En la reciente elección nos topamos con el fenómeno de voto inelástico. Una conducta elástica es cuando la reacción del elector varía de acuerdo a los resultados esperados en los gobernantes u organismos políticos; así por ejemplo, si un partido no aporta los resultados esperados en sus diferentes ejercicios de gobierno, los electores tienden a abandonarlos y votar por otra opción. Y si hacen bien su papel, los reivindican en sus puestos. En suma, la elasticidad es cuando la conducta electoral cambia de acuerdo a los resultados esperados. Si esa correspondencia no ocurre, decimos que estamos ante comportamientos inelásticos. Igual que en el caso de la economía: la tortilla es inelástica porque a pesar de que el precio aumente, el consumo sigue siendo el mismo; y los automóviles son muy elásticos, porque su venta depende en mucho de la variación de su precio. En el campo político la elasticidad es muy importante, porque permite asumir a las elecciones como un mecanismo de rendición de cuentas, y con ello, constituye a los procesos de elección en un dispositivo esencial para gestionar la calidad de los gobiernos. Si un gobierno es francamente malo, el momento electoral sirve para quitarlo. Y al revés: un buen gobierno se premia con la continuidad. Si no existe elasticidad, pues queda eliminada de tajo la función de las elecciones como acicate de la justicia en las acciones de los gobiernos y legisladores.
Pues bien, en estos meses que pasaron, se desplomó la aprobación del gobierno de Peña Nieto: una serie de reformas impuestas y que la mayoría del pueblo de México no compartía (sobre todo la energética), los incumplimientos en metas esenciales en los que se había comprometido, como los presupuestos educativos y el rescate del campo; los escándalos de seguridad (Tlatlaya y Guerrero), y los mayúsculos casos de corrupción. En algunos estudios se corrobora la correlación entre el desempeño del gobernante y el voto a su partido, como por ejemplo la disminución del voto al PAN con Fox, y el aumento del voto al PRD con la popularidad de Andrés Manuel cundo fue jefe de Gobierno del DF. Lo cual hizo pensar que en esta elección el PRI tendría una sensible disminución en la votación y con ello, que el presidente no contaría con la mayoría en la Cámara de Diputados entrante. Porque además, estaba aliado al partido que se llegó a calificar de “canalla”, por su conducta abiertamente tramposa (el Verde), y por ello, se esperaba una disminución en la votación a ese partido. Sin embargo, Peña Nieto no tendrá problemas con la mayoría en San Lázaro. Así las cosas, estamos ante un voto inelástico: no importa lo que el gobierno priísta haga o deje de hacer, conserva su misma votación mayoritaria. Si la situación está de ese tamaño, es vital que nos expliquemos por qué ocurre tal cosa.
Hay una serie de teorías que pretenden explicar el móvil del voto y los comportamientos electorales. Unas afirman que la gente vota según sea su condición socioeconómica: si es obrero vota por partidos clasistas y si es empresario-católico, votará por el PAN. Pero en esta ocasión esa teoría no tiene poder explicativo. Otras se van por el análisis de los medios y mecanismos de información para comprender la orientación de los votantes. En este caso, tendría algo qué decir, pero es insuficiente. Algunas teorías más, se concentran en factores psicológico-culturales, como la identidad o simpatía con los partidos en cuestión con los bloques de electores. La ideología nacionalista construyó un imaginario a favor del PRI, y la imagen de modernidad liberal se asoció al PAN; sin embargo, ya nada de esto tiene actualidad. Sus imágenes originarias están deformadas.
¿Se da un discernimiento individual y racional en cada elector? ¿Y la decisión es un ejercicio de juicio expreso? Lo que supone que median factores abstractos como programas y propuestas de política. En este caso, no lo creo. Más bien, estamos determinaciones por el lugar que tiene el votante en la circunstancia funcional respecto a su posición frente al Estado (y por tanto al partido en el gobierno). La decisión electoral no tiene por la guía un pensamiento estratégico que se ponga como fines el bienestar colectivo; por ejemplo, que voten por el partido o candidato que pueda mejorar la educación, el empleo, o cualquiera de los grandes problemas nacionales. Esta idea supone un elector neutro que elige según las mejores razones, y que si elige mal es por ignorancia o falta de información. Empero, no estamos ante un votante de este tipo, sino ante uno que ve el proceso electoral como una oportunidad para maximizar sus utilidades inmediatas. La cosa no es pues un debate abstracto sobre cuál partido ofrece las mejores soluciones a los problemas públicos, sino ¿cuáles son los criterios que utilizan los electores para percibir sus beneficios? Luego entonces, estamos ante un elector no-neutro, sino que persigue alguna utilidad (que es de los más diversos tipos). Este elector, por tanto, está de alguna manera involucrado en los intereses del propio proceso electoral. En el campo de los electores independientes que deciden por un acto de reflexión de acuerdo a razones abstractas, es donde se encuentra la abstención. Es decir, el universo de los electores es diverso, y entre ellos hay al menos dos tipos: los que están de alguna manera involucrados y los independientes. A la democracia le conviene un votante con pensamiento estratégico e independiente. Sin embargo, lo que tenemos es que hay un déficit en la calidad de la ciudadanía, y por ello mismo, tenemos voto inelástico que no reacciona a los resultados de gobierno o a propuestas de planes, sino que reacciona sólo a una conjetura de conveniencia inmediata. Las cosas pueden cambiar si se logra interpelar el ánimo y el razonamiento de la masa de abstemios donde hay ahora mismo un buen porcentaje de voto independiente pero inhabilitado. ■