¿Cómo es posible que, cuando se trata de dar cuenta y razón de lo que es (y de anticiparnos a lo por venir), dibujemos realidades -y futuros imaginados- tan distintos, que parecen pertenecer a universos inconmensurables, -casi incomposibles-? y ello, a pesar de que todos y todas, privilegiados y desfavorecidos, somos “partes totales” del mismo tejido social, si bien, desgarrado y cada vez más convulsivo…hasta un grado tal que se encuentran coexistiendo -y a la orden del día- los estallidos sociales/ protestas/ primaveras / revoluciones, junto a crueles y desmesurados emprendimientos de reingeniería social a escala planetaria, donde los Estados y los poderes fácticos, aunque en lo esencial, coincidan para mantener el status quo (la jerarquía de los salarios y de las rentas, santificando desigualdades sociales extremadamente injustas y crueles), son parte de lucha por el poder diferencial, entre las elites, para conseguir mejorar sus posicionamientos, en medio del caos sistémico provocado por la actual “restructuración hegemónica global” cara visible, de la menos visible, pero no menos cierta, crisis civilizatoria, en curso.
A modo de ensayo, podemos plantear que en ese continuum que va de la restructuración hegemónica global a la crisis civilizatoria, existen regímenes de visibilidad/invisibilidad diferenciales, se trata de un conjunto complejo de “rejillas de interpretación” instituidas –aceptadas tácita o explícitamente- que nos llevan a distinguir entre aquello que se ve y se dice (y, a ignorar, o, a deformar, o, a tergiversar, lo “otro”: lo que no se ve, y no se dice, denegándolo en su verdad efectiva. Por tanto, ocultando o malinterpretando la alteridad, el advenimiento de lo otro, en nosotros mismos, y en el mundo). Asumir lo “realmente existente”, sin crítica, sin cuestionamiento profundo, implica aceptar la “clausura de sentido”; autobloquearnos impidiéndonos el aprender a ser portadores provisionales de nuevas significaciones, que en nosotros, en nuestras vidas, engendren… otros mundos posibles, una democracia real ya, (etc.)… Propiamente, se trata del triunfo grosero, de las significaciones dominantes amalgamadas, gracias al modelamiento mental –cotidiano- de la “opinión pública” por los “amos de la significación” (cuyos “actantes” serían aunque no únicamente, los principales medios de comunicación masiva).
Preguntémonos, si no es verdad –acaso- que las “ficciones” con las que se irá ensamblando el mundo y donde tales significaciones encarnan –finalmente-, como parte ya de la (supuesta) realidad compartida, no irían enraizando –en cada uno de nosotros- en virtud de que las mismas tienen cierta capacidad de “adherencia a lo real” (hasta las “mentiras verdaderas” se convierten en autoevidentes, a fuerza de repetición). Dicho de otra manera, nuestro mundo es configurado por los “amos de la significación”, sin importar que ese mundo, se encuentre en algún momento, en agudo contraste (o, en abrupta disonancia) con la experiencia vivida. La ruptura se anuncia, en el malestar y desasosiego que nos afecta, por la creciente descomposición social/económica/ política/cultural en ascenso que alcanza cotas altísimas, también – especialmente en nuestro dolor/país.
No sé si, impulsados por dar a nuestros relatos el sentido de un final, habitualmente, terminamos por volver al consenso fabricado, véase el caso de tantos y tantos, movimientos sociales, -en diversas latitudes-, en donde se atempera el fuego de su incoada pulsión por lo instituible, por la transformación social. Posiblemente, ello sea debido a que los “amos de la significación”, no dan tregua, dentro del hogar, en el auto, en la plaza, en la educación, etc. Por ello, es necesario subrayar que solo desde otro orden de sentido, desde otras formas de vivir, desde otros modos de convivencialidad, partiendo de solidaridades imaginantes activamente instituyentes -y constituyentes- se podría ir escanciando un nuevo espacio-tiempo alternativo, capaz de desafiar esta hiper-realidad -realimentada por mil y un bucles-, donde “se acumulan los elementos que componen lo fallido del México actual”, donde, como escribe Lorenzo Meyer “todo apunta a una bancarrota sistémica”.
En esta dirección, interpretamos el epílogo, del libro Nuestra tragedia persistente. La democracia autoritaria en México, de Lorenzo Meyer, sobre el que volveremos, en su párrafo final… contra el retraimiento, generado por el estado que guarda la vida pública en nuestro país, hay una alternativa distinta a la de la “salvación individual”, “menos cómoda pero más constructiva”… “asimilar las experiencias pasadas y recientes y volver a pugnar por el cambio político efectivo, democrático, como condición para crean una sociedad más justa y digna. Hay una gran dosis de optimismo –en nuestras circunstancias de grandeza- en esa vieja sentencia popular que afirma: no hay peor lucha que la que no se hace. En cualquier caso, que quienes escriban y quienes lean la historia de nuestra época no nos acusen de no haber advertido y actuado para impedir la reversión del proceso de cambio y la disminución de la injusticia con que abrió nuestro siglo. Sólo eso sería ya un logro”. ■
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