Autores así terminan por ser mis preferidos. Por el tamaño y la precisión de su prosa. Y sí, ya sé, me van a decir que nos llega la traducción y que cualquier texto siempre pierde mucho en el viaje que se hace de una lengua a otra. Sin embargo, me parece que el trabajo de María Vútova y de César Sánchez es demasiado limpio, comprensible, resuelve muy bien los huecos que seguramente supone trasladar las complicaciones lingüísticas de un idioma a otro. Mención aparte merece la editorial española Fulgencio Pimentel, la cual apenas descubrí con la traducción de “Las tempestálidas” (Fulgencio Pimentel, 2022) de Gueorgui Gospodínov, para enterarme que tienen un catálogo de autores muy completo que ustedes pueden consultar directamente aquí: www.fulgenciopimentel.com y establecer contacto con ellos, o bien adquirir sus propuestas en cualquiera de las librerías.
Enfrentarse a un texto literario y a una propuesta como la de “Las Tempestálidas” es, como el mismo autor lo propone desde la primera página, inmiscuirse en una increíble aventura donde no sólo jugaremos (no sé si sea la palabra adecuada) con la memoria y con el tiempo, sino con las décadas y lo significativo históricamente de cada una de ellas, al menos de las que se han elegido por un personaje tan quijotesco como lo es Gaustín, a quien en un primer cuadro encontramos junto con un “menesteroso adornado con el bigote de García Márquez vendía periódicos bajo el sol madrugador de marzo”.
En un primer momento, en “Las Tempestálidas” todo está por ocurrir una vez que Gueorgui Gospodínov ha dispuesto de hechos increíbles para construir los siguientes planos de su muy bien cimentada propuesta narrativa: computar el tiempo el 22 de octubre del 4004 a. de C. A partir de esta gran noticia, que el autor se encarga de sustentar muy bien para darle la estructura verosímil que funcione con el engranaje de la novela, todos los hechos se desarrollan.
Lo que viene a continuación corre a cargo de un misterioso e inolvidable personaje: Gaustín (aunque, como lo señala el narrador, “él mismo usaba este nombre como gorro de invisibilidad”), quien en realidad no se sabe si es un doble narrativo del mismo autor, en esa paridad de voz hipertextual que en ocasiones se llega a mezclar y que confunde de muy buena manera al lector, quien decide construir, tras encuentros y desencuentros epistolares, donde no faltan las primeras reminiscencias (la novela está cimentada en un gran flashback) que preparan al lector para la gran avalancha que viene a continuación, con la voz que nos narra la historia (una confusa primera persona), y valiéndose de una de sus tantas profesiones: la de psiquiatra gerontólogo, una clínica especialista donde se ubiquen, con una cuidadosa y detallada selección, las décadas (y también se nos proporciona las razones históricas y sociales) de por qué son precisamente esas décadas que así sean dispuestas para que los pacientes en turno (enfermos, sobre todo, de Alzheimer) puedan “habitar” y “revivir” la que mejor les convenga y de esta manera volver en el tiempo y vivir en el que acaso fueron felices.
¿Les suena a toda una locura? Lo es, si alguien llega y se los cuenta sin duda lo es; si lo leen ahora mismo y se detienen un momento y lo piensan, lo es, claro que lo es, y he aquí la gran maestría como novelista de Gueorgui Gospodínov, un autor que yo no veo tan lejos del Nobel de Literatura dentro de unos cuantos años (y que incluso tuve oportunidad de preguntarle por el reconocimiento, su opinión, en una entrevista que espero dar a conocer pronto).
No obstante, tras de todo este primer andamiaje hay toda una estructura discursiva que vuelve a la historia primigenia real, es decir, que cuando arrancamos con la noción de la clínica que se piensa instalar, tal vez nos parezca una locura, pero conforme avanzamos por los pasillos y recovecos de la novela, poco a poco se nos convence de que efectivamente puede ser posible, que los dos locos un tanto excéntricos con los iniciamos quizás no están tan equivocados en sus aspiraciones y es así que se nos convence de entrar en el mundo que nos plantea “Las Tempestálidas”.
Ahora bien, mucho de lo que realmente ocurre en la prosa de Gospodínov, de quien ya tengo sus otras dos novelas traducidas al español, su tan celebrada “Física de la tristeza” (Fulgencio Pimentel, 2012) y “Novela natural” (Fulgencio Pimentel, 1999), gracias a la editorial Fulgencio Pimentel, a quien debemos que dé a conocer su obra al mundo hispano, y a quien le pediríamos nos diese a conocer los más de diez libros que faltan por traducir de Gospodínov, entre los que hay de poesía (ya quiero leerlos), teatro, relatos, ensayos y hasta un guion para un cortometraje dirigido por N. Koseva, lo que realmente debe descubrir el lector avezado está atrás de lo que dicho, de lo escrito. Gospodínov es, por así decirlo, un mago en el arte del encubrimiento con las palabras, tras de ellas oculta el verdadero significado de lo que nos quiere dan a entender, así sea a través de sus personajes tan entrañables y enigmáticos, así sea a través de sus historias enraizadas en una oscuridad que siempre encuentran la luz al final de una caverna.
Gospodínov escribe poesía, pero también escribe prosa y sabe hacer una perfecta mezcla de los dos géneros para construir sus edificaciones textuales. Es así como, en “Las Tempestálidas” incluso es capaz de recorrer una buena parte de la historia de algunos de los países más importantes de Europa, así sea a través de instantáneas, sin olvidar la sombría presencia del socialismo que a él le tocó vivir.
Estamos, sin duda, frente a un novelista de muy altos vuelos que aún tiene mucho que dar y que seguirá dando de qué hablar, esperamos, como ya hemos señalado, que sus trabajos lleguen pronto al mercado hispano, y que los que ya hay se lean con mucho entusiasmo.
Muchas gracias por su reseña! Está por publicarse en México una pieza teatral de Gospodinov. ¿Qué le ha parecido la traducción del título «Tempestalidas»?