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sábado, 3 mayo, 2025
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El testigo invisible de Madigan: una mirada al legado pedagógico de David Ojeda

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Por: FILIBERTO GARCÍA •

La Gualdra 593 / David Ojeda / Literatura

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Muchas veces la enseñanza escolarizada hace que se pierda la esperanza en la educación y que se renuncie al acto de aprender. Afortunadamente hay muchos maestros que desescolarizan a la educación y ofrecen las mejores lecciones fuera del salón de clases. Para esto, es importante reconocer que el hombre aprende siempre, aunque la meritocracia le haya hecho creer que el único conocimiento válido es aquél que está abalado por una institución que le ofrece un certificado a cambio de su aprendizaje. Los títulos son importantes para los académicos, no para los maestros, porque los académicos necesitan incrementar su currículum para ganar prestigio y reconocimiento dentro de su comunidad, en cambio el éxito del maestro radica en la transformación de sus alumnos.

Iván Illich ya hablaba en el siglo pasado sobre la necesidad de generar una sociedad desescolarizada, de ofrecer educación a los otros fuera del currículo institucional y de la camisa de fuerza en que se ha convertido la pedagogía tradicional y el logro de aprendizajes específicos. El escritor y maestro David Ojeda, no conforme con dejar un legado literario, también dejó una escuela de escritores y una pedagogía, desde y para la región. Sin duda, por su avasallante vocación literaria, la pedagogía que empleó parece que está al margen, pero es digna de estudiarse por un solo hecho, y éste es, que gracias a ella existen escritores que no se han conformado con resguardarse tras el ordenador, sino que se han abierto camino en tierra hostil para construir un legado literario. Cualquier pedagogía que forme individuos que no se acomoden a las condiciones del entorno, sino que luche por modificarlas, merece observarse con detenimiento.

La rebeldía es el primer elemento pedagógico del maestro y escritor David Ojeda, porque un docente que no tiene pasión por cambiar las cosas se conforma con la semilla que planta en el salón de clases, pero aquella personalidad inquieta que enseña con su ejemplo logra una mayor significación en sus alumnos. La rebeldía no se puede enseñar desde el autoritarismo, es necesario poseer una mentalidad dialógica, como lo diría Freire,[1] una enseñanza donde el maestro aprenda de sus alumnos y ellos de él, donde no se invisibilice el saber del otro, ni se luche por controlar desde una posición hegemónica el proceso de aprendizaje.

La rebeldía que muestra David Ojeda no es producto de la visceralidad, es del tipo que describe Julio Anguita, cuando señala:

 

La rebeldía es un grito de la inteligencia, de la voluntad. “Ya no le digo que sí a esta situación, no asumo esta podredumbre y lucho contra ella”. Este tipo de rebeldía es una actitud intelectual, no universitaria, sino que nace de la mente y del corazón, del fuego de querer cambiar.[2]

 

Esa rebeldía de la inteligencia y del corazón le permitió concluir la investigación titulada Literatura potosina. Cuatrocientos años (1992), donde se establece una postura de comprender antes de juzgar. La necesidad de fijar a la literatura regional, en una dimensión compleja, continuará con trabajos de rasgos semejante en la pluma de Alejandro García con sus libros de ensayos: El aliento de Pantagruel, Encuentros y desencuentros: (acercamiento al campo literario en Zacatecas) y David Ojeda: Un erizo y un zorro en el campo literario.

David Ojeda (20 de marzo de 1950 – 09 de octubre de 2016†).

La desescolarización es otro de los pilares de la pedagogía del escritor David Ojeda, no en vano Alejandro García dice: “La labor académica de Ojeda fructificaba mejor en estructuras no escolarizadas, en donde se le dejara la libertad de investigar y de proponer temáticas que le interesaran a nivel vital”.[3] Este elemento es fundamental para comprender la crisis que vive el sistema educativo, donde no se consideran la motivaciones, ni las inquietudes intelectuales del docente, quien se ha convertido en un obrero que aplica estrategias y técnicas de aprendizaje, que maquila contenidos en lugar de construirlos. Ante esta encrucijada el narrador de San Luis Potosí opta por generar un espacio alterno que le dote de la pasión necesaria para ofrecer el extra que se requiere cuando las condiciones son adversas.

La desescolarización permite que los individuos coloquen al aprendizaje como el principal motor, como una guía que le permite internarse en lo desconocido, confiado de que el conocimiento le generará más dudas y más herramientas para enfrentarlas. La pasión es un elemento fundamental para aprender y para enseñar, este pilar es prioritario en la pedagogía de David Ojeda, porque él no se conformó con ser un alumno brillante, sino que, como lo relata Alejandro García, fue uno de los más obcecados en remediar errores y formarse. Cuando el individuo cobra conciencia de sus limitantes, sólo hay una forma de subsanarlas y ésa es mediante la acción.

