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domingo, 11 mayo, 2025
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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

En su película autobiográfica, 90,000 días en la tierra, Nick Cave cuenta que en la época que más problemas tuvo con la adicción a estupefacientes pasaba las noches drogándose; por las mañanas sentía una gran necesidad de ir a la iglesia. Al salir de la ceremonia religiosa, a tan sólo unas calles de ahí encontraba a los dealers y así daba vida a un ciclo infinito de culpa y redención. Esto parecía darle un equilibrio a su existencia, hasta que conoció a su novia Susie quien le advirtió: “No puedes seguir así, vas a terminar hundido, tienes que dejar la iglesia…”

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La anécdota de Cave aunque nos causa una risa irónica, nos recuerda la propia hipocresía. La necesidad de redimirse para seguir con los hábitos destructivos es un peso que cargamos los mexicanos con cierta costumbre. Anita Brenner explica que, por ejemplo, el indígena durante la conquista española, en el proceso de evangelización seguía lo mejor que podía los ritos cristianos como una medida de supervivencia, para luego regresar a los altares de su religión pagana arrepentido buscando el perdón.

Actualmente estos círculos viciosos se llevan a cabo de manera parecida: Mientras andamos con nuestra vida mediocre creyéndonos felices, derrochando el dinero que no tenemos en alcohol o cualquier otra dependencia, sentimos culpa por aquéllos que percibimos como inferiores porque viven en una casa de cartón, o por quienes han sido víctimas de alguna injusticia. Cuando la culpa nos afecta llegamos incluso a ir a marchas, recabar firmas, hacer donaciones. Al día siguiente seguimos fomentando los enfoques sociales verticales en los cuales estamos, falsamente, arriba de muchos.

 

No hay pureza

Tal cual comprobamos en la naturaleza, lo puro no existe y por extensión nosotros, raza humana, estamos de igual forma siempre contaminados; nuestra constante es el cambio y así nuestra ideología. Y no es que esto sea realmente una característica negativa; es parte de nuestra capacidad de adaptación. Difícil es mantenerse sólidos frente a sistemas tan violentos como el neoliberal, difícil es enfrentarlo. Es comprensible que tengamos fugas tanto en órdenes sociales como internos.

Pocos son los que se resisten a la impureza ideológica. Ahora que releo a José Revueltas noto su persistencia marxista y su lucha encarnada por mantenerse, misma que lo llevó a la muerte. En la actualidad reconocemos a Javier Sicilia o a Paco Ignacio Taibo II, que se proclaman en defensa del pueblo y se unen siempre a manifestaciones sociales; recientemente el zacatecano Tryno Maldonado se mudó a Ayotzinapa, donde de forma activa demuestra su apoyo a las familias de los 43 estudiantes desaparecidos, imparte talleres de narrativa y escribe, desde allá, sobre la situación nacional.

Aparte de ellos ¿quiénes más están dispuestos a buscar la pureza ideológica y dejar las necesidades particulares por la lucha, hombro con hombro, con la otredad? ¿O es que realmente lo que nos importa es redimirnos en una marcha, con comentarios en las redes sociales y quejándonos amargamente del gobierno? Esto me lo pregunto mientras, yo misma, sé que lo único que hago es escribir esta columna…

 

Ciclo vital

Parece que la evasión nos ofrece una alternativa equilibrada ante el absoluto desequilibrio social que día a día experimentamos. Los medios de comunicación, el consumismo y demás estrategias ideológicas que imperan nos mantienen en un estado de anarquía pasiva. Ya nadie cree nada ni en nadie, pero de igual forma los resultados son parte de una intensa apatía. Aún con masivas asistencias a marchas, la vida vuelve a su estado habitual de corrupción.

Al igual que en el film de Nick Cave, nuestros días en la tierra tienen un contador automático que lleva un ritmo monótono, en el que  nuestras experiencias de vida parecen un monólogo… Y sin embargo no es así. Somos activistas más o menos puros mientras seguimos leyendo, escribiendo, participando de forma activa en apoyo a las demandas del pueblo; aunque lo realmente difícil es mantener la conciencia de que es más destructivo hacer poco que no hacer nada; hay que mantener la conciencia siempre clara para que la constante evasión que nos tienta no nos absorba al grado de ofuscarnos y ensimismarnos. Hay que tener como meta bien definida, si no la pureza, sí la claridad ideológica y el sentido humanista. ■

 

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