«Yo por los otros” fue el concepto a reforzar por el sociólogo Jaime Perozzo que asesoraba a la sorprendente selección de Costa Rica. La estrategia no es nueva, el trabajo en equipo por encima de la explotación de los talentos individuales ha sido usado exitosamente entre otros, por el entrenador Phil Jackson en el baloncesto.
No es lo común, sin embargo; según cuentan los avezados en el futbol y los que creen serlo, la debilidad de Argentina y Brasil estaba en depositar toda la responsabilidad del triunfo en sus jugadores estrella. El desolador resultado del juego Alemania-Brasil que los anfitriones jugaron sin Neymar y sin su capitán Thiago Silva parecen darles la razón.
En otras actividades humanas se da el mismo fenómeno: cuando el carisma, el liderazgo, y la capacidad de una persona destacan de tal manera, es difícil no depositar en él o en ella la fuerza de todo un movimiento.
A veces es deliberado, una lucha encarnada en un individuo es tan endeble como lo sea el ser humano a quien se le considera personificación del asunto en cuestión. El hombre (como especie, no como género) es falible, puede matársele, corrompérsele, herírsele, chantajeársele o lo que haga falta. Las ideas por otro lado son a prueba de balas.
La equiparación de una causa a la figura de un líder es una tendencia casi natural empujada por la necesidad de concretar en alguien la esperanza que mueve a la acción. Pero cuando el líder tiene la suficiente grandeza de miras rehúye de ello y procura distribuir en una institución o en un grupo el compromiso de las decisiones, el reconocimiento por las victorias y la responsabilidad de los errores. Valgan algunos ejemplos de esto:
Si antes ya lo intuían, el infarto de López Obrador debió dejar claro entre sus simpatizantes que Morena tiene que ser mucho más que él, tiene que ser más grande y más fuerte. En ello contribuye la dirección de Martí Batres y las aportaciones de figuras de la talla de Claudia Sheinbaum, Paco Ignacio Taibo II o Armando Bartra, entre otros.
La apuesta de los estadunidenses fue siempre que a la muerte de Fidel Castro se derrumbaría la revolución cubana, por ello intentó matarlo en más de quinientas ocasiones. A casi ocho años de haber dejado la presidencia, la revolución sigue ahí, transformándose como toda realidad humana pero ahí. Probado que el poder no está en llamarse Fidel, ahora la ilusión del imperialismo está en que se base en apellidarse “Castro”, y esperan que la revolución caiga cuando Raúl deje la presidencia.
Quizá uno de los retos más grandes de Hugo Chávez y en el que puso todo el empeño de los últimos días de su vida, fue construir las bases de una revolución bolivariana sin él, un chavismo sin Chávez que supo esquivar la trampa de la división que se buscó sembrar entre Diosdado Cabello y Nicolás Maduro, las dos figuras con posibilidades de llegar a la presidencia de Venezuela a la muerte del comandante.
Po otro lado y paradójicamente, el pueblo que creyó tener en Obama el emblema de esperanza por un cambio en Estados Unidos, es el severo juez que minimiza el bloqueo legislativo que ha tenido a lo largo de todo su gobierno, e incluso lo considera el peor presidente de ese país desde la Segunda Guerra Mundial. Si la promesa fue de un hombre, la culpa también lo es.
Finalmente en México el doctor José Manuel Mireles, iniciador del movimiento de autodefensas en Michoacán, paga el costo de ser la cabeza visible de quienes no se alinearon a las órdenes de Alfredo Castillo. Aunque fue detenido con setenta personas más, Mireles está encarcelado muy lejos de familiares o amigos, en el estado de Sonora, mientras sus compañeros se encuentran presos en Michoacán.
La notoriedad de Mireles es un arma de doble filo, bien puede significar mayor resguardo a su seguridad y salud debido a la atención mediática que hay sobre su persona, pero también podría padecer un castigo que a todas luces pretende ser ejemplar para desanimar a quien se le ocurra defenderse por cuenta propia de la criminalidad que azota a Michoacán y otras partes del país.
Para quienes estaban con Mireles al momento de su detención el futuro es quizá más incierto. Su anonimato puede ayudar a que se les libere sin aspavientos, pero también podrían ser maltratados, torturados o hasta asesinados sin que se diera la misma reacción que se prevé habría si eso pasara al doctor Mireles.
El valeroso pueblo de Atenco puso el ejemplo. Cuando Ignacio del Valle líder de aquel movimiento estaba en prisión junto con otras once personas, la movilización y la exigencia de libertad fue para los 12 detenidos, de los cuales unos de ellos ni siquiera pertenecían al Frente Popular en Defensa de la Tierra. Todos quedaron libres. Quedó claro que Atenco era más que un hombre. Ese es el reto. ■
@luciamedinas