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martes, 6 mayo, 2025
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La extraña fascinación del morbo

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Por: La Gualdra •

La Gualdra 663 / Libros

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Por Mario Alberto Medrano

Hay una extraña fascinación por leer y saber sobre la vida de los famosos; no sólo me refiero a los de la televisión, sino también a las figuras públicas, desde artistas, políticos, empresarios, narcotraficantes… libros como Emma y las otras señoras del narco y Los señores del narco, de Anabel Hernández; o La reina del pacífico: es la hora de contar, de Julio Scherer García, son un claro ejemplo de obras que germinan el morbo del lector.

         Este año Grijalbo publicó Un día contaré esta historia, de Amanda Lalena Escalante, mejor conocida como Amandititita. En esta obra, la hija de Rockdrigo González, una de las leyendas de la contracultura y los movimientos musicales y artísticos urbanos en nuestro país, mete toda su historia de vida: desde la infancia, la adolescencia, la pobreza en la vivió, los abusos y violencia, las adicciones, sus inicios en el rock, su amor por la lectura y escritura y, sobre todo, su desgastada, turbulenta y amorosa relación con sus padres, el rockero y Mireya Escalante.

          De inicio, Un día contaré esta historia puede clasificarse como una autobiografía o diario personal. Este testimonio parte de una necesidad catártica para comprenderse mejor a través de la literatura. El espejo de las páginas nos muestra la silueta de una niña abandonada por su padre (quien no la registró con sus apellidos), a salto de mata entre una casa y otra, asilada en el hogar de músicos devotos del cantante, y acompañada por una madre alcohólica y un hermano recién nacido. 

           El libro está fragmentado en capítulos y se narra de manera cronológica. Cada uno es, a su manera, una estación: la geográfica: Tampico, la Ciudad de México, la parada de un autobús, una casa en la San Miguel Chapultepec o en Azcapotzalco o en la calle de Eucaliptos, con los abuelos, la casa de Luis Álvarez, el Haragán, El Chopo, Los Ángeles; la estación espiritual: la religión, el yoga, la escritura, la música; la estación humana: la madre, el gato, su hermano, Pato y Sax, guitarrista y saxofonista de La Maldita Vecindad, respectivamente, sus novios, sus abuelos; la estación emocional: la violencia, el llanto, las adicciones, la soledad, el miedo, el deseo, la sobriedad, la impotencia…

         La vida y creación musical de Amandititita se muestra en este libro de manera inercial. Este “acto de contrición” que escribió, estoy seguro, por un largo tiempo nos enseña al ser humano desnudo, alejado de la farándula, de los escenarios, sin el rasgo de la artista que es. Ése ya lo sabe el lector. Conoce la máscara. Grosso modo, esto es Un día contaré esta historia.

Entreabrir una puerta
Cada libro escrito tiene un puñado de interlocutores y referencias. Dialogan con el otro, se miran de frente y reconocen alguna mueca, un gesto, el tono de la voz, el color de piel. La narración huele a otras escrituras, se perciben las intenciones, los personajes imitan a sus modelos, aunque éstos no sean ficciones, sino una realidad particular. Abrir un libro siempre es abrir tantos más. 

         Un día contaré esta historia charla con autores y libros. Al leerlo, me vinieron a la mente dos: Canción de tumba, de Julián Hebert, y Apegos feroces, de Vivian Gornick. En la terna de obras se tratan modelos femeninos, mujeres llevadas al límite, y una protagonista (autora) que trata de encontrar su lugar en el mundo. La relación con la madre es el centro de la existencia misma. 

          A diferencia de Herbert y Gornick, Amandititita llena de lugares comunes su obra. Además, el libro resulta ser efectista, pues la escritora se esmera por hallar la frase bonita, el remate poetizado en diversos capítulos. Aunque el diario avanza con solvencia, es fácil hallar repeticiones, reiteraciones innecesarias, y la autora induce al dolor mediante algunas escenas propias de las telenovelas, esa tragicomedia del rating.

        Cabe señalar que la músico insiste en decirnos que tal o cual cosa es “lo peor que le pasó” como una anáfora infructuosa en la tercera o cuarta ocasión que aparece. 

         Regreso al tema de la madre. La estridencia del personaje de Mireya es, por mucho, lo más destacado de la obra, pues es un “personaje” complejo, propio de las obras de Bukowski, de Ibsen, una femme fatale, sin el libido sexual y la estrategia de una mujer calculadora. 

          También destaco la relación que la escritora y cantante tiene con Robert Walser, amistad literaria que ya se perfilaba desde su libro anterior, Trece latas de atún. Reconozco en Walser a uno de los diaristas más ejemplares, honestos, inteligentes. Ya sea Jakob von Gunten o Vida de poeta, por dar dos ejemplos, son muestras perfectas de cómo hacer un diario. Amandititita busca imitar a Walser. 

          Mientras leía el libro, no dejé de pensar en el soundtrack: seguro estarían incluidos Caifanes, La Maldita Vecindad, El Haragán, El Tri, Liran Roll, ella misma. También pensé en el lugar de la autora en el mundo artístico, y creo que aún mantiene la sombra de su padre poderosamente por encima. Estoy seguro que a ella no le pesa ese vínculo, al contrario, pero sé que más de un lector estará buscando, con morbo y deseo, a Rockdrigo en las páginas de su hija. 

 

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