Hemos corrido con suerte. Las campañas electorales no se prolongaron todavía más. Nuevamente, el sosiego es visible en nuestro horizonte visual y en las sensaciones auditivas. Estamos a un tris de olvidar las semanas de infamia, donde los diversos candidatos aparecieron en nuestros hogares mediante la señal de la televisión, o en incómodas visitas, donde estrecharon con simulada efusión nuestras manos, nos dejaron un montón de papelería inútil y pretendieron depositar en nuestras mentes la resonancia de sus frases de mal agüero.
Ya no se distinguen en las calles de nuestras colonias los autos que repetían, a gran volumen y hasta la náusea, los jingles y las voces de los pretendientes a los diversos puestos políticos. Ventura divina: ahora estamos en condiciones de llevar nuestras vidas más o menos a modo, sin tener que responder a los encuestadores cuál es la definición de nuestras simpatías políticas.
Bueno, eso creía uno, hasta que la voz de los vencedores volvió a irrumpir en los canales disponibles, para extendernos un Gracias. O para protestar por un fraude electoral en un distrito. O, los que se consideran más listos y avispados, para ganar ventaja con los ardides más complejos que les garanticen presencia en los medios, para así seguir ametrallando, sin misericordia, a la gente.
De inmediato apareció un político de maneras autosuficientes, con sus lentes de pasta y rostro afeitado y limpio. ¡Recórcholis Batman, se parece a Clark Kent! En él no se observan las cicatrices que deja el trabajo rudo; siempre oloroso a fresca lavanda, saluda con sus manos blancas y finas como las de una princesa. Se nota que, aunque él afirme lo contrario en sus entrevistas periodísticas más nostálgicas, nunca ha laborado más allá de las horas de escritorio o del tiempo necesario para fusilar al más desprevenido con sus frases habituales.
En sí, es un personaje que no enseña ademanes ásperos, su voz denuncia un vibrato inestable y no logra la tensión dramática que pretende pero, mirando a la cámara o frente al micrófono, no olvida recordarnos que detrás de esa apariencia de hombre de a pie, se encuentra un talento político con pesados argumentos colgados en el Arco del Triunfo, un genio de la prospección, un organizador nato, el visionario que todo mundo espera desde el evento aquél en que fue declarado, por la tribu Illuminati, futuro líder de la humanidad.
En el alba de su último triunfo y sin haber tomado aún posesión, sacó un pequeño escritorio y una silla para, dijo a la prensa, atender las quejas de sus futuros gobernados. Puro anzuelo de imagen. Quizá deseó acordarse de tiempos pasados, cuando también inició otra gestión de gobierno con una seguidilla de acciones de impacto mediático y, entre ellas, consumió varios días hasta la madrugada, a decir de él y sus incondicionales para escuchar de viva voz la problemática del pueblo.
Y no pasó nada. Afirma que escuchó a decenas, a cientos, a miles de gentes. Pero no pasó nada. En el espacio de un estado de la Federación reconocido por su atraso, la política redundante de su gobernador sólo dejó obras de jactancia, autorizó a muchas franquicias para vender fruslerías en la extensión del territorio, se hizo de la vista gorda ante las concesiones mineras extranjeras, los índices de vida de la región no mitigaron su estrepitosa caída, la agricultura no manifestó sus potencialidades y la educación, como es obvio, no dio un salto cualitativo. Todo esto amén de que en el terreno de la cultura sólo autorizó programaciones de costo insultante, porque su propia intimidad era ajena al buen gusto, al arte, la música y las letras.
El personaje in comento vuelve a las andadas, con los mismos procedimientos pero con clientela diferente. No hay nada nuevo bajo el sol. Estos primeros tres días del Gran Triunfador, podrían consignarse como las cabañuelas de un político que tira muchas netas, pero que está poco interesado en observar el lado práctico y social de las cosas.
Esto, como es evidente, suena mal. Y es que en su nuevo discurso de triunfador, nuestro personaje olvidó la herramienta de la discreción, pero por una extraña razón nos impide evaluar el nudo de su programa. Seguramente, a cambio del razonamiento humilde o de la siempre necesaria claridad, nos regalará algo de su perspicacia, con todo y sombreros charros y harto tamborazo. Tomado el foro, que viva el barroco y el buen mezcal.
En estos tres primeros días ya nos advirtió que ni pensar siquiera en que se quedará tres años en su nuevo puesto. Ahí se ven. La calidad de su futuro no es para gastarlo en triquiñuelas de congales y proxenetas, cerrando narcotienditas o persiguiendo a vendedores de grapas, cerrando antros y casas de citas. Su destino no es perseguir a extorsionadores, evasores, atracadores, malandrines, violadores, granujas, pillos, bribones, policías salteadores, manifestantes incómodos, desarrolladores fraudulentos.
En estos tres primeros días nos dijo que llevará la fiesta en paz. Nada de enfrentamientos con los dueños temporales del gran salón donde se efectúa, justamente, esa fiesta. Su intención civilizada no se une al deseo conspirativo o al afán vengador de algunos de sus correligionarios. Toca madera. Lo dijo con volumen elevado, para ser escuchado por su patrón.
En estos primeros tres días ya nos instruyó con aquello de que va a ser el futuro dueño temporal del gran salón de fiestas y que arreglará los problemas que arrastra la zona más caliente de la capital del país, porque pondrá toda su experiencia en poner en su lugar a los corruptos. Ya veremos.
Valdrá la pena estar atentos al proceso de gobierno de este futuro líder mundial. Por lo pronto, conviene recordarle que los habitantes del barrio de Tepito o de la Romita no son aficionados a escuchar sinfonías discursivas. Que los de la Buenos Aires lo esperan con los brazos abiertos. Que los de la Atlampa quieren conocerlo e intimar con él. Bon apetit. ■