Cuando me preguntan por mi padre: José Luis Medina Lizalde, “el Oso Medina”, no bromeo si respondo que es probable que quien pregunta sepa más que yo, sobre todo si se trata de política.
Me lo creen sólo los cercanos, y unos cuántos además me lo presumen con anécdotas y reseñas de los tesoros gastronómicos que les ha mostrado mi padre en todo el estado.
No me malinterpreten, la relación familiar es fuerte, pero la política es distante. Mi participación en ella ha sido desde siempre más a su pesar, que por su causa.
Su rechazo al nepotismo y la ruindad, e incertidumbres comunes de la política, hacen al Oso desear que fuera tan alérgica a ella, como el resto de la familia.
Derrotado por mi terquedad, tolera mi activismo y con el tiempo hasta se resignó a él, por estar siempre circunscrito al trabajo de base, sin fotografías y con frecuencia en tareas anónimas institucionales, o colectivas.
Pero no me entera ni de lejos sus decisiones políticas; la mayoría las conozco por los diarios. Estuvo cerca de que así ocurriera con la de registrar su aspiración al Senado en 2024 para contribuir en la continuación de la cuarta transformación.
No tenía señales. El Oso es un político 24/7 que recorre el estado, participa en luchas sociales, gestiona y organiza cosas todos los días, de todos los meses, de todos los años.
En un país lleno de injusticias nunca le han faltado razones de movilización.
En los ochenta organizaba homenajes a periodistas asesinados (Manuel Buendía), o me levantaba de mi cama para cedérsela a una mujer violentada que había ido a defender. En los noventa daba voz al Barzón, a víctimas de abusos policiales de un comandante de infausta memoria, y a quien lo requiriera.
En la década del 2000 su lucha tuvo cauce electoral en el PRD, partido que fundó y defendió hasta de mis críticas, porque ante los atisbos de podredumbre chuchista, le pedí más de una vez que renunciara a él, pero lo rechazó por lealtad a los cientos de militantes asesinados en los primeros años.
Sólo López Obrador lo convenció de irse cuando el PRD traicionó su historia en el pacto por México.
Fundó entonces Morena con pocos voluntarios reales. Sin prerrogativas, ni salarios. Era momento de ponerle y no de sacarle.
La primera oficina fue un préstamo de su amigo Herón; el mobiliario mi silla estudiantil, el que había en la Cueva y el que cada quién llevó de su casa.
Faltaban candidatos. Muchos de los más guindas de hoy, portaban entonces otros colores y competían contra Morena. Fueron adversarios en tiempos fundacionales y fundamentales.
En 2015, ante el reto de confirmar el registro en las urnas, muchos de ellos exprimían las últimas gotas de sus partidos de entonces y llamaban loco a quien hoy consideran líder moral.
El Oso estaba desde entonces en ese lado que siempre vio como el correcto de la historia. Y como no equipara la lucha con los cargos, su actividad no depende de tenerlos.
Por el contrario, conoce más la experiencia en la lucha, que la miel de la victoria y de los cargos.
Lucha desde los setenta cuando los riesgos eran de vida y libertad, y lo hace ahora que, de la represión del palo, pasamos a las tentaciones de las carteras abultadas.
El Oso no funciona meteóricamente con los ciclos electorales. Vive en permanente actividad política de izquierda y, en los últimos años, en defensa de la cuarta transformación. No había pues forma de alertar, como en otros casos, que fuera a inscribirse en la contienda.
Su registro no fue buena noticia para todos. Parte de la familia lo quisiera también alérgico a la política.
Y es que, cuando el político es honrado, la vida de la familia no es más sencilla, sino al contrario. Hay hipervigilancia e interrogatorios sutiles y, según los tiempos, amabilidades hipócritas o descortesías inmerecidas.
Llegan también las críticas. Y en el caso del Oso, unas muy específicas: lo cafetero, lo idealista y lo viejo. Nada mal para cinco décadas de vida política.
Lo cafetero no ofende, pero antoja. Debajo de ese Oso intelectual, está un campesino que se acostumbró a empezar la labor con el lucero y a descansar cuando el sol pega de lleno.
Lo idealista es el mejor de sus males. Está convencido de sacar el dinero de la ecuación política. No cree en el despilfarro, ni en pagar portadas de revistas o espectaculares.
Cree que pagar para llegar es llegar para pagar. Y prefiere perder libre, que ganar comprometido.
Parecerá ingenuidad, pero es la concepción política de la cuarta transformación. Y lo preocupante es que sea excepcional y no reglamentaria entre quienes la representan.
De la edad ni qué decir, está “corrido en terracería” y la gerontofobia es quizá la única de las formas de discriminación que todavía está bien vista.
Da igual. Lo que importa es que del Oso no se habla de enriquecimiento indebido porque no lo hay; de actos de corrupción, porque no los hizo; de zigzagueos convenencieros porque no los tiene.
Tampoco cae sobre él ninguna sospecha de nepotismo. Ni fue producto de ello, ni ha sido generador de esto. Por el contrario, como hija doy fe que es más fácil acusarlo de abandónico que de nepótico.
No es perfecto; canta mucho peor de lo que imagina. Pero es sin duda un hombre honesto, capaz y congruente. Y hoy, al revés, quise permitirme el primer acto de nepotismo de mi parte para dar respuesta en este espacio y de una vez, a lo que tanto me han preguntado.