Si bien los días que corren serán sin duda recordados por la violencia extrema que sacude al país, en los que lejos de una solución lo que resta del estado constituye progresivamente un problema; y lo serán también, acaso, como los últimos de una infancia absurdamente prolongada, en la que tal y como explícitamente lo manifestara el licenciado Peña, en una de sus gustadas alocuciones, a cambio de una pequeña dosis de manga ancha, en la observación de algunas normas elementales de convivencia, toleramos el saqueo sistemático de la riqueza pública, así como los abusos y crímenes que las camarillas que nos mal gobiernan, tienen a bien asestarnos.
Y es que en lo denso de la oscuridad emergen algunos puntos luminosos, tales como la irrelevancia, cada vez más ostensible, del hasta fechas muy recientes todo poderoso ministerio de información y propaganda del régimen, al que el relevo en la presidencia del partido que lo generó, lejos de disminuirlo fortaleció al grado de convertirlo en el factor determinante para el regreso del mismo al máximo poder; y que ahora se debate en sucesivas “reestructuraciones”, que ni remotamente le devuelven la audiencia perdida.
Otras manifestaciones más de madurez se han perfilado en el curso de los últimos días, mas ninguna acaso más significativa que el vacío en torno de la convocatoria, de odio a la diversidad, por la facción dominante de la jerarquía católica; que desempeñándose a fondo, durante varios meses, a lo largo y ancho de lo que fuera su coto exclusivo de caza por cerca de medio milenio, no consiguió reunir sino una cantidad ridícula de procesionantes, varias veces inferior a la de quienes espontáneamente se manifestaron unos días después en el Zócalo, por el aniversario de la masacre de Iguala; o las quienes pagando o no boleto acudieron a escuchar a Roger Waters.
Resta aún, evidentemente, mucho por andar.■
