liberación es preciso un acto de voluntad: el símbolo perfecto de esto es la historia del pecado de Adán y Eva como se expone tanto en el libro Génesis de la Biblia como en algunos textos antiguos apócrifos: de acuerdo con uno de éstos el árbol vedado por Dios tenía un nombre: “El árbol de la ciencia del bien y del mal”. Ciencia es entendida en el relato en su significado primigenio: “Scientia”, lo que se sabe (del verbo latino “Scire”: saber). Al comer del fruto de este árbol de lo que se sabe se podrá emitir un juicio y tomar una decisión.
Quizá por eso la Biblia pone en boca de la serpiente la frase “Seréis como dioses”; es decir, si el humano asume lo que sabe como brújula para su vida, el fruto será una decisión tomada con independencia o emancipación de deidad cualquiera. De hecho el humano será su propio dios. Cuando consume este fruto, la creatura (con “e”) deja de ser un menor de edad para su creador y rompe todo cordón umbilical. Por eso el texto judío dice que lo primero que sucedió cuando comieron del fruto fue que hombre y mujer se dieron cuenta de que estaban desnudos. Abrieron los ojos, entonces: realmente conocieron qué era bueno y qué malo.
La emancipación tiene un precio caro, y otro símbolo de ella está en el semidiós Prometeo, quien desafía a los dioses al bajar el fuego a los humanos. Como castigo por su osadía, Zeus lo condena a permanecer encadenado a una roca y soportar que cada mañana un cuervo baje a comerle el hígado, mismo que cada noche se regenerará. El griego Esquilo describe tal tormento en su tragedia Prometeo encadenado, en la que, a la manera del bíblico Job, el semidiós lamenta su realidad, la que obtuvo por su decisión.
Respecto a la teoría crítica en la sociedad, pronunciada generalmente contra el totalitarismo, ella no avanzó más. Al inicio del siglo XX quedó calcado el gran temor de nuestros ancestros, ese Gran Hermano profetizado por Orwell, y cien años después, quizá antes, fue desbancado por un monstruo peor, el del olvido y reciclaje. Hay libertad pero ¿para qué?
Los intereses individuales pueden tornarse parámetros del espacio público. Ello también puede explicar la apatía de muchos en cuanto a los problemas de pocos. Los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014 pueden no preocuparme en tanto no desaparezcan jóvenes en mi entidad federativa, mi municipio, mi cuadra o mi casa. El robo a la casa de mi vecino podrá no interesarme hasta el momento en que también suceda un robo a mi domicilio. El individuo, entonces, sí puede anular al ciudadano, al actor en la sociedad.
Reza un cliché que “Lo único permanente es el cambio”. Esto es tan cierto como que en los últimos ochenta años hemos avanzado más que en los últimos ocho siglos. El avance es exponencial y no deja de sorprender sobre todo a quienes hemos vivido no tanto los muchos progresos sino las transiciones, muchas más que aquéllos. ■