- Inercia
Nuestro lenguaje revela mucho de nuestro pensamiento, pero también la palabra tiene el poder de cambiar nuestra mente. No me refiero a ningún tipo de entrenamiento neurolingüístico, que tan de moda están hoy en día, sino en nuestra vida diaria, en la práctica que llevamos a nuestro trabajo, con nuestra familia o amigos.
Si contamos las veces que, en un solo día, decimos las palabras ‘no’, ‘nunca’, ‘tampoco’ y demás que tienen una negación implícita, nos sorprenderemos al compararlas con las que usamos las afirmativas. Esto revela mucho de la energía que a diario empleamos en boicotear muchas de nuestras ideas, o las de los demás, y sobre todo, la poca disposición que tenemos para afrontar la incomodidad del ‘sí’.
La sociedad en la que nos desenvolvemos está tan acostumbrada a resignarse, que ante cualquier propuesta responde, casi en automático, con un tajante no. ¿Será que realmente no hay de otra o es sólo un empeño fútil por permanecer en un estado de automartirio?
Sí, sí y más sí
Decir que ‘no hay de otra’ es una de las posturas más comodinas que existen. Porque en tal pronunciación hay un deslinde implícito… decir que ‘no hay de otra’, es aceptar que las cosas así son y no van a cambiar. Y muchos lo aceptamos, porque nos agrada la comodidad de no hacer nada al respecto.
Sin embargo, estimado lector, tiene usted que saber que sí hay de otra, de muchas. Las opciones son tantas y tan variadas, que en estas 850 palabras no alcanzaría a exponérselas. Pero para empezar le diré que, siendo el ser humano tan evolucionado, y con una capacidad de seguir evolucionando aún mayor, las opciones se incrementan cada que el sol se anuncia.
Sí, hay muchas formas de cambiar e irónicamente, hay sólo una de no hacerlo. Resulta curioso que, en estos tiempos, las masas se decantan por la segunda perspectiva, en la que todo está dicho y resuelto, de manera tajante y sin ninguna otra alternativa. No, no nos gobierna el PRI, sino una inercia inquisitiva a la que estamos ya muy acostumbrados.
Todo mundo maneja ese discurso apelativo de la miseria en que vivimos, de la corrupción, de la injusticia. Y acto seguido, persiste la idea de que así es y será por los siglos de los siglos. Sí, por eso es que nos va como nos va, porque no obstante con la maldad de ciertos grupos políticos, nosotros como sociedad insistimos en creer que esto es un laberinto sin salida…
Así como en la antigua China, o en India se acostumbraba recitar mantras, palabras que manaban cierta energía, de igual manera tenemos que aprender a cambiar nuestro lenguaje, para que éste sea sanador. Está comprobado neurológicamente que la palabra no sana, y mitológicamente podemos advertir el carácter performativo de su uso. Comencemos por declamarnos diariamente la convicción de que sí hay de otra, de que sí se puede, de que tenemos el poder.
¿No que no?
En épocas de campañas electorales, la vibra pesimista incrementa considerablemente. En la actualidad es sorprendente la cantidad de abstinencia que hay respecto a la acción del voto; me atrevo a decir que mucho mayor a la de cualquier elección predecesora.
Son muchos los articulistas, analistas y demás especialistas los que apuntan que el voto nulo es contraproducente, e incluso, que en términos de estadísticas concluye siendo un voto para el partido que lleva la delantera.
Y es que la mayoría de quienes no quieren llevar a cabo tal hipocresía, consideran que todos los partidos son iguales, que nada cambiará o no creen en ese tipo de ‘democracia’, o nunca han hecho tal cosa… en fin. La lista de razones por las que alguien puede o no votar es larga y variada, lo que sí es una constante es que se revelan ante la idea de pensar que ‘no hay de otra’ más que votar.
Y en efecto sí hay de otra, pero implica un esfuerzo del que no todos quieren participar. Porque no votar o anular el voto por creer que con tal movimiento algo cambiara, es igual de ingenuo que sí votar. Lo que realmente cambia no es ir a tachar una boleta y meterla en una urna, sino la capacidad de afrontar la incapacidad de cambio en el país, tomar de una vez las riendas y salir a manifestarse, hacer paros, exigir justicia.
Porque, seamos sinceros, aun cuando nadie votara ¿realmente nos quedaríamos sin gobierno? ¿alguien de allá arriba bajaría a darle el poder al pueblo y desaparecer la corrupción de México? Es evidente que el poder no lo soltarán quienes lo tienen mientras les permitamos tal comodidad. Votar o no votar es lo de menos, lo importante es la lucha diaria que llevemos a cabo en acción y en la responsabilidad del efecto.
Luchemos porque nuestras acciones reflejen más que palabras dichas a la deriva, aceptemos la iniciativa de cambiarnos y con eso cambiar nuestro pequeño mundo. Si a algo hay que negarse es precisamente a la negatividad y al pesimismo absurdo que nos mantiene aletargados. ■