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lunes, 12 mayo, 2025
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Desaparecidos, pero no olvidados

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

«Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino”.

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Con esas palabras Juan Gelman se dirigía a la nieta que no conocía, arrancada de los brazos de la nuera del escritor cuando tenía días de nacida, por las fuerzas armadas argentinas que llegaran al poder en aquel país en marzo de 1976, dando inicio así a una dictadura en la que desaparecieron treinta mil personas.

En aquellos años, cientos de jóvenes embarazadas fueron llevadas a los centros de detención clandestinos donde las torturaron y asesinaron. Los niños nacidos de aquellos vientres fueron abandonados, vendidos o criados por familias cercanas a la dictadura casi siempre, unos más dados en adopción a otras personas.

Desde entonces los familiares de estos niños y sus padres no se han cansado de buscarlos, a través de organizaciones como Abuelas de la plaza de mayo, que ha encontrado a 114 nietos. En esta labor Estela de Carlotto ha sido fundamental; de los 83 años que hoy la acompañan casi cuarenta los pasó buscando esos nietos, y hace apenas unas semanas la vida la premió regresándole al suyo: Guido, músico de 36 años que se comunicó a la organización por dudas sobre su identidad, y a quienes sus padres adoptivos llamaron Ignacio Hurban.

Además de la inmensa alegría que contagian hoy Estela y Guido, y que antes ya vimos en Juan Gelman y su nieta Macarena, con sus años de luchalas abuelas de la plaza de mayo han dejado claro que sin justicia no hay perdón posible, porque sólo se puede perdonar el pasado y no lo que sigue cometiéndose. Porque la desaparición de un hijo o un nieto es un crimen continuado, presente, vigente.

La noticia de la aparición de Guido llegó a México como una alegría lejana, como realidad ajena, como si no hubiera entre nuestros compatriotas cientos de casos similares, de padres que buscan a sus hijos, de abuelos que buscan a sus nietos, de miles de huérfanos cuyo destino quedó a la deriva.

Si bien nuestra circunstancia fue distinta, los años de la guerra sucia dejó también desaparecidos en México, cerca de 600 según el Comité Eureka. La cifra que nos aterró durante años hoy parece casi nada comparados con los 26,121 desaparecidos que dejó el sexenio de Felipe Calderón según el cálculo de la Secretaría de Gobernación de este gobierno en 2012, y que ahora de forma inverosímil pretende reducir a 13 mil.

No faltará quien se excuse argumentando que en muchos casos hay más relación con el crimen organizado que con operaciones del régimen. Pero el juicio de un gobierno no puede basarse solamente en sus acciones, sino también en sus omisiones, y si bien no pudieron evitarlas, cuando menos tendrían que haberlas aclarado.

Tampoco podría validarse ese argumento en un país en el que decir “andaba en malos pasos” es el aviso de la renuncia de las autoridades a su obligación de investigar todo acto delictivo, provenga de donde provenga y sea contra quien sea.

Mientras expedientes de desaparecidos se acumularon, paralelamente se amontonaron cadáveres en fosas comunes de las que sólo se tiene noticia cuando no hay más remedio que informar de ellas, y en las que se minimiza en lo posible el número de cuerpos encontrados, y se procura que el tema sea cosa del pasado.

Con estas medidas que procuran cuidar famas políticas se cancela la posibilidad de miles de familias de encontrar aunque sea en la muerte, cuando menos el consuelo de la certidumbre de saber qué fue de su ser querido.

Abrumada por los golpes a la economía cada vez más cotidianos, por el vertiginoso ritmo con el que nos imponen reformas que terminan una tras otra, con pedacitos del estado de bienestar, la opinión pública ha dejado el tema de los desaparecidos como si fuera cosa del pasado, como si el cambio de colores pudiera garantizar la vuelta a la página.

Si lo hacemos, nos instalaremos en la mediocridad de la resignación y nunca podremos aspirar a la alegría que hoy inunda a Guido y a Estela y por la que mucho tiempo a personas como ellos los llamaron locos.

“Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria”: Eduardo Galeano. ■

 

@luciamedinas

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