El hacer tiene varios niveles, tal como lo señala Daniel de la Maza, el más profundo es el de la pasión, porque posee una energía interna mayor, es un apetito, una afición vehemente a una cosa. Un docente que no posee esos grados de apasionamiento, tal como lo menciona Horace Mann, citado en de la Maza, está condenado al fracaso: “El maestro que intenta enseñar en el alumno sin el deseo de aprender, está tratando de forjar un hierro frío”.[4] La desescolarización y la pasión eran dos elementos que le permitieron a David Ojeda contar con alumnos que poseían el deseo de saber, un elemento que desafortunadamente en la escuela tradicional pocas veces se ocurre.

Un elemento más es el respeto que David Ojeda mostraba a sus alumnos, pero este concepto se entiende en el sentido que señalan Eggen y Kauchak, cuando dicen que la mejor manera que tiene un docente de mostrarle respeto al alumno es al exigirle un alto nivel en su desempeño, al tensar sus capacidades al máximo porque confía y conoce a sus alumnos. Alejandro García señala:

 

Dentro del taller Ojeda trabaja diversos niveles que van desde la toma de conciencia de un oficio, de sus técnicas, de sus peligros, de su desarrollo, de sus temáticas hasta sus implicaciones con el contexto, los riesgos del compromiso, ni más ni menos que la necesidad de conocer el campo y sus posiciones, sus luchas, sus fronteras.[5]

 

La enseñanza no se limitaba a las sugerencias para mejorar el estilo, implicaba el reconocimiento como un ser histórico, como un individuo que está destinado a ser en el aquí y ahora, a intervenir en su entorno para modificar las condiciones inmediatas.

El mejor maestro es el que puede materializar la teoría y qué mejor estrategia que la publicación de libros. En esta faceta ocurre una dualidad en la pedagogía del escrito potosino, por un lado, está en contacto con los integrantes de sus talleres, por otro, genera las condiciones para que los textos vean la luz pública, como lo señala Alejandro García “[…] entendió que la salida editorial es un requisito para las buenas condiciones del campo y para la sobrevivencia del escritor en la llamada tierra adentro”.[6] Más allá de sus apreciaciones estéticas y de aquéllas que pudieran emitir los integrantes de los talleres, era necesario que los textos llegaran a los lectores para que fueran ellos quienes decidieran el curso de la literatura y también, para generar la presencia necesaria en la configuración del campo.

En este sentido, el legado pedagógico de David Ojeda configuró un horizonte, una necesidad e inquietud que compartió con sus estudiantes, para ello, tuvo que actuar con rebeldía para modificar el enfoque regionalista con el que originalmente se consideraba a las producciones de tierra adentro. La meta era compleja, así que su estrategia también debía serlo, para generar investigaciones tuvo que recurrir a su talento y dedicación, pero si quería que la lucha por el campo en las regiones continuara debía enseñar con pasión y conocimiento, trasmitir ese deseo vehemente por desarrollar literatura a las orillas del centro y garantizar que, aún sin su presencia física, la tarea continúa –y henos aquí–.

Reconoció en su pedagogía la importancia de desescolarizar el conocimiento, de colocar a la literatura como un elemento significativo en sí mimo, intentando que la burocracia académica no desviara el deseo de los estudiantes hacia una falsa adulación como recompensa al trabajo literario. De igual manera, identificó que el deseo de aprender era necesario en su labor como maestro, por lo que la asistencia no fue un elemento obligatorio, condicionado por un reconocimiento escrito, sino que brotaba de favorecer los quehaceres del lector y del escritor.

También sabía que la competencia es compleja por la abundancia de textos, por ello debió tensar las capacidades de sus alumnos hasta el máximo, porque sólo de esa manera ellos podrían crear textos literarios que encontraran lectores críticos. No se trataba de hacer un círculo de amigos que se alcahuetearan las composiciones narrativas o poéticas, sino de atender el rigor de la técnica, la conciencia social y las implicaciones del oficio como escritor, esto les proporcionaría la capacidad de resistir los desplantes, que en ocasiones ofrece la tarea de escribir.

Identificó que el acompañamiento era fundamental, así como la necesidad de concretar la teoría en elementos materiales muy específicos (textos). En este sentido, se reconoce que hay una pedagogía que privilegia el diálogo como elemento fundamental para construir aprendizajes, que identifica las necesidades cognitivas de los estudiantes, que atiende a sus motivaciones y que tiene un objetivo claro, construido a partir de las implicaciones del contexto. Schunk señala que el aprendizaje es abstracto y que la única forma que se tiene de observarlo es a través de la materialización en objetos concretos. La primera evidencia de que el modelo pedagógico del maestro y escritor David Ojeda es funcional es que estamos aquí, dialogando a partir de su obra, debatiendo sus ideas y produciendo textos. La segunda corresponde a sus alumnos directos, aquéllos que han construido y dan testimonio de su aprendizaje en cada una de sus obras, cito tres ejemplos ello.

