¿La democracia es el motor de desarrollo? Si el concepto de desarrollo se reduce a crecimiento económico, y el de crecimiento económico se reduce a incremento en el Producto Interno Bruto (PIB), efectivamente, en occidente hay una coincidencia entre crecimiento económico y democracia. Pero eso sería tan solo una coincidencia porque el crecimiento económico se da en mayor proporción en varios países tipificados como antidemocráticos. El mejor ejemplo sin duda es China, cuyo PIB aumentó 7.8% en el 2022, siendo el país con mayor crecimiento económico en el mundo; mientras que el PIB de Estados Unidos y Japón creció 2.2%; el de Canadá, 1.9%; el de Alemania, 0.9%; Suiza, 0.8%; Luxemburgo, 0.2%; Francia, 0.1%…
Aparte de China hay otros contraejemplos que muestran que los regímenes democráticos no son garantía ni sinónimo de crecimiento. Varios países con regímenes autocráticos del Medio Oriente tienen un crecimiento mayor que el llamado mundo occidental. En el 2022, el PIB de Kuwait y Qatar aumentó 6%; el de Arabia Saudita, el 6%, y el de Emiratos Árabes, 4%. Y países tipificados como dictatoriales también rompen el estándar, tal es el caso Bielorrusia, cuyo PIB creció 4.3%, y el de Rusia, cuyo PIB aumentó 3.7%. Incluso en México, al que la oposición cataloga como un régimen dictatorial, el PIB aumentó 3.8%.
Esto rompe la tesis de que para que haya desarrollo hay que ser democrático (sic).
Si la democracia se reduce al hecho de celebrar elecciones, la mayoría de los países son democráticos, incluidos China, donde el Congreso del Partido comunista está integrado por delegados que son nombrados en las regiones, y Rusia, donde hay elecciones, a pesar de que se señalen de fraudulentas. Solo en los principados no hay elecciones y el poder se hereda y parece que nadie protesta por ello. Pero la consigna mediática es que todo esto hay que ignorarlo. El mundo debe verse como partido en dos.
¿Para que la democracia entonces? Para ser más participativos en el rumbo de un país, para que haya canales de expresión, para que haya posibilidad de disentir y denunciar, y para jugar a la democracia, porque el ser participativo no necesariamente asegura ser certero. Pero, además, en ninguna parte del mundo las democracias son directas o absolutas; la política no se ejerce por el pueblo y para el pueblo. La democracia que se ejerce, desde aquí hasta China, es representativa, se reduce a la elección de intermediarios que, teóricamente, se encargan de implementar la política – jefes de estado, presidentes, primeros ministros, diputados, senadores, … Por tanto, las decisiones se vuelven complejas y, en los hechos, la política es resultado de la correlación de fuerzas del momento.
En el mundo, desgraciadamente, las democracias no tienen posibilidades ni facultades para resolver el problema de las desigualdades y tal vez ni el propósito. Indudablemente, hay más riqueza en el mundo que en el siglo XX, el número de multimillonarios se multiplica cada día, las inversiones mundiales y la actividad de las bolsas de valores no deja de crecer… Sin embargo, las desigualdades y la estratificación económica entre países, y entre los ciudadanos de cada país, se profundiza. Y esto, lo que refleja, es una gran contradicción de la política económica en la economía de mercado. Y si la democracia se promueve como el distintivo del mundo “civilizado” u occidental, y si en los hechos la democracia no resuelve problemas cruciales, entonces, por qué apostar tanto a la democracia. Parte de la respuesta es que la democracia es un modus vivendum. Hay demasiada gente en el supuesto ejercicio de la democracia, y esto ya es histórico. Ciertamente, a falta de empleos, mucha gente se refugia en la política y como consecuencia, la democracia es muy cara y no es nada eficiente.
Este es un problema reconocido por el actual gobierno, que ha intentado enmendar, con la Iniciativa de Reforma Electoral, misma que no se aprobó por falta de mayoría calificada. Pero, indiscutiblemente, es un hecho que son excesivos el número de diputados federales y estatales y hay multiplicidades de representaciones. Los puestos de representación proporcional son espacios creados, no para ampliar la democracia, sino para refugio de políticos, que brincan del de un espacio a otro, viviendo eternamente de la política, sin demostrar que son necesarios, mucho menos determinantes. Así, la política y los procesos electorales cuestan muy caros, y adicionalmente, viendo los circos que arman muchas de “las máximas figuras políticas” en las cámaras, se demuestra que la política del país no es de muy alta calidad y no es algo que nos pueda enorgullecer.
Particularmente, la oposición actual está desdibujada, no se representa a sí misma, no representa la línea histórica de sus partidos, no juega un papel propositivo, solo juega un papel grotescamente contestatario que se reduce a frenar toda iniciativa que provenga del gobierno.
Volvemos a la pregunta inicial: ¿La democracia es motor de desarrollo?, ¿de cuál desarrollo?, ¿económico, político y social? Los cambios que se han dado en México no han emergido de la clase política, en el mejor de los casos, han sido abrigados por una mayoría relativa, pero no han emergido de ella; han emergido de la visión e iniciativas presidenciales, de su visión de estado. Esto refuerza la tesis de la necesidad de pensadores y estadistas.
Y si en el mundo, con sus democracias y diferentes tipos de regímenes, no tienen posibilidades ni facultades ni intenciones para resolver problemas cruciales, como las desigualdades o los cambios climáticos, entonces ¿cómo resolverlos?
La respuesta que pocos promueven es configurando un nuevo orden económico mundial. Y en eso deberían de concentrarse las mejores mentes del mundo, porque, en efecto, el foco no se descubrió tratando de mejora la vela, sino buscando una innovación, y eso es lo que necesita la humanidad.