El domingo dos de junio fuimos testigos de la crónica de una victoria anunciada. Se la llevó de calle. De chorro. Libre y sin varas. Si entre los apostadores algunos dieron tronchado en una proporción de dos a uno, ganaron. La carrera por la presidencia la ganó la candidata de Morena. Y decir Morena es decir Andrés Manuel López Obrador.
Volviendo a la analogía de una carrera de caballos, la flaca de oro dejó a mitad del carril a su oponente. La gelatina no cuajo. Fue más la faramalla que hizo. Se quedó en la estridencia y en el espectáculo mediático. El día de la elección desde temprano sus embajadores celebraron que había ganado, después felicitó a su oponente reconociendo su derrota y para el día siguiente ya estaba impugnando la elección. Esa es su congruencia.
AMLO ganó el plebiscito como había dicho que sería la elección. Su candidata triunfó en una proporción de más de dos a uno. Arraso en todos los estados a excepción de la hermosa Aguascalientes que resultó ser el estado más panista y xochitlteca y también ganó en todos los sectores sociales y niveles de ingreso. Especialmente entre la clase media baja y la mayoría del pobrerío.
El 60 % de los sufragantes dio la espalda a los gobiernos neoliberales a partir de Salinas hasta Peña Nieto, incluidos a los panistas. A los antiobradoristas no les bastó la marea rosada con la que se envolvió el prian. No resultó la transa. Fueron arrasaos por el segundo sunami guinda. El Frente de Fuerza y corazón por México ya no tiene razón de existir y los Alitos, Markitos y Zambranitititos si les queda algo de decencia y vergüenza, lo que deben hacer es renunciar a dirigir sus partidos. Con todo y que vivirán otros seis años pegados a la ubre del presupuesto público, la historia ya los tiene arrumbados en el museo de las antigüedades.
Claudia venció a Claudio. Claudia obtuvo más votos y un mayor porcentaje que su tutor en 2018. Los opositores al oficialismo que logró reunir Claudio X. González, pasadas las votaciones, al ver que no pueden con la realidad se empeñan en pelearse con ella. Creen que, si la realidad está equivocada, peor para la realidad. Con sus protestas e impugnaciones al proceso, se niegan a aceptar que Morena les ganó la presidencia, la mayoría de las gubernaturas incluida la Jefatura de la ciudad de México y los Congresos. Casi nada. Ante ello, recordando a los muchachos de Nicaragua, antes de la piñata sandinista; Morena y Claudia si fueron implacable en el combate (electoral), deben ser generosos en la victoria.
Claudia está obligada a enderezar la nave y componer un Estado que su antecesor deja debilitado y disfuncional. Véase sino como está el sector salud sin medicinas para cubrir las recetas, con citas muy espaciadas y falta de médicos especialistas e insumos; el educativo con una reforma educativa incierta e ideologizada y maestros y escuelas empobrecidos; y, sobre todo, el de la seguridad pública cuya estrategia no logró acabar con el espeluznante número de homicidios y la acción depredadora de los grupos delincuenciales. Ya con la victoria en la bolsa, ¿cómo usara Claudia esa enorme legitimidad que le dieron los mexicanos para reconciliarnos, ¿Más allá de la retórica?
Claudia llega a la presidencia siendo para muchos un enigma. Su primera apuesta ante la población pareciera ser saber cuándo se emancipará de quien la ungió como su candidata. Cuanto tardara en alcanzar su plena libertad y volar por su cuenta. En varios sentidos es la antítesis del caudillo de Macuspana comenzando porque, de acuerdo con su personalidad y trayectoria, es más de izquierda. Nunca milito en el PRI. Además, se asume como ecologista, feminista y defensora de los derechos humanos. Se inclina más por el estudio y el análisis crítico de los problemas que por el voluntarismo y las ocurrencias. Habiéndose formado y militado en la izquierda universitaria debe tener principios distintos a los estereotipos y dogmas anacrónicos que posee al que sucederá.
Aunque también se escuda en el pueblo, carece de carisma y naturaleza populista en su discurso.
Por lo anterior, soy de los que creen que tiene lo que se requiere para ser una buena presidenta. Aunque no será ajena a la pasión, connatural a la política, su frialdad y disciplina aunado a su visión de ver a su país como una nación moderna, la sacaran adelante. Confió en que así será.
Toca ahora que la nueva flamante presidenta se sepa rodear de las mejores mexicanas y mexicanos para conformar su equipo de gobierno. Deberá dejar a un lado lo que hizo el presidente que se va de preferir funcionarios con el 90 por ciento de lealtad y diez de capacidad, según se ufanó en decir. En la práctica se rodeó de muchos inútiles y mediocres. Sheinbaum Pardo deberá invertir la formula.