A partir del ingreso de la UAZ al ISSSTE, en 1991-1992, el pago de las cuotas de seguridad social se ha vuelto un tema axial de la discusión entre los universitarios preocupados por la Universidad y sus posibilidades. Hubo el rumor de que el ingreso al ISSSTE incluía el pago de las cuotas por parte de Gobierno del Estado, pero si se acordó algo así debió haber sido un flatus vocis porque nadie pagó esas cuotas de seguridad social, ni la UAZ. Ni las pagaba ni las retenía, situación que se normalizó el año 2002, fecha en que se comenzó a retener del salario de los docentes lo que correspondía a la cuota obrera. Pero más que una retención que se pagase al ISSSTE, para las administraciones universitarias la retención de la cuota significó una fuente más de ingresos de los que se podía disponer a voluntad del rector. Todo esto es historia conocida, una lamentable historia del autoritarismo en la Universidad, y resultaría irrelevante si no fuese porque es el tema central entre los grupos políticos universitarios. Y en gran medida esto es una buena excusa para que esos grupos, y sus líderes, no entren en las discusiones de fondo que competen a la Universidad: la investigación, la docencia y la extensión, definidas como funciones sustantivas. La última discusión sobre lo que los universitarios quieren de la investigación tuvo lugar en el Congreso Integral de Reforma de 1998-1999, y quedó explícito en los resolutivos de dicho congreso. Documentos que sin duda han envejecido, pero en los que ya desde entonces se mostraba honda preocupación por el desorden, la dispersión y la debilidad de la investigación en la UAZ. Debilidad que se consideraba resultaba de la ausencia de políticas centrales de investigación, de la inexistencia de equipos consolidados de investigadores y de la falta de claridad respecto a lo que debería investigarse, entre otras cosas. La investigación consistía en esfuerzos aislados, resultado de proyectos individuales hechos en el tiempo libre, que la administración central admiraba de palabra, pero que poco apoyaba. Cambiar esa situación implicaba la existencia y legitimación de investigadores de tiempo completo adscritos a posgrados e inmersos en líneas institucionales de investigación adecuadamente estimulados mediante programas de estímulos y facilidades para mantenerse en el SNI. De hecho se puede leer en los Resolutivos del Congreso General de Reforma lo siguiente: “…los programas de estímulos deben ser medio para garantizar la calidad, sin convertirse en un fin meramente personal”. El fin de los programas de estímulos debería consistir en propiciar el ingreso de los investigadores al SNI, pero quince años después de estos resolutivos uno puede notar en las listas de estímulos, en altos niveles, a gente que no ha estado nunca, ni estará, en el SNI, lo que indica que muchas de las críticas dirigidas contra el programa de estímulos siguen vigentes. También se estableció en los resolutivos referidos que prioritariamente debería fortalecerse el crecimiento de los posgrados y las licenciaturas. Los datos que ofrece la rectoría al respecto son contundentes, mientras que en el nivel licenciatura la matrícula pasó de 10,641 a 19,400 alumnos y en el nivel medio superior pasó de 6417 a 10085 alumnos en los años de 2000 a 2013, el posgrado creció de 826 en 2000 hasta su máximo de 1423 en 2007, para empezar a decaer de 2007 a 2013, quedando en 1053. Esto muestra que las políticas institucionales para el crecimiento del posgrado lo han despoblado: hay más posgrados pero con menor matrícula. Si asumimos que es en el posgrado donde se realiza la investigación, o la mayoría de la investigación, debemos concluir que la auténtica política universitaria hacia la investigación es el desdén. Para ser más específicos –según datos de la Unidad de Planeación de la UAZ recopilados en el Informe de la Comisión Especial de Información-, entre 2002 y 2013 el número total de miembros del SNI pasó de 47 a 152, mientras que no cuentan con SNI un total de 271 doctores. Dos áreas son las que concentran el 74% de los miembros del SNI: Ciencias Básicas y Humanidades y Educación, pero entre estas dos áreas apenas concentran el 10.4% de la matrícula del nivel superior. Esto muestra que, de nuevo, no se logró el objetivo, si acaso alguna vez se tomó en serio, de volver la investigación un eje fundamental de la Universidad, porque donde se concentra la investigación es donde menos alumnos hay, mientras que donde no se realiza investigación es en donde más alumnos existen. Así que la investigación sigue sin impacto sistemático en las aulas.
Lo anterior es apenas un indicador de una catástrofe que está latente bajo la pantalla de la situación financiera de la Universidad. Muchos líderes quieren creer que todo está bien, y que basta resolver los problemas administrativos para que la Universidad prospere. Lamentablemente considerar que las cosas son muy sencillas, y que basta la voluntad de gestionar y los contactos en las altas esferas gubernamentales para que todo se resuelva, es claudicar ante la necesidad de interpretar nuestra circunstancia. Líderes de esa calaña ya no son requeridos. ■