- Inercia
Muchas quejas ha suscitado la remodelación de Plaza de Armas de nuestro estado y sobre todo la abrupta forma en que iniciaron las labores. Artistas, historiadores, catedráticos y el pueblo en general critican que gobernación haya hecho caso omiso de la inconformidad de la gente, como ya antes lo hizo con la restauración de la Alameda central; esto aunado a que comenzaron los trabajos sin dar aviso a la Junta de Protección y Conservación de Monumentos y Zonas Típicas del Estado.
La mayoría de quienes protestan coinciden en que, es un gasto innecesario y que atenta contra la identidad de la ciudad. Sin embargo vale la pena preguntarnos ¿qué es lo que en realidad tanto nos importa?
El gobierno maléfico
En “El retorno maléfico”, uno de los poemas más famosos de Ramón López Velarde, se describe la incisiva nostalgia de aquel que después de haber estado fuera de su pueblo por una larga temporada, regresa, como entre sueños, para encontrarlo devastado por la violencia de la Revolución mexicana; así en la primera estrofa advierte: “Mejor será no regresar al pueblo, / al edén subvertido que se calla / en la mutilación de la metralla.”
Muchas catástrofes han pisado nuestras calles, dejando entre los muros profundas huellas de dolor y agonía; han destrozado mucho de nuestra construcción tanto íntima cuanto material. No obstante los intentos de reintegración de las partes seguimos siendo un pueblo fracturado hasta lo más hondo.
Nuestra ciudad es una sinécdoque de todo el país y de toda su gente; hay andamios por doquier, programas de rehabilitación, de reestructuración… pero en la médula todo sigue roto, viejo, desgastado. Las fisuras se hacen cada vez más profundas y amenazan con colapsar. No se trata de un deterioro de décadas sino de siglos.
López Velarde la bautizó como “la bizarra capital” y ahora mismo no hay otro adjetivo menos singular que éste, pues ya no es más un lugar generoso o lúcido, sino el epíteto de la inseguridad y la inconformidad social.
Con todo esto, resulta significativo que se redoblen esfuerzos en la remodelación de espacios públicos representativos, y sobre todo con las elecciones a cuestas, pues evidencia la necesidad que hay de reparar daños… Lo triste es que los intentos de reformación son sólo por fuera, muy por encimita de donde está el meollo.
Es curioso que dentro de todos los sinónimos posibles del verbo “reparar” aparece el de “gobernar”; en este sentido entenderemos que si nuestros dirigentes repararan las cosas de forma artificial y sin trascendencia, es porque de esa forma entienden lo que es un gobierno.
La ciudad enmascarada
Pero ¿entonces qué será de nuestra identidad sin la antigua apariencia de la Alameda o sin la particular arquitectura de la Plaza de Armas? ¿Perderemos lo característico de nuestra idiosincrasia zacatecana? ¿Los gobernantes seguirán abusando de su poder e ignorando a la ciudadanía? Con excepción de la última pregunta, todas pueden ser contestadas de manera negativa. Sin duda nada puede atentar contra una identidad sólida y en efecto inverso, cualquier cosa derriba lo que es deleble.
Vale la pena cuestionarnos por nuestros propios valores, por nuestra propia destrucción. Hay que echar un vistazo a lo que estamos realmente aportando para que esta noble ciudad no se derrumbe. No es que minimice el hecho deleznable de que no se tome en cuenta a la ciudadanía para llevar a cabo obras que a todos conciernen, pero también es importante ser conscientes de qué hacemos para evitar estas actitudes retrógradas.
Porque otro de los grandes problemas es que, los ciudadanos nos preocupamos y quejamos mucho de lo que los gobernantes hacen o dejan de hacer, pero pocas veces nos criticamos de igual forma; porque le bienestar de un pueblo no sólo depende de sus dirigentes, sino principalmente de quienes lo habitan.
De este modo, además de preocuparnos por la identidad que se perderá con la fachada de edificios o plazas públicas, también hay que preocuparnos por la identidad que ya tenemos como ciudadanos de este Estado, la identidad de personas dejadas a expensas de “los de arriba”, que pocas veces se unen para luchar por una causa y que hacen todo lo posible porque no haya abuso de poder sobre ellos. Y más importante aún, hay que ver cuánto podemos luchar por sí restaurar esta identidad por una más digna.
Hay gente que, cuando pasa algún político cerca de ellos o ve alguna impunidad, actúa como por acto reflejo dirigiéndole alguna grosería o algo por el estilo. Hay muchos inconformes que creen que con este tipo de actitudes se consigue un verdadero cambio o que están defendiendo algún ideal. Tristemente no es así. De poco sirve criticar amargamente desde las redes sociales o entre cuates de lo mal que va la política. De nada sirven los actos impulsivos o las quejas que se quedan sólo en eso. Hay que manifestar inconformidades pero de manera contundente y en el mejor de los casos, aliarse a quienes comparten tal descontento. De otra forma sólo estaremos haciendo berrinche en situaciones que deben tomarse de forma seria. ■