La Gualdra 560 / Filosofía
Desde adolescente me ha interesado vida y obra de Walter Benjamin, recién lo descubrí, después de haber leído Dialéctica Negativa (Madrid, Akal, 2005) de Theodor Adorno por sugerencia de Manuel de León, un profesor discreto de sagaz humor, en la extinta Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Adorno en el prólogo cita a Benjamin quien señala que “se debe atravesar el helado desierto de la abstracción para alcanzar convicentemente el filosofar concreto” (7).
Era la década de los noventa, en la ciudad de Zacatecas había pocos libros, bibliotecas también escasas. Hubo que esperar algún tiempo, no obstante, que la cita de Benjamin me dejó perplejo, justo al terminar el libro de Adorno, después de varios intentos fallidos, pude entender que el asunto nodal de “la dialéctica negativa” consistía en un replanteamiento radical del idealismo hegeliano desde lo que rechaza y niega el pensamiento racionalista e idealista moderno.
Años después me encontré con un luminoso texto sobre Benjamin en una revista que desgraciadamente ya no tengo, era un ensayo escrito con pulcritud bajo la firma de Bolívar Echeverría. Luego conseguí La mirada del ángel. En torno a las Tesis sobre la historia de Walter Benjamin (México, Era, 2005) y Siete aproximaciones a Walter Benjamin (Bogotá, Desde Abajo, 2010). Ambos lúcidos textos que recrean de forma crítica el pensamiento benjaminiano desde nuestra contemporaneidad periférica.
He leído de manera intermitente las obras del pensador mexicano-ecuatoriano, confieso que no todas me entusiasman igual, en todo caso, reconozco un pensamiento original cuyas aportaciones resultan imprescindibles para repensar la crítica latinoamericana de manera no reduccionista. Con una sólida formación académica en Alemania, el pensador ecuatoriano se estableció en la Ciudad de México en 1970 donde impartió un riguroso –ya mítico– seminario sobre El Capital de Marx. Quizá después de Carlos Mariátegui y Adolfo Sánchez Vázquez, ningún pensador marxista latinoamericano había repensado con tanto rigor y creatividad el legado vivo de Marx.
Bolívar Echeverría tuvo un vasto dominio del pensamiento moderno, en particular de la Teoría Crítica, y de manera específica de Benjamin. Siguiendo a este bosquejó un sugerente proyecto de modernidad alternativa recuperando de manera muy original el Ethos Barroco, tópico sobre el cual escribiera varios libros fundamentales, entre los que destacan las obras maestras de La modernidad de lo barroco (México, Era, 1998) y Modernidad y blanquitud (México, Era, 2010).
Así pues resurgiendo de las cenizas, el ave mítica del ethos barroco latinoamericano reinventa otras formas de vida libre al margen de las dominantes. Por ende, el pluralismo ontológico y cultural en la perifería latinoamericana potencia un pluralismo político que expresa otra praxis social inédita. En tal sentido, en Definición de cultura (2010) un librito del Fondo de Cultura Económica, recoge seminarios en torno a un concepto de cultura que despliegue una alternativa frente a la mercantilización de la cultura en la modernidad capitalista. Para el marxista heterodoxo se trata de elucidar un diálogo cultural entre las distintas cosmovisiones sin detrimento de alguna, y también, haciéndole frente al posmodernismo relativista multicultural que termina por mantener el orden. La dimensión cultural resulta irreductible a los procesos y prácticas sociales y funcionales, tiene un sentido simbólico que no se puede entender sino es a partir del núcleo de las significaciones imaginarias que despliega.
En otro sugerente ensayo titulado Vuelta de Siglo (México, Era, 2013) retoma la crisis de la modernidad capitalista desde la pluralidad socio-cultural de América Latina. Frente a la aplanadora financiera neoliberal reivindica los imaginarios subversivos identitarios que han abrevado en el mestizaje barroco generando procesos, prácticas y subjetivaciones innovadoras ante un proyecto de uniformización cultural.

Lector agudo de Octavio Paz, Echeverría propone repensar la modernidad latinoamericana barroca mestiza como una opción real frente a la modernidad capitalista eurocéntrica nihilista. El caldo de cultivo del ethos barroco latinoamericano, horno transmutativo –diría Lezama Lima– que despliega una multiplicidad de visiones y cosmovisiones abre puertas de emergencia en la debacle que se avecina. De ahí su señalamiento de que: “No hay una sola modernidad en América Latina, sino que en ella la modernidad es múltiple. La vigencia de varios estratos de modernidad, combinados con el predominio de uno, en cierto lugar y momento, o de otro, en otros, da una explicación a dicha diversidad identitaria. Un estrato de la modernidad latinoamericana se hace patente y predomina en Buenos Aires, mientras un estrato diferente de la misma se expresa y predomina en Ciudad de México, pero en ambos actúa la estrategia identificadora del mestizaje” (232).
Si el mestizaje había sido concebido como una mancha y afrenta ontológica y moral de impureza y origen bastardo, el autor celebra la impureza, la mancha, la mezcla y la bastardía como elementos que reconfiguran los sujetos individuales y colectivos desde una política intersticial ante las grandes metrópolis geopolíticas. Quienes asitieron a su seminario sobre El Capital de Marx hablan con cariño y agradecimiento de su cátedra inigualable, nos queda proseguir sus planteamientos desde contextos cada vez más adversos de absoluta precariedad.
La generación de alternativas ante la debacle de modernidad capitalista es una de las tareas más apremiantes que nos ha legado este insigne pensador que fuese fulminado por un infarto cardíaco en el 2010. En las ruinas de la modernidad capitalista urge rehacer el juego de subjetivaciones emancipatorias y construir un mundo habitable. Un mundo donde quepan muchos mundos otros –diría aludiendo a sus entrañables camaradas zapatistas.
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