La Gualdra 671 / Aniversario Gualdreño 14
No sé por qué no me gusta celebrar mis cumpleaños. Me gusta celebrar los cumpleaños de los demás, pero no el mío. Quizá porque en el de los demás no siento la responsabilidad de ser el centro de atención. Por eso disfruto más festejar a los otros o a lo otro. Porque eso que se quiere y que se festeja no se limita a las personas, se extiende a las cosas, a los objetos, a los lugares, los paisajes y los silencios, las aventuras y las anécdotas, los recuerdos; se quiere a las imágenes como se quiere a las letras con que se pronuncian los nombres de lo amado.
Cuántas veces no hemos celebrado el recuerdo de tantos años transcurridos desde que pasó tal o cual suceso. Porque se quiere a los hechos y a los proyectos, a los espacios físicos y virtuales en donde uno arroja todo de sí para compartir un pedazo del mundo a los demás. Es por esto que hoy no prefiero celebrarme a mí, sino al recuerdo de mis 14 años en un valle sin eco; edad adolescente que habita en un punto de ese pantano intermedio de la existencia en donde aún no se deja de lado la algarabía de ser niño -como humano y como recuerdo-, pero tampoco se es adulto como para fijar con exactitud las direcciones a las que uno debe anclarse.
Es la gran virtud de los 14, donde uno se puede continuar o girar, establecerse o reinventarse. Por eso los 14 tienen su ventaja, porque todas las decisiones y reacomodos son viables, aceptables y hasta necesarios. A los 14 existe, enérgico y vital, aquel impulso que nos lleva a imaginar todos los escenarios posibles de la vida, impulso que, aunque se tenga tres o cuatro veces esta edad, no deja de estar presente. ¿Será entonces que los 14 años adolescentes nunca se alejan, sino que cohabitan siempre con nosotros?
Por eso me recuerdo bien a los 14 años, en 1996, cuando vivía en un tiempo detenido en la casa familiar; son los 14 años de las largas caminatas por los campos y los cerros y los paseos nocturnos en bicicleta de un pueblo a otro. Los 14 años del basquetbol en las canchas, los primeros pasos de baile y las largas tareas escolares que no acababan hasta muy entrada la noche. Son los 14 de los amigos con quienes juras no dejar de ver ni de querer, pero que se van perdiendo con la distancia y el paso de los meses. Los 14 de las primeras lecturas, los cuentos de ficción y los grandes episodios de la Historia que provocan que la imaginación estalle.
Pero también son los 14 de saberse en medio de una crisis social, económica, de un agitado movimiento político y asumirse parte de ese entorno. A los 14 vivía en un llano que en algún momento fue un lago aledaño a un pueblo en el municipio de San Salvador Atenco y todo estaba por hacerse o deshacerse. Realidad y ficción, tangibilidad e imaginación conviven a los 14 de manera convulsa, sea uno humano, proyecto, memoria o cosa.
Por eso prefiero celebrar este recuerdo de mis 14, que actúa como motor y que me hace retroceder y quedarme quieto, volver a un tiempo que realmente era calmado y detenido, cualidades éstas que serían parte de cualquier movimiento de rebeldía en medio de un momento tan acelerado y fugaz como el que habitamos hoy.