La Gualdra 671 / Aniversario Gualdreño 14
En la penumbra, dos figuras conversan bajo una luz amarillenta. Sobre la mesa, un libro abierto muestra la palabra catorce en negritas.
—¿Por qué te obsesiona tanto este número? —pregunta él, acariciando el lomo del libro.
—Porque el decimocuarto no es sólo una cifra —responde ella—. Es la cifra del movimiento perpetuo, la búsqueda constante de la felicidad y el equilibrio, el símbolo de la aventura y el cambio.
Él sonríe, escéptico.
—¿No es sólo un número más en la sucesión infinita?
—No, es el umbral. Es el doble siete: dos ciclos completos, la frontera entre lo conocido y lo posible. En la gematría hebrea, es el valor del nombre de David, el rey, el elegido. Y en el Mahayana, catorce es el momento en que las consecuencias de los actos se manifiestan, sin escape posible.
—Entonces, ¿el catorce es el destino?
—Es más bien el instante de la decisión —replica ella—. El decimocuarto paso es el que nos obliga a soltar lo que ya no sirve y a tomar lo que nos transforma. Es la cifra de la redistribución, la justicia, el equilibrio.
Él cierra el libro y la mira con atención.
—¿Y si el catorce es sólo una invención, una palabra más en el diálogo interminable de los nombres? Sócrates diría que los números, como los nombres, sólo median entre el alma y el mundo.
Ella asiente, pensativa.
—Quizá. Pero su abstracción fue probablemente uno de los primeros conteos del hombre pues, está implícito en el ciclo de la luna, por ello es el número asociado a la espera y a la purificación. Es el número que nos recuerda que la vida es transformación, metamorfosis.
Él sonríe, reconciliado con el misterio.
—Entonces, vivamos entre lo que somos y lo que podemos llegar a ser, atrapados en la reiteración de la espera, de un instante tetradecano.