¿Por qué los casos de corrupción en México y en Zacatecas no han tenido el efecto de rechazo que haga posible que no vuelvan a presentarse? La aparente tolerancia a la corrupción la convierte en una forma de promoción de la misma. Es el caso de la impunidad, que se convierte en una forma de estímulo a la criminalidad. La actitud social e institucional pasiva frente a casos de uso impropio de recursos públicos, termina multiplicando las víctimas de las mismas. El caso ensordecedor de la Casa Blanca y las pruebas documentadas de conflicto de interés, se esperaba que tuvieran una repuesta en dos sentidos: de rechazo ciudadano a través de las urnas, y del entramado institucional en la puesta en marcha de medidas para evitar dichas prácticas. Sin embargo, ni uno ni otro ocurrió: el PRI mantuvo la mayoría en el Congreso, y la ley anticorrupción no eliminó el fuero. La siguiente pregunta es, ¿por qué existe tolerancia a la corrupción? En el caso de la ciudadanía puede ser por impotencia ante la absoluta imposibilidad de generar algún control social a la misma; y en caso institucional podemos estar ante un caso de funcionalidad mórbida. Esto último puede ser muy preocupante porque significa que la corrupción es un componente esencial del funcionamiento del sistema político. No se trata de una anomalía, sino de un dispositivo que aceita la marcha del sistema político. Si esto es cierto, quiere decir que la estructura política está esencialmente dañada, y no hay otra forma de desterrar la práctica de la corrupción sino a través de una refundación radical del sistema político. En otras palabras, significa que no hay reforma parcial posible que ofrezca una solución al problema.
La despreocupación sobre las denuncias públicas de casos de corrupción, hasta llegar al abierto cinismo, se debe a que existe una aceptación resignada de estos eventos como destino fatal. Un caso similar al de la Roma del siglo cuarto: la decadencia del imperio consistía justamente en la resignada tolerancia pública de la corrupción, y de su consecuente impunidad. Este virus acabó carcomiendo la esencia del imperio romano: el valor de la ley. En este país donde la desigualdad es de las más grandes del planeta, y el despojo de los recursos comunes ya es constitucional, entonces hasta la corrupción puede legalizarse. En suma, la decadencia cubre nuestra patria y la carcome. La clase política ha llegado a formas que los emparentan a los patricios romanos buscando acaparar el botín. Y nuestros espacios parlamentarios son sólo fachadas que simulan una República. Los diputados locales no sólo buscan empresas-fachada para justiciar los desvíos de recursos, con esos actos lo que en realidad hacen es revelar su esencia: ellos mismos son una fachada. El Congreso completo es un acto de simulación.