La decisión más grande, dijo alguna vez un pensador, es la de optar por la vida. De hecho nuestra libertad llega tan amplia que en cualquier día cualquier persona puede renunciar a seguir viviendo y cometer suicidio.
La criatura humana nace, sale del vientre, y comienza a aferrarse a la vida mediante bocanadas. El primer golpe que recibe, golpe literal, tiene como objetivo impulsarlo a estrenar sus pulmones y su nariz. El neonato aprieta sus manitas, llora, se obliga a adaptarse a una nueva realidad.
Después mama, lo que implica que esa criatura siga manteniendo contacto con su hogar anterior: su madre. Después mama, lo que implica que esa criatura se separe gradualmente de ese hogar anterior.
La criatura opta por la vida, se aferra a ella, repito. Corrijo: Opta por la vida, por eso se le aferra.
Luego aprende para crecer. Aprende para adaptarse mejor. Aprende para sobrevivir mejor.
La criatura ha transitado por la niñez y después por la adolescencia. Los golpes siguen, las experiencias, los aprendizajes. Si sabe ser sabia, encontrará profundidad tras la caída. Profundidad y no sólo oscuridad.
Si sabe ser sabia, la criatura sopesará cada momento y sentirá tranquilidad. Es decir que sopesará cada situación y buscará una conformidad. Algunas veces la conseguirá. Otras veces lo marcarán. Para bien o mal, eso depende de ella.
Toda criatura, no sólo quienes somos humanos, es agonista. Me explico: agoné, palabra griega, significa lucha.
Los años se van como lo hacen las oportunidades: sin voltear a ver si la criatura supo obtener provecho. La madurez no siempre implica sabiduría. Los cansancios aumentan, los afanes comienzan a desencantarse.
“Yo no quiero llegar a viejo”. “Si un día llego a estar así, mejor mátenme”. Escucho frases de tal calibre en amigos y compañeros cuando ven a ancianos lastimeros. Y la realidad es otra: veo a ancianos que se aferran a la vida, que optan por ella en cada resuello, en cada aspiración.
Veo camas de hospital donde yacen ansias y horrores. Donde el sufrimiento ya no importa con tal de que regrese la salud. Veo sábanas sucias, bolsas con orines más que naranjas, desnudeces que no sorprenden, contenedores de sueros y gotas cuya caída pueden desesperar al más santo.
Veo a las criaturas con bocas abiertas, ojos perdidos, desmayos constantes. Enfermeros entran a cambiar ropa de cama, a cambiar pañales y batas. Agujas entran y salen, perdidas gotas de sangre se muestran por las minúsculas mangueras transparentes.
Y lo más maravilloso: hasta las criaturas más inconscientes optan por la vida, se aferran a ella. Guardo silencio, prefiero ser mudo, dejo de teclear ante un acto para mí tan sagrado.