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martes, 13 mayo, 2025
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El reino del matriarcado

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

¿Quién no recuerda los comerciales de Elektra para el día de las madres? Los hijos endeudándose en abonos chiquitos para comprarle una lavadora o una estufa a su madre o esposa, y éstas, conmovidas hasta la lágrima mostrándose agradecidas. También es un hecho que para el 10 de mayo encontramos, en todos los supermercados, los utensilios de cocina a precios bajos.

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Es el Día de la Madre una fecha especial y quizá la que tenga mayor peso social para la mujer, al menos la mexicana, pues se le reconoce como la reina del hogar, aunque por otro lado, también es un momento que genera descontento pues provoca la reflexión sobre el papel cultural del feminismo nacional.

 

La sacrosanta madrecita

El principal referente de una madre en México es la Virgen de Guadalupe, a quien se le cantan las mañanitas todos los 10 de mayo a primera hora. Es la madrecita de todos los mexicanos, y lo es porque en ella se identifican tanto en el plano físico como en el espiritual. Además, perfila la idea de que la mujer es pura y santa, es decir, debe ser comportarse como una virgen.

Este culto moralmente conservador habla mucho del pensamiento nacional respecto a las féminas; ya Octavio Paz señala en su ensayo Máscaras mexicanas que la mujer es “pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen.”

Según Paz, la mujer mexicana sólo transmite y conserva los valores y energías que le confían la naturaleza y el hombre, pero nunca los crea. Sin embargo, en ese transmitir y conservar es donde radica su poderío; es viable apuntar que las sociedades conservadoras lo son, en gran parte gracias a las mujeres, pues han sido las encargadas de preservar ciertos modelos de convivencia.

 

La alienación matriarcal

El doctor José Dunker, explica en su libro Los vínculos familiares: una psicopatología de las relaciones familiares que existen en la familia tres vínculos: El conyugal, entre esposo y esposa; el parental, que se da entre padres e hijos y el fraternal, que es el de los hijos entre ellos como hermanos. Dunker expone que al inicio del matrimonio, durante la fase del enamoramiento, la pareja vive con solidez el primer vínculo, pero este se comienza a romper al tener hijos, pues la atención de ambos se desvía de la relación de pareja a la relación de padres. Además intervienen otros procesos igual de complejos, ya que los padres desarrollan una alienación con sus hijos preferidos, que resultan ser los del sexo opuesto, es decir, los padres con las hijas y las madres con los hijos. De esta forma, se vive un divorcio emocional entre los jefes de familia y se da paso a una invisible guerra entre los dos bandos. La alienación parental, según Nelson Zivaco se manifiesta “como una campaña de difamación y denigración en contra del padre ausente con altos grados de perversión”, lo cual rompe el vínculo que por desgracia no siempre logra reconstruirse.

Rosa Montero, en el artículo Terror, publicado en el periódico El País en junio de 2010, manifiesta que generalmente son las mujeres quienes detractan la llamada alienación parental en los procesos de divorcio por considerarla “una maniobra para culpabilizar a uno de los cónyuges” además de “neutralizar las denuncias de los niños, psiquiatrizar a las madres y entregar a los pequeños a sus violadores”.

En otras palabras, las mujeres suelen valerse del dolor o del sufrimiento para empoderarse, es decir, al igual que una mártir o una víctima se le tiene que compensar ese sufrimiento, y generalmente esa retribución la ganan con los hijos, a quienes educarán en el odio hacia el padre, siendo este uno de los grandes beneficios de esa imperceptible venganza. Así, dados los procesos de alienación, la madre queda a la cabeza de los hijos varones, quienes, en su momento serán los encargados de alienar a las hijas en un círculo de valores donde son los machos quienes parecen ser los únicos beneficiados, pues paradójicamente el matriarcado se beneficia de los perjuicios.

No es que los abusos y violaciones de los derechos humanos sean justificables, pero no son exclusivos de las mujeres como sí lo es la victimización que  utilizan como herramienta de defensa y que ya es tiempo de abandonar si se quiere una mejor coexistencia. Por infortunio, el feminismo recalcitrante, ve solo los intereses de este sector de la sociedad, lo que se convierte en el extremo opuesto al machismo y a fin de cuentas, parte de una misma línea.

Dunker propone una sencilla solución: Fortalecer las relaciones conyugales, lo cual resulta imposible en una sociedad que ha aceptado la división de géneros. La igualdad no existe puesto que nadie, sin importar el sexo, es igual a otro, pero sí se puede aspirar a una convivencia más sana y de calidad donde, antes que ser hombres o mujeres, somos humanos y necesitamos unos de otros, no para sobrevivir, sino por el simple placer de tenernos. Pero renunciar al matriarcado nos llevará, seguramente, varias décadas más, si no es que siglos. ■

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