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sábado, 7 junio, 2025
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Dos visiones

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Por: PEDRO MIGUEL •

“Entonces, pues, lo que ocurrió en México el pasado domingo 2 de junio no fue un avance democrático sin precedentes en la historia del país –y del mundo, si mucho me apuran–, ni el primer paso para dejar atrás estamentos de impartición de injusticia e impunidad, y ni siquiera un esfuerzo memorable de la sociedad misma para entender cómo funciona, cómo disfunciona y cómo debe funcionar el Poder Judicial. No, qué va: fue un fraude, una gigantesca e inescrupulosa manipulación, una burla a la democracia, una herida mortal a la división de poderes y el avasallamiento definitivo de los tribunales para ponerlos bajo el mando de una presidencia despótica, dictatorial y para colmo, subordinada al antecesor en el cargo.”

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Por increíble que parezca, ésta es la percepción que intentan socializar los añorantes personales y corporativos del viejo régimen, los que vieron consumada, en la elección judicial, la pérdida del último bastión institucional que les quedaba. En lo sucesivo, su resistencia a la transformación tendrá que limitarse a pequeños, pero persistentes sabotajes desde cargos menores de la administración, a los deslindes rezongones desde los gobiernos estatales que aún conservan, a un maridaje cada vez más inocultable con el ámbito delictivo o a la búsqueda de protección avasallante en las oficinas de Washington. No sólo perdieron a los ministros y jueces que les permitían obstaculizar de manera sistemática las políticas públicas de la Cuarta Transformación, sino que se quedaron sin el manto, o mejor dicho, la toga, que solapara sus trapacerías y sus delitos financieros, fiscales y comunes. El golpe que sufrieron es demoledor.

Desde luego, la Suprema Corte de Norma Piña y secuaces no será sustituida en un acto mágico por una corte celestial. No todos los que en breve ocuparán los estrados serán personas íntegras y honestas –y algunos que alcancen el cargo perderán en él esas cualidades, porque así es la naturaleza humana–, además de que llegarán algunos faltos de experiencia y la curva de aprendizaje será costosa. Por lo demás, el relevo de juzgadores será un momento delicado en el que se deberá vigilar que no desaparezcan expedientes y pruebas, por no mencionar bienes inventariados.

Ciertamente, habría sido maravilloso que los comicios judiciales hubiesen tenido una participación al menos semejante al promedio de las elecciones legislativas y municipales en el país, pero ese objetivo era inalcanzable en un ejercicio sin precedentes que resultó, además, complicadísimo para todo mundo, desde los comités de selección de los aspirantes hasta los ciudadanos que se toparon en las urnas con una decena de boletas en cada una de las cuales había que consignar una serie de números y cuidar, encima, que éstos coincidieran con los colores de las ramas judiciales para las cuales se estaba votando.

Sin duda hubo grupos de interés de todos los signos que buscaron disciplinar el voto colectivo por medio de acordeones que fueron distribuidos de manera no muy subrepticia. Pero esas circunstancias no son de manera alguna justificación para aseverar que se perpetró un fraude generalizado y que alguien o algo (¿Morena? ¿el gobierno federal?) prefiguró de antemano los resultados finales. En muchos casos, las fotos y videos de los papeles que han circulado como prueba de esa supuesta manipulación de la voluntad ciudadana ni siquiera coinciden entre ellos ni con la composición que a la postre resultó. Por añadidura, alinear los millones de votos ciudadanos en una sola fórmula o planilla habría requerido una organización imposible de ocultar.

A fin de cuentas, como se escribía en este espacio la semana pasada, lo que hubo fue un gigantesco ejercicio colectivo que involucró a familias, vecindades, amistades y comunidades para intercambiar información, analizar y debatir las candidaturas. Y el ejercicio algo tuvo de tómbola, por cuanto no pocos llegaron a las urnas sin sus preferencias perfectamente delineadas y llenaron algunos de los campos al azar. Pero, como lo sabe la mayoría del país y lo ignora la reacción oligárquica, la tómbola tiene por sí misma un efecto democratizador, en la medida en que rompe todo intento de control corporativo sobre votaciones y designaciones.

En esta ocasión, los lamentos estridentes de la derecha reaccionaria –no era para menos: se quedó viuda de su Poder Judicial– fueron acompañados por algunos promotores de candidaturas en las redes sociales, de esos que ayer estuvieron con el PRIAN, hoy están con la 4T y mañana, quién sabe. Una vez más ha quedado demostrado que los likes en Twitter y el tráfico en YouTube y TikTok no necesariamente corresponden con intenciones de voto en el mundo real: con frecuencia, mientras en las redes se libran enconadas batallas digitales, la vida está en otra parte.

A pesar de los negacionistas, esos que dicen haber atestiguado el asesinato de la democracia, el domingo ésta se expandió de golpe y nos dejó un país que huele a nuevo. Enhorabuena.

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