El periodista Ciro Gómez Leyva vaya que es furibundo defensor de Carlos Loret de Mola, a grado tal de victimizarse ambos de una andanada injusta de parte del “poder del estado”, cuya única autenticidad es contestarles a ambos – en el legitimo derecho de réplica- sus escalofriantes mentiras y cifras a modo para desdibujar a un gobierno legítimo y popular, como un episodio nefasto en la historia de las elecciones y administraciones públicas mexicanas.
Volvemos a la cadena que intensifica todo: ser agradecidos con quienes les proporcionaron caudalosas sumas de dinero por sus servicios como locutores, grupos de oligarcas empotrados en la famosa “mafia del poder” y haciendo que durante muchos decenios el trágico destino de los mexicanos fuera una cifra escalofriante en los anales del crimen y el saqueo, la corrupción y el desaseo, la impunidad y el cinismo y avalados y solapados por grupos de periodistas a modo en periódicos, programas de radio y Tv, redes sociales y conferencias, un montonal de basura que les dio manga ancha al pripanismo perredista enloquecido a robar a manos llenas.
Tan solo el ultimo año de la administración presidencial de Enrique Peña Nieto, se le destinó a la prensa mas de 120 mil millones de pesos, contratos super millonarios para tapar o alentar políticas nefastas, actos atroces que evitaron la captura de verdaderos capos del hampa de la politiquería y que permitieron su fuga en una ensalada de dólares y joyas, propiedades y cuentas bancarias, rastros demenciales de movimientos a espaldas de una población ávida de paz y de trabajo, educación y seguridad pública.
Ciro Gómez Leyva no puede evitar agradecer a quienes lo han hecho un locutor millonario y con los incidentes propios de su escandalosa vida: defensa a ultranza de las elecciones de 2006 donde perjura “no hubo fraude” cuando es de los mas documentados que se tenga memoria; su atentado en donde con tan solo 7 tiros a su camioneta blindada le dio un toque a los detenidos de ser quien sabe qué, es decir, un grupo delincuencial como parte de otro grupo y de otros sectores que no mandan ningún mensaje más que el desmadre de un “obradorismo que abraza y no balacea a los delincuentes”.
Ambas caras de una misma moneda: si son periodistas, reporteros audaces, con labia, inteligencia y decisión, pero son de la derecha. La verdad es muy subjetiva, nos recalcaba el maestro Donoso Pareja, cada quien tiene la suya y es muy probable que la verdad pública también lo sea, el colono quiere agua, los pacientes medicinas, los comerciantes créditos, los industriales un bajo salario a sus empleados, los narcos la connivencia con las autoridades, el periodista oficial quiere vivir bien, por ello engaña con montajes, asocia imágenes con incapacidades, no analiza las violencias heredadas, las acomoda como una carga de ineficiencia de las nuevas fuerzas políticas emergentes y la condena está a la orden, un matrimonio brutal entre callar y decir las cosas a modo.
Hay arrogancia, hay altivez, hay finales felices. Epigmenio Ibarra o el sentido común -ese si no es subjetivo- indicaría que el periodismo de hoy exige no hacer difamaciones ni manchar honorabilidades o asociarse con saqueadores del erario público- en este caso dinero destinado al sector salud- y otorgar cantidades millonarias como pago a mentiras, difamaciones, el acoso constante ante políticas sociales que benefician directamente a millones de hogares que desde hace muchos años esperaban quien los escuchara y apoyara en su crecimiento.
Ciro y Carlos, Joaquín y Marín, el puñado de viejos zorros y nuevos alfiles como pioneros de la desvergüenza adinerada, siendo cómplices directos de políticas que envilecieron a instituciones y alimentaron las cifras negras del crimen, las enfermedades, las colonias con casas de cartón, el suicidio de reclusas desesperadas, es decir, toda una ristra de calamidades propias de un neoliberalismo totalmente injusto, depredador del bien público, mancomunado con el tráfico de drogas, armas, personas y hasta hidrocarburos.
Ahí están los hechos diarios, dueños de su casa, los periodistas y locutores ponen bardas, se alteran con frecuencia, prometen nunca cambiar y van por el camino con melodías silbadas que les deja muchas satisfacciones atolondradas.