La lógica aristotélica sigue teniendo una importante aplicación en el análisis de situaciones particulares, derivadas de casi cualquier evento de la vida cotidiana. Es así, que el silogismo, el encadenamiento adecuado de proposiciones, permite optimizar las operaciones intelectuales en la búsqueda de la verdad, entendida como una serie de aseveraciones que presenta un suceso cualquiera, apegándose a la realidad. La demostración es el conjunto de estrategias lógicas que parte de una o varias hipótesis (argumentos), hasta llegar a una conclusión, que no por ser válida permite el acceso a la veracidad del caso, pero que es digna de reconocimiento, si se utilizan conceptos cargados de cierta objetividad.
Partamos de un concepto común, sin tanta complicación, del término “corrupción” y asignémosle una literal que le represente: La corrupción (A) es “la entrega o aceptación de dinero o regalos para conseguir un trato favorable o beneficioso, especialmente si es injusto o ilegal y que degenera la moral y las costumbres”. Parece que se trata de una definición demasiado simplista que excluye algunos ingredientes psicológicos, pero está bien, para empezar. Ahora ideemos otra expresión: “La corrupción no permite elegir libremente a los gobernantes (B)”, y, por último, supongamos: “un gobierno que no se elige libremente, produce la falta de credibilidad de los votantes (C)”. Aplicando las nociones del silogismo obtenemos A B (A implica B, o, Si se presenta A… entonces se presenta B): “Si la corrupción consiste en la entrega o aceptación de dinero o regalos para conseguir un trato favorable o beneficioso y degenera la moral y las costumbres, entonces no se elige libremente a los gobernantes”. B C: “Si no se elige un gobierno libremente, entonces se pierde la credibilidad de los votantes”. Por lo tanto A C: “La corrupción provoca la falta de credibilidad de los votantes”. Se obtiene una deducción lógicamente valida, y apegada al sentir de las mayorías. A eso se debe que los analistas de prestigio, principalmente extranjeros, denominen a la corrupción como el mayor mal que enfrenta la democracia mexicana.
Partamos de otro concepto común, A: La globalización “es el fenómeno mundial que se percibe por efectos de comunicación instantánea y que optimiza las relaciones comerciales entre las naciones”, principalmente aprovechando el desarrollo tecnológico aplicado a los medios de transporte; la gente establece contacto físico en cuestión de horas, y, comparada con las condiciones de principios y mediados del siglo pasado, es inevitable evadir la idea de la “aldea global”. B: “El desarrollo tecnológico de los medios de comunicación y el transporte permite elegir libremente a los gobernantes”, por la asequibilidad de todas las propuestas de campaña de los contendientes y las comparaciones inmediatas con otros pueblos, y por último C: “La elección libre de un gobernante genera la credibilidad del proceso electoral”. Cierto o falso, pero de esto se sigue que A B: “La globalización permite elegir libremente a los gobernantes”. B C: “la elección libre de los gobernantes genera la credibilidad de los procesos”. A C no siempre se cumple: “la globalización genera la credibilidad en los procesos electorales”; la deducción es válida, pero se demuestra fácilmente que las expectativas fincadas en la elección de cierto gobierno no siempre se fundamentan en los ejemplos observados en otros sectores del mundo; mucho menos las “buenas administraciones”. Me parece que se podría tratar de dos eventos independientes, hasta cierto punto. Los usos y costumbres difieren de un lugar a otro, y son las necesidades básicas particulares, padecidas por un grupo social las que generan las esperanzas hacia cierto gobierno.
No son las mismas condiciones sociales, culturales y políticas las observables en diferentes países; no se puede comparar el nivel de desarrollo de un pueblo del norte de Europa (presumiblemente los más civilizados del orbe), con las circunstancias de los pueblos que han sostenido un carácter de opresión y represión históricos, por lo que difícilmente se pueden aplicar las mismas recetas impuestas por los Organismos Económicos Internacionales, y por lo tanto la esperanza, o las expectativas de acceso a mejores niveles de vida son diferentes.
No basta con saturar nuestra política con buenas intenciones; la práctica y las experiencias percibidas cada tres o seis años no dejan lugar a las especulaciones de buena voluntad. La crisis política, social y cultural que enfrenta nuestro país es un fenómeno histórico cuya reversión parece imposible, y que tiene sus raíces en la corrupción misma. Es importante notar la labor sistemática que han cumplido los medios de comunicación en la tergiversación de la realidad del mexicano común y contrastarla con los esfuerzos educativos. Si no se tiene el cuidado de ubicar a los medios de comunicación nefastos como el principal enemigo a vencer, cualquier institución pública tiende al fracaso. Más aún, si las leyes se malinterpretan o se discriminan por ignorancia o por la corrupción en sí, entonces la labor democratizadora de cualquier proceso social resulta insignificante, y la falta de credibilidad mantiene su lugar protagónico. ■