Aun cuando ni por un instante he dudado de la existencia del general Cienfuegos en la vida real, tengo la impresión de más que una pieza clave del gabinete de seguridad nacional se trata de un personaje de la Familia Burrón, quien al igual que don Titino Tinoco, don Juanón Teporochas o el marcianito Kiko Kakiko, por alguna inexplicable razón resulta ser compadre de doña Borola Tacuche; a quien a pregunta expresa, en un tono entre intimidante y jactancioso, al tiempo que para distribuir el azúcar agita el café con el cañón de su “matona”, declara que durante su tiempo en el cargo casos como el de Tlatlaya han ocurrido 800, dejando a su comadre la tarea de calcular el saldo de víctimas mortales, mismas que con una puntería increíble habrían sido abatidas de manera que parecieran ejecutadas de rodillas y maniatadas por la espalda. 800×21 = 16’ 800, indicaría la pantalla del celular “inteligente” de una Borola up to date; a quien confesaría el general que estaban hartos, los hombres de verde, de suplir policías ineptos y corruptos (“con éxito tal -acotaría la cónyuge de don Regino- que asaltos y secuestros no son ya otra cosa que malos recuerdos”), y les urgía por tanto regresar a sus cuarteles. “¿A hacer qué? –preguntaría la aguerrida habitante del Callejón del Cuajo-; ¿a defender a la nación mexicana de la amenaza guatemalteca?”.
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En ocasión del centenario luctuoso de Porfirio Díaz diversas opiniones han sido vertidas, de acuerdo con las cuales vivimos una suerte de neo-porfiriato, esto así entre otras cosas por el inminente retorno de las trasnacionales petroleras, de grata memoria, la glorificación del capital foráneo y el estado de nuestra “democracia”; a las que bien se podría añadir el desprecio por la vida de los ciudadanos menos pudientes, y asimismo el ánimo persecutorio contra los disidentes e informadores críticos.
Cabe replicar que a diferencia de aquellos tiempos faltan hoy, absolutamente, la paz porfiriana, la realización de grandes obras, el dinamismo económico y el prestigio de patriota y hombre probo del viejo dictador.
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En cuanto a la política local, como solían decir las abuelas: “Para vergüenzas con ustedes no se gana”.■