- En 2008 ambas fueron detenidas; “yo no conocía a mi hija, la vine a conocer aquí”, dice
- Buscan reunirse cada 15 o 22 días; los encuentros en el penal duran de tres a cinco horas
Una conversación cotidiana sobre la escuela, el trabajo, los amigos y amores, las presiones económicas y la incertidumbre de saber qué pasará en el futuro. Una madre y su hija. Ambas deciden encontrarse para crear una atmósfera de desahogo, para dar y recibir consejos, una palabra de aliento.
Una relación normal, sana, entre dos generaciones de una misma familia. Una situación común que podría servir como reflejo de muchas.
El espacio en el que tiene lugar la cita, sin embargo, delata las diferencias. Identificarse, esperar a que un guardia de seguridad abra una puerta de rejas metálica y pasar por un punto de revisión de seguridad son los pasos previos para poder, finalmente, reunirse y conversar.
Una vez que se han salvado estos pasos, los testigos de la plática entre Beatriz y su hija son los muros de hormigón del Centro de Reinserción Social (Cereso) femenil de Cieneguillas y las custodias que vigilan el interior del penal.
Pese a las condiciones que desde hace tres años existen en su relación familiar, ellas se reúnen con frecuencia. Cada 15 o 22 días. A veces, cuando hay suerte y el trabajo lo permite, se ven hasta un par de ocasiones en una misma semana. De tres a cinco horas es lo que dura cada encuentro.
Beatriz conoce bien a su hija de 26 años, de quien se reserva el nombre para no causarle problemas en su ambiente laboral o personal. “Uno aprende a conocer a sus hijos con la mirada. (…) Antes de que abra la puerta ya sé cómo viene; si viene mal, si viene feliz, si algo le pasó. Ya sé cómo anda por su expresión de la cara”.
Sin embargo, al ser entrevistada con motivo de este 10 de mayo, Día de la Madre, recuerda que no siempre fue cercana y de amistad esta relación. No lograron que fuera de este modo hasta que en 2008 ambas fueron detenidas e ingresaron a la cárcel de Cieneguillas.
Conocí a mi hija en la cárcel
Entraron juntas hace ocho años. Durante cinco convivieron al interior del Cereso y hace tres que la hija de Beatriz fue puesta en libertad. A ella, a la madre de esta familia, aún le quedan tres años de condena por el delito del fuero común que cometió y el cual no reveló durante este encuentro.
Antes, sostiene Beatriz, el concepto que tenía de una relación entre madre e hija era el de “ordenarle y mantenerla”. Esto era un error, piensa ahora, pues como “papá y mamá (…) no se da uno el tiempo por el trabajo, por lo que sea, no quiero entrar en tantos detalles; pero yo no conocía a mi hija”.
“La vine a conocer realmente aquí”, concluye. La estrategia de cumplir a cabalidad la normativa del penal les permitió obtener el privilegio de vivir en el mismo cuarto; en la misma celda, con otras dos mujeres, durante cinco años.
Un tiempo, expresa, que tuvo un resultado claro: “Me perdonó el que fui yo la culpable de haberla traído aquí y yo lo puedo ver en sus ojos, cuando viene, que no hay qué reprochar. Y eso lo aprendimos aquí por la misma convivencia, las cosas a veces tan difíciles, tan sólo el estar privadas de nuestra libertad; aunque tuviésemos todo, estamos privadas de la libertad”.
Dejé a un lado mi rol de madre
Rodeada de autoridades, en un patio cercado por vallas metálicas, en barracones de hormigón divididos en celdas donde las puertas permanecen cerradas de las 7 de la noche a las 7 de la mañana, ejercer como madre no era una opción.
Beatriz señala que ese rol tuvo que hacerlo a un lado por su hija, precisamente, quien era casi una niña, de menos de 20 años, cuando fue aprehendida junto a ella. Consideró que cuanto antes llegara a un estado de madurez, más fácil sería afrontar la situación y el futuro que se espera tras un presente como el que estaban viviendo.
El objetivo, por tanto: “prepararla cuando saliera porque su mamá no existe”. A tres años de su liberación, la joven que ya tiene 26 años trabaja, dice orgullosa. Es “estética ambulante” y está estudiando.
Durante el tiempo que permanecieron encarceladas juntas, el consejo de Beatriz era “que nada más hiciera lo que tenía que hacer porque teníamos que poner los pies sobre la tierra para darnos cuenta que estábamos en un lugar en el que ni ella ni yo íbamos a esperar mucho porque estábamos bajo autoridad”.
El tratar de hacer amistad no sólo con su hija sino con las demás compañeras de celda que también eran unas “chiquillas”, muy jóvenes, así como las conversaciones que llenaban por las noches el cuarto son momentos que se extrañan. “Fueron días muy felices que a veces pues sí añoro, para que digo que no. Pero no, qué bueno que está fuera”, sentencia.
Quiero independizarme de mi hija
Beatriz no sólo es madre, sino que también tiene cinco nietos. Ellos la han visitado durante estos ocho años, pero la vergüenza de que vayan a verla aumenta conforma crecen y van siendo más conscientes de la situación en la que se encuentra su abuela. “Ya empiezo a sentir mucha pena que vengan”, reconoce, “sí se me hace a veces difícil y he estado a punto de decirles que no me los traigan”.
Tampoco acepta que su hija vaya siempre. Los deseos, como madre, de que no descuide sus estudios ni el trabajo pesan más que las ganas de estar con ella. Cualquier pretexto, comenta, le ha servido para “liberarla un poco más y no ponerle tanta presión” ahora que está fuera.
Los pensamientos sobre su futuro pasan por una necesidad inmediata que es la de ahorrar. Los productos de artesanía y bordado que ha ido fabricando en los talleres del Cereso pueden venderse. Además, en el curso de costura se trabaja desde el interior del penal para escuelas y una maquiladora. Estas actividades, dice Beatriz, “me mantienen económicamente y emocionalmente me tienen bien; para mí es terapia”.
El ahorro que consiga en los tres años que le restan de condena será indispensable para lograr una meta específica en la relación que ahora tiene con su hija y que se trata de “deslindarme de ella (…) porque yo quiero que sea feliz”.
“Ella sabe que yo estoy grande, sabe que yo puedo pensar que no tengo casa y que qué va a ser de mi vida. Y ella dice: ‘siempre vas a estar conmigo’. Pero yo no pienso así. Yo pienso en buscar la manera de independizarme y no estorbarle”, expone.
Pero aunque busque esta independencia, Beatriz asegura que la relación entre una madre y su hija, “pese a lo que sea, como estén las cosas, es tan fuerte que no se debe romper”. Termina la entrevista aseverando que “el amor es y el amor nunca va a dejar de ser; y nunca se puede romper ni por cárcel ni por nada. Sólo la muerte puede acabar esa relación”.