- Historia y Poder
Pura vida la de un estado como el nuestro que ha crecido entre la necesidad y el deseo de ser libres de yugos y mentiras, pese al error constante de sus dirigentes aviesos que en lugar de propiciar la felicidad, sembraron el temor y el miedo entre sus calles.
Entre la pólvora y la viruela que diezmaron a miles de indígenas en el territorio zacatecano hasta el horror de la pesadilla y la constante del llanto, hubo quien alarmó a las naciones indígenas de que era mejor la retirada a las montañas inalcanzables que afrentar abiertamente a los locos españoles siempre ávidos de oro, esclavos y almas por comprar con la amenaza y la espada.
Los religiosos franciscanos y jesuitas pronto sacudieron las conciencias con el buen ejemplo de ser infatigables en las jornadas de enseñar la destreza de una nueva sobrevivencia en un mundo que nadie imaginó y que era mejor adaptarse con la dignidad de nuevos siervos de un dios lejano pero justo en la medida en que se hiciera justicia ante la rapacidad y el crimen.
Miles de caxcanes y zacatecos se refugiaron en cuevas y agrestes lugares para combatir y resguardarse de las heridas y las crónicas señalan a miles de muertos por las enfermedades de la viruela y el hambre, tanto así que se contaminaron los ríos y todo ambiente respirable, por lo que las hogueras funcionaron día tras día hasta borrar los vestigios de tal ignominia.
Los sacerdotes indígenas fervientes, los guerreros temerarios, los ejércitos invencibles chichimecas no pudieron librar la estrategia victoriosa de los españoles en tierras zacatecanas que impusieron creencias, yugos ante tlatoanis ignorantes de un mundo que vino a golpear las alegrías que se desandaban entre niños y mujeres que danzaban al son de las hogueras y de la caza y la pesca y aunque eran nómadas, muchos dejaron vestigios de culturas que son orgullo de una humanidad que le dio versión a la victoria de la sobrevivencia y la lengua indígena.
Al paso de los años, el pueblo zacatecano se fue conformando en las clases sociales que habilitaron la convivencia y el flujo de metales que asombraron al mundo y le dieron riqueza inigualable, a pesar de vivir en la constante pobreza y el jolgorio vistoso de ser siempre habitante de la aventura, la sublevación o del castigo medieval.
Sin un porvenir habilitado para dar permanencia constante a la alegría, los altos mandos políticos y militares impusieron como condición ser siempre el horror de pueblos y fraternidades gremiales, es así que se impuso la horca y el patíbulo, el paredón y la cárcel, el destierro o el castigo insaciable que le diera escarmiento a las amplias muchedumbres que ansiaban la paz y la tranquilidad en los hogares proletarios y campesinos.
El poeta Ramón López Velarde y el versador Enrique Fernández Ledezma le dieron fe al espíritu zacatecano al retratar fielmente una alegría por vivir y sonrojarse ante la inocencia de los pueblos que creyeron firmemente en la justicia de dios y de los hombres y mujeres nuevas en cada contienda que se presentaba hacia adelante , solo para advertir que la alegría duraría muy poco al venirse en la vertiente los golpes de estado, las hambrunas de las revueltas, los caos de tomas, guerrillas o falsas elecciones que impusieron candidatos indeseables a dirigir los destinos de todos.
Duele mucho querer la alegría, hace tiempo que dura esta marcha, esta búsqueda incontrolable ¿En qué preciso momento se separó la vida de nosotros, en qué lugar, en qué recodo del camino? ¿En cuál de nuestras travesías se detuvo el amor para decimos adiós?
Nada ha sido tan duro como permanecer de rodillas. Nada ha dolido tanto a nuestro corazón como colgar de nuestros labios la palabra amargura. ¿Por qué anduvimos este trecho desprovistos de abrigo? ¿En cuál de nuestras manos se detuvo el viento para romper nuestras venas y saborear nuestra sangre? Caminar… ¿Hacia dónde? ¿Con qué motivo? Andar con el corazón atado, llagadas las espaldas donde la noche se acumula ¿para qué?, ¿hacia dónde?¿Qué ha sido de nosotros?
Hemos recorrido largos caminos. Hemos sembrado nuestra angustia en el lugar más profundo de nuestro corazón. ¡Nos duele la misericordia de algunos hombres!¿Qué silencios nos quedan por recorrer?¿Qué senderos aguardan nuestro paso? Cualquier camino nos inspira la misma angustia, el mismo temor por la vida.
Zacatecas y el crimen de la política: un golpe a la alegría. Amén. ■