La actual legislatura ha sido desde su inicio síntoma elocuente de los tiempos políticos locales.
Inició con abrumadora mayoría oficialista que haría pensar que el gobernador tendría un día de campo en lo que requiriera del Congreso del Estado, al menos en los primeros tres años.
La coalición que lo llevó a la victoria había ganado 17 de 18 distritos electorales, y en cada postulación, tanto de mayoría como plurinominales, habían quedado sólo cercanos a su fuerza política y aliados.
Con un contexto así, envidiable para cualquier mandatario de los últimos 25 años, podría haber logrado prácticamente lo que fuera, incluidas reformas de alto costo político como la del ISSSTEZAC.
Aún más, la legislatura pasada y el titular del ejecutivo del estado que antecedió al actual, se mostraron en los últimos meses con tal docilidad, que parecían dispuestos a pagar ese costo político ellos, con tal de llevarse bien con quien gobernaría en los próximos años.
Pero la oportunidad pasó, y apenas inició esta legislatura y velozmente empezó a descomponerse. Por principio uno de sus primerísimos plurinominales y a quien se había manejado como coordinador de campaña del hoy gobernador renunció a la fracción parlamentaria de quien lo llevó a la curul y se pasó, no a una fuerza aliada, sino abiertamente a una opositora.
Con el tiempo más desprendimientos, algunos graduales, y otros intempestivos, eso más una danza saltimbanqui entre unos colores y otros para completar fracciones parlamentarias de partidos al borde de la inexistencia.
Cuando aún se tenían fichas suficientes, la impericia política hizo necesario negociar con la oposición hasta lo más elemental y hacerlo además a tan alto precio, que resultó insostenible pagar. El resultado fue la pérdida de confianza, ingrediente fundamental para los acuerdos que tendrían que cocinarse en ese terreno.
En el ejecutivo también reinaba el caos. Parecía que la victoria los había encontrado por sorpresa y sin tiempo de pensar en perfiles para cada cargo.
Pasaron semanas antes de nombrar secretaria de Gobierno, y año y medio después ya le habían sustituido.
Lo mismo con la coordinación parlamentaria del oficialismo. Van apenas dos años de legislatura y ya han sido tres los perfiles en esa función.
Sin embargo, este caos no ha servido para el avance de la oposición ni en el control de la legislatura, ni en el posicionamiento político de los partidos ahí representados de cara a las elecciones del 2024.
Nada. Los únicos golpes políticos de consideración que ha logrado meter esta legislatura al gobierno estatal han sido casi ajenos a las filas opositoras: por un lado, el juicio político a la Secretaria de Educación por no haber comparecido en la glosa del primer informe, y por el otro la estafa legislativa, que aunque tuvo como protagonistas a casi todos los diputados de la pasada legislatura, salpicó al gobierno del estado porque en ella participaron también, a decir de su denunciante, actuales legisladores de Morena y parte del gabinete estatal.
Tampoco se ve la oposición en lo netamente legislativo. No hay iniciativa alguna de importancia que haga sentir contrapeso al ejecutivo, ni se detecta verdadera oposición en los paquetes económicos. El último presupuesto de egresos incluso fue aprobado por unanimidad.
Las glosas de los informes representan una gran oportunidad de mostrar las diferencias, de cuestionar y profundizar en los temas específicos en los cuales muchos de los legisladores se asumen expertos. Pero también la han desperdiciado.
En lo general, y siempre con honrosas excepciones, en esta primera semana de comparecencias de funcionarios estatales, han predominado los histrionismos y envalentonamientos que parecen más propios de ring de lucha libre que de verdadero debate legislativo.
Informes en botes de basura, insultos casi personales, discursos que parecen esperar musicalización de Bizarrap, duelos de canciones, inasistencias y retrasos para hacer vacíos, muchos gritos, muchos sombrerazos; ruido, mucho ruido, y pocas nueces.
Seguimos a la espera de un debate serio, de un cuestionamiento que vaya al fondo, que toque siquiera el informe de gobierno que se pretende glosar y que signifique para los funcionarios en el buen sentido y en términos estrictamente democráticos, más “riesgo” del que hasta ahora significa convertirse en patiño de función circense.