Hemos afirmado que la crisis de la UAZ tiene su origen en el ámbito de la conducción institucional. Los órganos colegiados dejaron de funcionar, la burocracia se olvidó del proyecto propio y permaneció en funciones impulsada solamente por los altos salarios. La consecuencia de esta situación fue la parálisis que confunde pedir con gestionar, y por ello sobreviene necesariamente la emergencia financiera que hoy vivimos.
Pues bien, justo por ello, el origen de la solución es plantear un esquema de organización institucional que regrese la funcionalidad a la Universidad. ¿Qué tipo de Reforma Institucional hace falta para que la sangre circule y vuelva la vida al alma mater de los zacatecanos? Requerimos que la misma cabeza de la conducción institucional esté formada por una estructura de corresponsabilidad que haga posible que todo mundo se sienta parte del manejo y dirección que toman las decisiones que resolverán los graves problemas de la misma. La corresponsabilidad trae como efecto la unidad, la exclusión fragmenta. Ahora mismo se necesita de una amplia unificación entre los universitarios y no sólo: la unidad deberá darse con los sectores sociales. Sólo en esa medida la UAZ tendrá no solamente las ideas para configurar la salida de la crisis, sino la fuerza social para hacerlo realmente. Pero sabemos que una institución educativa es plural por definición. Así las cosas, la unidad de esa pluralidad tienen una condición: el gobierno corresponsable.
Si juntamos un evento de Reforma Académica que ponga las banderas y metas de la institución; y estas banderas las enarbolan todos los colectivos de universitarios a través de una estructura de mando compartida, el éxito será destino. Pero si un grupo se apropia de la conducción bajo el argumento que tiene mayoría, quedará atrapado en la crisis que hoy se vive. Ahora mismo la política interna en la UAZ no debe ser visto como un mero cálculo aritmético (aunque sin duda tenga su función operativa). En otras palabras, los universitarios tienen ante sí el reto de no ser igual a la clase política mexicana. Marcar esa diferencia será vital para sacar a la universidad del pozo. Los griegos le dicen “phrónesis” a esa sabiduría práctica, y que los latinos tradujeron por “prudencia”: la política es un tipo de saber-hacer en la acción colectiva; y la Universidad pende de que se le conduzca con sabiduría. Y como ahora mismo la sabiduría es opuesta a la tradición, la respuesta está en la innovación. La tradición política en México está empapada del presidencialismo que se reproduce en microespacios de conducción social. Y recordemos que el presidencialismo es una herencia de la monarquía del siglo XVIII, sólo que convertida en temporal. Es decir, los presidentes, gobernadores, alcaldes, o rectores, se asumen como micro-monarcas temporales que todo lo mandan. Es una de las causas del permanente fracaso de la política mexicana: el mando centrado en una persona es ineficaz, insuficiente y necesariamente errado. Los problemas son complejos y rebasan con mucho las posibilidades de respuesta de una sola cabeza.
¿Qué forma debe tener la organización del mando y conducción de la UAZ, para ser efectiva? Pues creo que las reflexiones de Diego Valadés nos pueden dar luces: el gobierno de gabinete. El conjunto de los responsables de las diferentes áreas de conducción se conforma en gabinete, y este se asume como un órgano formalmente establecido para constituir el mando rectoral. Es decir, para las decisiones de operación más importantes se apuesta a una rectoría colegiada. Además, este órgano depende del Consejo Universitario para aprobar y ratificar a los perfiles que asumen las instancias de las áreas de conducción. Y cada funcionario miembro del gabinete le debe dar cuentas no sólo al rector en funciones, sino al Consejo Universitario. Es acceder a un esquema semi-parlamentario al interior de la UAZ. Este esquema obliga a incrementar la deliberación de las decisiones (justo lo que hoy no existe), y a asumir la corresponsabilidad de las mismas. Hay un doble control democrático de la conducción institucional: del Consejo a la rectoría, y de la comunidad universitaria hacía el Consejo. Y al mismo tiempo, las decisiones más significativas no son responsabilidad de una sola persona. En suma, si se logra un congreso de reforma ampliamente participativo que renueve el modelo académico de la UAZ, una rectoría de gabinete que implemente el mandato de dicho congreso, y órganos de planeación que den cabida a los actores sociales, habremos sentado las bases de organización institucional para la solución y el éxito de la próxima administración universitaria. Ahora mismo los grupos que luchan por la rectoría tienen una responsabilidad histórica. Si se vencen a convertir a la Universidad en caja de reproducción de la lucha política por la gubernatura, o les gana el sentido de control, o el mero cálculo aritmético, llevarán al fracaso a tan importante institución. Pero si logran superar estos riesgos y actuar con prudencia (sabiduría práctica), estarán en los anales positivos de la historia de la UAZ. ■