El primero es el escritor Juan José Macías, quien elabora conceptos a partir de un símil durante el desarrollo de su narración. Cito la novela El nuevo liguero de Maruja… “Gregorio sabía que la cena no es un mero acto de subsistencia, sino un acto que muy fácil se puede comparar con el sexual, preserva la especie, ofrece recompensas eróticas y también da comunicación. Y no nada más eso: da felicidad al espíritu y logra acelerar toda clase de diligencias”.[7]

El segundo es Gonzalo Lizardo, quien de la tradición popular saca un elemento significativo como lo es el embrujo. Cito su novela Invocación de Eloísa. “Vas a ver qué bien te pones con esta medicina que te estoy untando, para que me ames más, para que me ames siempre, para que nunca te olvides de mí, ¿verdad que no te decepciona saberlo? ¿Verdad que no te importa que te haya enyerbado si voy a hacerte feliz?”.[8]

En tercer lugar, cito al escritor Alejandro García con un fragmento de su novela La noche del Coecillo donde se manifiesta su estilo libre y eficaz para construir narraciones irónicas y visuales. Y ai tiene a Otonielito que no reaccionaba porque del carambazo se quedó lelo un rato y no recordaba nada de nada y mi mamá muy muy triste, ahora sí tenía un loco de verdad en la casa, un niño con los ojos perdidos”.[9]

El legado pedagógico de David Ojeda se materializa, no solamente en su herencia conceptual en torno a la literatura de las regiones, sino en el quehacer de sus estudiantes, quienes han fortalecido el campo desde cada una de sus trincheras. Es innegable la tarea de Alejandro García como formador de estudiantes de letras, como impulsor de la escritura a través de la publicación en diferentes espacios y como escritor. Es notable la tarea de Juan José Macías con su trabajo como editor de textos, creador de espacios para la difusión cultural y poeta. Gonzalo Lizardo ha mostrado su capacidad como un artista gráfico y como escritor que ha franqueado las fronteras de las publicaciones regionales para estar en editoriales de circulación nacional. El legado pedagógico de David Ojeda es tan variado como los quehaceres que desempeñan los escritores que iniciaron su trayecto junto a él.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_593

 

 

 

Bibliografía
De la Maza Daniel, El gran colegio de Chile el gran salto en educación escolar, Palibro, EUA 2011.
Edggen, Paul y Donald Kauchak, Estrategias docentes, FCE, México 2015.
Freire, Paulo, La educación como práctica de la libertad, Siglo XXI, México 2015
García, Alejandro, La noche del Coecillo, Gobierno del Estado de Guanajuato, Guanajuato 1993.
______________, David Ojeda: Un erizo y un zorro en el campo literario, Policromía, Zacatecas 2018.
Illich, Ivan, Obras reunidas I, FCE, México 2011.
Lizardo, Gonzalo, Invocación de Eloísa, UNAM/ERA, México 2011.
Macías, Juan José, El nuevo liguero de Maruja (y otros fetiches), Ediciones Media Noche, Zacatecas 2008.
Schunk, Dale, Teoría del aprendizaje. Una perspectiva educativa, Pearson, México 2012.
http://piensachile.com/2014/03/el-gran-discurso-antisistema-de-julio-anguita/ consultado 05/10/2019.

 

[1] Cfr., Paulo Freire, La educación como práctica de la libertad, Siglo XXI, México 2015.

[2] http://piensachile.com/2014/03/el-gran-discurso-antisistema-de-julio-anguita/ consultado 05/10/2019.

[3] Alejandro García, David Ojeda: Un erizo y un zorro en el campo literario, Policromía, Zacatecas 2018, p. 38.

[4] Daniel de la Maza Ríos, El gran colegio de Chile el gran salto en educación escolar, Palibro, EUA 2011, p. 71.

[5] Op. Cit., Alejandro García p. 7.

[6] Alejandro García, David Ojeda: Un erizo y un zorro en el campo literario, Policromía, Zacatecas 2018, p. 42.

[7] Juan José Macías, El nuevo liguero de Maruja (y otros fetiches), Ediciones Media Noche, Zacatecas 2008, p. 16.

[8] Gonzalo Lizardo, Invocación de Eloísa, UNAM/ERA, México 2011, p. 75.

[9] Alejandro García, La noche del Coecillo, Gobierno del estado de Guanajuato, Guanajuato 1993, p. 40.

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