Zacatecas: la súbita venganza enloquecida
Los ricos gobernaron muchos años, con el método del terror, del asesinato y de la represión brutal y para ello se rodearon de bestias humanas, de sangrientos carniceros, de malditos verdugos, de enfermos mentales peligrosos y asesinos dementes, el más prominente de ellos, llegará al poder con el fraude, la compra de conciencias: El resto, ya es historia conocida.
En el tren de los delirios nuestra patria chica se dirige a la ciudad de la locura, ¿Es acaso el dulce chingadazo de la democracia norteña regia lo que hace falta para ver sonreír a todos en un panorama nuevo en que no falte medicinas, no se les cobre a los enfermos, no exista inseguridad ni la tortura en los separos judiciales, ni desempleo, ni la tan perseguida corrupción de los políticos todos?
El gobierno de Don Francisco García Salinas, de grata memoria en el regazo de las generaciones, inició con el pie derecho en 1828 al decretar de inmediato acciones que restablecieran el estado de derecho y le dieran al pueblo el reparto agrario, educación gratuita, desayunos escolares, combate efectivo y expedito a la corrupción y por ello y por mucho fue considerado el mejor gobernante de México.
Y fue uno de esos zacatecanos que se recuerdan por lo benéfico para todos, fue minero, maestro, regidor, diputado, funcionario federal, militar y agrarista, fundó hospitales, bibliotecas, escuelas, claro que era su obligación y lo hizo con orgullo y a sabiendas de que sus acciones dejarían huella en muchas generaciones que intentaron reconstruir a la patria chica, fuera de invasiones, saqueos y malos ejemplos que aún persisten.
Fallecido a los 57 años la tarde del 2 de diciembre de 1841, víctima de una afección pulmonar, la consternación popular alcanzó los límites de las grandes melancolías nacionales por uno de sus hijos, pues Tata Pachito, como se le reconocía popularmente, tenía la clave cinco en la numerología: personas inquietas que necesitaban cambio, mucho viaje y movimiento, era fuerte en el sexo, (tuvo 7 hijos, dos esposas) era pacificador natural, tenía tacto y diplomacia, intervenía para solucionar conflictos ajenos, era capaz de pedir para otros ante que para sí mismo.
Prefería trabajar con las mayorías antes que sentir “que las dirigía”, le encantaba la música, las artes escénicas, el circo, las tertulias y las verbenas populares, tenía buena voz, era experto en la estadística y en las tareas pormenorizadas, era analista de cualquier cosa que atañera a la salud de los zacatecanos, a tal grado que logro vacunar a más de 40 mil niños contra la viruela, horrorizado por la entonces recién epidemia que mató a 12 mil de sus paisanos empobrecidos.
El singular gobernante zacatecano tuvo pues una agenda en la que tuvo que aprender a defender sus propios derechos pues ante tanta bondad y reacia compostura, los demás querían aprovecharse y deseaban someterlo, sacando la garra del espíritu emprendedor del zacatecano común y logrando la fundación efectiva de instituciones que siguen dando de qué hablar en los episodios novedosos.
A su muerte la concurrencia de la ciudad se volcó como nunca antes, miles en las calles llorando y lanzado vivas y flores, luto en escuelas y oficinas, en los hogares todos como señal de duelo y hasta en los comercios y en los rastros, como indicación de respeto y admiración fecunda.
Luego vendrían los re-inventores de la locura en los lugares equivocados en que el desfalco de las arcas públicas se volvió religión, la amenaza como guardaespaldas de la ignominia y el cinismo a ultranza para decirles en sus rostros a todos que se les gobernaba con la fuerza o la mentira, con el chantaje o el odio personal, sin el amorío de la patria chica en una nueva aventura que le diera la certeza de que se hizo lo correcto, fuera del crimen, avanzando en la construcción de una nueva alborada y consientes todos de que las súbitas venganzas enloquecidas quedaran desterradas para siempre del suelo zacatecano. Y no. Y sí. ■