Días complejos son los que se viven en el contexto no solo para México, para el mundo entero. Asistimos al desmantelamiento del modelo de libre mercado, globalismo y colaboración que predominó desde la caída del muro de Berlín, al tiempo que en distintas latitudes la democracia liberal hace agua frente a fenómenos populistas tanto de derecha como de izquierda. La desigualdad, que se engendró como virus latente en ambos modelos de organización económica y política, es sin duda causante de la situación por la que atravesamos. Sin embargo, las respuestas, alimentadas por la polarización, no harán sino profundizar los males que se prometen atender. El arribo en los Estados Unidos, otrora promotor (fuera a través de la diplomacia blanda o la guerra misma) de dichas agendas, de una expresión política proteccionista, ultraconservadora, xenófoba y que se puede clasificar como populista de derechas, con actores predominantes del mercado, ha acelerado todas estas crisis que ya comenzaban en la década pasada con la primera victoria de Trump, el Brexit y el debilitamiento de los valores que habían logrado cierto consenso en occidente. A partir de entonces la polarización se ha vuelto una constante en los procesos electorales de las principales democracias en este hemisferio del planeta.
Valga la mínima exposición de antecedentes para llegar al punto: la globalización debió provocar unidad, para afrontar fenómenos complejos que solo se entienden en clave multilateral como lo son la criminalidad que trasciende fronteras, el cambio climático, la corrupción estructural (que cada vez más cuenta como promotor al mercado), y la xenofobia, por hacer una brevísima lista.
En cambio, la polarización, que han provocado, tanto la desigualdad, como la irrupción de algoritmos, que deliberadamente o no, nos encapsulan, vía redes sociales, en la incomprensión del otro, ha llevado al mundo a una situación de distanciamiento de la agenda mínima que debió ensancharse, antes de negarse: la de los derechos humanos. Y, escribámoslo con toda claridad: los privilegios no son parte de esa agenda de derechos, al contrario, los menoscaban, tal como lo hicieron durante décadas del modelo económico neoliberal, indefendible en su efectos e impactos.
Y de aquí hay que partir para construir la unidad que tanto se requiere. En México, sin duda, acudiendo al llamado que realiza la presidenta Claudia Sheinbaum. No hay que conformarse con el 85% que ha reportado la última encuesta de El Financiero, sino ampliándolo a través de la adopción de una agenda, que, sin renunciar a sus evidentes logros (como visibilizar las desigualdades y la pobreza), pueda ir por sus puntos pendientes, como la fortaleza del Estado a través de sus instituciones, y el respeto de los otros, a partir del reconocimiento de su dignidad. Nos referimos a los adversarios políticos del proyecto de gobierno, reconociéndoles legitimidad en ese acto y exigiéndoles, a su vez, lealtad, desde ese consenso mínimo indispensable, porque, primero México que partido.
Nuestro país, como pocas naciones, comienza a enfrentar la realidad de este momento de la historia universal. Sin dramatizaciones, con seriedad, sobriedad y profesionalismo, como, hay que reconocerlo, lo está haciendo la presidenta, hay que convocar a la unidad, a partir del retorno a los valores comunes que deben cohesionarnos, más allá de las diferencias y fobias, el pleno reconocimiento y respeto a la dignidad del otro, para construir, a partir de ahí el nosotros.
@CarlosETorres_