Para nuestra fortuna, ya como jubiladxs, la uniformidad de opiniones no cabe en nuestro espacio, no hay pensamiento único, la igualdad siempre será débil sin menoscabo de nuestro intelecto. Quizá hoy estemos más cerca de narrar nuestras experiencias como parte medular de la UAZ, que de la exaltación de aquellas cercanas luchas contra molinos de viento. Hoy nos impulsan otras fuerzas nacidas de emociones más profundas. Esto no implica quemar las naves ni abandonar nuestra actitud crítica y siempre atentos, los unos, a los sucesos sociales en los cuales permanecemos solidarios en la vanguardia; los otros, a sus cosas y proyectos personales. Todo lo que revolotea en nuestro ámbito nos mantiene distantes y cercanos sin bajar la bandera, y conestatarixs desde donde nos ubiquemos, reencontrándonos con ese espíritu siempre joven y ruidoso.
Hoy, ese espíritu vuelve a ponerse en alerta. Hoy el alma mater está involucrada en otra sucesión rectoral de la que no sabemos cómo saldrá, aunque lo podemos fijar en nuestro imaginario. Hoy la fuerza motriz que mueve a la UAZ es el debate y disputa por la administración, hoy, fuerzas políticas tratan de obtener el triunfo para convertirse en dirigentes del gremio de los trabajadores de la ciencia y la tecnología, de la filosofía e historia y otras disciplinas. Hoy se impone una adscripción a uno u otro logo que nos divide a gran escala en posiciones poco solubles. Eres bueno si estás de mi lado, perteneces a los malos si juegas en el equipo contrario y de ahí a la disociación social queda poco. El conflicto mal dirigido lleva a una transición inconclusa, al incremento de los problemas y a una ausencia de propuestas para solucionar esos problemas (que carecen de paternidad y maternidad), y que coadyuven a reorientar a la UAZ hacia otros escenarios civilizatorios.
Como jubiladxs –no todxs- y otros muchos en activo, observamos propuestas vagas, sugerencias abstractas que sin consenso nos regresarán al estancamiento que no localiza el atrevimiento para un cambio profundo; no podemos coincidir en una salida progresista a la deuda, en la promoción y certidumbre para jóvenes docentes que representan la transición generacional, el momento inhibirá la instalación en nuestro campus al conocimiento de frontera por reyertas, por el menosprecio a la inteligencia. Se pospone el esfuerzo por construir cotidianamente una UAZ que esté a la altura de los desafíos de su entorno inmediato.
Ahora no resulta sencillo trazar una línea entre el verdadero interés académico y administrativo por consolidar una noble institución, sí el apetito político que destila el márquetin discursivo-reiterativo, desgastado, que todo lo justifica, crece y se adhiere a la conciencia colectiva tanto que se llegue a creer que lo intrascendente es el valor auténtico; es el lugar común como fresca propuesta que los devotos de unos y otros asumen y pregonan. El griterío ha suplido a la cordura, las porras a la profundidad analítica; hemos olvidado caminar para brincar, nos instalamos en lo caricaturesco de quién detona el grito, ubicándonos más y más lejanos del quehacer de pensar; cada día más cerca del circo y cada vez más lejos de la utopía. ¿En qué escala del camino como universitarios hemos olvidado la cordura, la sensatez? ¿Quién nos la robó? Por desgracia, envejecemos sin chistar y sin estilo, cuando deberíamos enjovenecer sabiamente.
Con carácter de urgente la UAZ requiere otro trato, de quienes la aprecian y de aquellos que le odian. Para quienes desean administrar las ruinas, el epíteto, la calumnia, la mofa, la ofensa fácil (que es su techo intelectual), es su trinchera y desde la cual apuestan por fragilizar aún más a la Institución. Para otros, que conservan la esperanza (cuasi extinta), se mantienen tercos de que estos espectáculos no permanezcan como el novedoso estilo de vida de los universitarios.
*Docente jubilada de la UAZ