Al menos en lo nacional, esta vez la sorpresa es que no hubo sorpresas en lo que a encuestas electorales se refiere.
Nos tenían ya acostumbrados a fallar, no todas y no siempre; pero en la anterior elección presidencial Massive caller tuvo que disculparse, como lo hizo esta vez nuevamente, y el error es tan habitual, que hasta Xóchitl Gálvez infundía optimismo exponiendo como la subestimaron las encuestas cuando se le eligió como delegada.
En el plano internacional también han fallado las encuestas. A todos sorprendió el brexit de Reino Unido, el triunfo de Milley en Argentina y el de Donald Trump en Estados Unidos.
Todo esto hacía pensar algunos que las urnas desmentirían a las encuestas que casi unánimemente vaticinaban un triunfo holgado de Claudia Sheinbaum.
A pesar de ello había argumentos que daban lugar a dudas, por ejemplo, la posibilidad de sobreestimación del partido oficial, la tasa de rechazo de las encuestas, o la existencia de voto oculto.
Al final, como dice el dicho, no hubo sorpresas pero sí sorprendidos.
Aún están en el azoro y pocos reflexionan. Ya lo hacen Damián Zepeda, Roberto Gil Zuart y hasta Carlos Loret de Mola, pero algunos más siguen buscando estrambóticas hipótesis y todo lo que sirva a evadir lo evidente, las voces como la que aparece en el video de un hombre que trabaja en Polanco (difundido entre otros por Juan Carlos Monedero) que explicaba días antes de las elecciones, que en su lugar de trabajo continuamente le llamaban a no dejarse engañar por Morena y por tanto le invitaban a votar por Xóchitl Gálve.
El vídeo en cuestión parece responder a la estrategia ampliamente difundida de hacer lo mismo con cuánto personal “de servicio” se pudiera. En él el hombre se muestra ofendido porque se le considere incapaz de distinguir lo que mejor le conviene y de tomar decisiones por sí mismo. Evidentemente, como él mismo lo explica, no se detuvo a debatir con cada persona que condescendientemente quería aconsejarle lo que debía hacer con su voto, como seguramente tampoco hicieron los meseros, ni las trabajadoras del hogar a quienes se les dijo que, de continuar Morena en el poder, podrían ser despedidos o no habría dinero suficiente para pagarles propinas.
Quizá algunas de las amenazas ya se han materializado, como se deduce de algunos videos virales y del meme clasista que tanto circula en el que advierten que no dejarán propinas ni apoyarán en desastres naturales.
Se desnuda así que detrás del supuesto temor al clientelismo no había más que eso, actitudes clasistas y conductas clientelares con las que se pretende combatir al convencimiento que deja, en su entender, programas sociales universales.
Había pues razones para ocultar el voto, pero éstas no estaban como tradicionalmente suele ser, en el temor a la ira represiva del Estado, o en la posibilidad de perder un programa social, sino en la posibilidad de afectar relaciones mucho más inmediatas, algunas ellas afectivas y otras tantas de poder.
El miedo a la represión laboral en algunos casos, el temor al insulto en otros tantos, y el hartazgo de discutir en muchos más provocaron un silencio que sólo fue escuchado en las urnas para los oídos de quien no los quiso oír con anterioridad.
Aún están lejos de hacerlo porque gastan su tiempo en buscar genios informáticos cubanos, o teorías conspiranoicas de fraudes electorales que ni 20 millones de votos de diferencia pueden apaciguar.
Mal van, porque el tiempo que tarden en asimilar la derrota será en detrimento del que requieren para construir una alternativa que puedan proponer; y mientras más permanezcan en esa estrategia del menosprecio al intelecto ajeno más lejos estarán de persuadir a quienes hoy acusan de colocarse cadenas de las cuales, dicen, ya nos habían liberado.