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domingo, 20 abril, 2025
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“Odio a los indiferentes”

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Por: RUBÉN FLORES MÁRQUEZ •

Antes que todo, quiero advertir al lector que esta pequeña contribución a la reflexión pública puede generar incomodidad, para algunos puede llegar a ser invasiva o como dirían en mi pueblo: “les quedará el saco”. 

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“Odio a los indiferentes” es un escrito de uno de mis autores preferidos, el italiano Antonio Gramsci, perseguido y encarcelado por Mussolini en 1926, fue una de las figuras más reconocidas del Partido Comunista de Italia, del que fue cofundador en 1921 y secretario más tarde. 

Gramsci en este texto señalaba la importancia de vivir en la política, donde por donde se le viera se tenía que tomar partido “No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes”.

La indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto heroico (de valor universal) puede generar no es tanto debido a la iniciativa de los pocos que trabajan como a la indiferencia, al absentismo de los muchos.

Antonio visualizaba la participación como algo fundamental para el éxito de las cosas, señalaba con dureza a quienes no actuaban, los inmóviles, los egoístas a quienes los problemas les eran ajenos, aun cuando les afectaran, no hacían nada. Pero también apuntaba a quienes ignoraban lo colectivo y desde esa indiferencia imponían su voluntad de grupo. Unos y otros son igual de dañinos, pero los dos se alimentan de la indiferencia de las masas. 

Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después sólo la revuelta podrá derogar, deja subir al poder a los hombres que luego sólo un motín podrá derrocar.

Los hechos maduran en la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la masa ignora, porque no se preocupa. Los destinos de una época son manipulados según visiones estrechas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos, y la masa de los hombres ignora, porque no se preocupa.

Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ‘Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó?’. Pero nadie o muy pocos culpan a su propia indiferencia, a su escepticismo, a no haber ofrecido sus manos y su actividad a los grupos de ciudadanos que, precisamente para evitar ese mal, combatían, proponiéndose procurar un bien.

Se pide cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho. Y siento que puedo ser inexorable, que no tengo que malgastar mi compasión, que no tengo que compartir con ellos mis lágrimas. Soy partisano, vivo, siento en la conciencia viril de los míos latir la actividad de la ciudad futura que están construyendo. Y en ella la cadena social no pesa sobre unos pocos, en ella nada de lo que sucede se debe al azar, a la fatalidad, sino a la obra inteligente de los ciudadanos.

En ella no hay nadie mirando por la ventana mientras unos pocos se sacrifican, se desangran en el sacrificio; y el que aún hoy está en la ventana, al acecho, quiere sacar provecho de lo poco bueno que las actividades de los pocos procuran, y desahoga su desilusión vituperando al sacrificado, al desangrado, porque ha fallado en su intento.

Sin conocer el contexto de Zacatecas Gramsci describió de cuerpo completo a la mayoría de la clase política de nuestro estado: “periodistas”, “políticos”, “líderes”, “empresarios” que señalan, critican, reclaman pero siguen siendo profundamente indiferentes a los problemas, porque a ellos no les interesa que se arregle, lo que les importa es el fracaso de quien lo intenta, desahogándose de manera vituperante a quienes en las calles buscan un cambio activo ante el distante lloriqueo de los eternos “inocentes”. 

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