Andréi Tarkovski murió de cáncer pulmonar el 29 de diciembre de 1986, año en que concluyó la película “El sacrificio” (Offret). En 1972 filmó “Solaris” película inspirada en la obra de Stanislaw Lem del mismo nombre. En el 75 dirigió “El Espejo”, en la que reproducía y ahondaba la estética explorada en “Solaris”. Para 1979 aparece “Stalkner”, basada en la obra “El picnic” de los hermanos Strugatski. Si podemos distinguir una constante en las obras de Tarkovski es la utilización del silencio y las escenografías minimalistas sobre un trasfondo que podemos denominar “místico”, que sobresale especialmente en su última película. En su libro de 1985, publicado en la extinta Alemania Occidental con el título Die versiegelte Zeit. Gedanken zur Kunst, Ästhetik und Poetik des Films traducido al castellano por la editorial Rialp, de Madrid en 1991 con el título “Esculpir en el tiempo, reflexiones sobre el cine” y por la UNAM en 1993 (segunda edición de 2005, tercera de 2009) con el menos moroso nombre de “Esculpir el tiempo”, Tarkovski profesa la vaga doctrina de que el hombre se apropia del mundo mediante el cine, y que esa apropiación se hace mediante el método de capturar imágenes en un medio, a lo que denomina “esculpir el tiempo”. Su comentario sobre “Solaris” indica que consideraba fallida la cinta debido a que no pudo eliminar el elemento “científico” de la novela de Lem, empresa imposible teniendo en cuenta que para Lem la especulación de “Solaris” era un replanteamiento del tema básico del encuentro con seres extraterrestres. En la ficción inglesa y norteamericana el modelo seguía siendo el de Wells en “The War of the Worlds”, pero para Lem los seres extraterrestres no necesariamente podían pensarse mediante la proyección de los motivos humanos adquiridos en una larga historia de encuentros, conquistas, guerras y colonialismo. El “extraño” podía ser por completo ajeno, tan inhumano como el planeta viviente llamado Solaris, que produce réplicas de seres humanos con tanta facilidad como hace crecer formas caprichosas en sus océanos.
Su última película, la ya citada “El sacrificio”, se realiza con un guion escrito por él, pudiendo controlar mejor los supuestos que desarrolla a lo largo de la secuencia visual. La historia se engarza con otro tema que la ciencia ficción ha hecho suyo, pero precede al género como tal. La idea del fin del mundo mediante una conflagración nuclear es necesariamente hija de la guerra fría, la crisis de los misiles y la estaflación de los 70, pero el desarrollo de la trama muestra que la ideología de Tarkovski no es en modo alguno “científica”, prefiriendo creer que el mundo puede salvarse por la acción de los ensalmos y la hechicería, antes que por la geopolítica y las operaciones financieras. El protagonista, Alexander, el 18 de junio de 1985 –día de su cumpleaños- escucha por televisión la noticia de una irreversible guerra nuclear. Se ha dicho, con razón, que se debe poner de relieve que la idea de la película la tuvo Tarkovski en los 70, cuando la U.R.S.S. todavía podía darse aires de “superpotencia” capaz de retar la supremacía de los Estados Unidos. Como contraste compárese con la película de 1984 de John Cameron, “Terminator”, en la que el inevitable conflicto no es ya con la potencia comunista, sino con un futuro producido por el irrefrenable progreso técnico de las democracias representativas occidentales. Pero mientras que para Cameron y sus ideólogos la guerra era inevitable pero podía resolverse a favor de la sociedad norteamericana sin modificar un ápice el patrón de consumo ni repartir la riqueza acumulada, Tarkovski se negaba a transigir ante esa bravuconada. La solución que propone al conflicto se deja ver cuando Alexander promete a Dios –al Dios oculto de Pascal- que abandonará a su familia y posesiones a cambio de otra oportunidad. La oportunidad se le presenta cuando el cartero, Otto, obsesivo coleccionista de hechos extraordinarios, lo convence de mantener relaciones sexuales con María, una bruja benigna. Por supuesto, en éste punto estamos en la pura alegoría: la unión con María permitirá la gestación de un mundo nuevo gracias al sacrificio de Alexander. Pero es una alegoría con una carga ideológica definida: no es con más guerra, con John Connor y su resistencia, como se podrá salvar al mundo, sino con un cambio radical que Tarkovski resume en la adquisición de una nueva “fe” por parte de Alexander.
Cuando ponemos a funcionar la alegoría que queda explicita en la película podemos conectar de inmediato con los sucesos que han cimbrado al Eurogrupo y reducido a nuestro secretario de Hacienda a la incoherencia: no es con más control de la inflación, con más austeridad y contención salarial que se podrán resolver los problemas de desigualdad, pobreza y marginación que han aparecido en España, Portugal y Grecia, y que han sido endémicos en América Latina. Se requiere un pensamiento económico radicalmente distinto a ese que nos ha llevado a la más intensa concentración de riqueza en la breve historia humana. ■