Algunos cursos de estadística y probabilidad tienen una visión muy estrecha del asunto que tratan. Sin embargo, la teoría de la probabilidad es muy general, de las que Bunge denomina “metafísicas científicas” (Mario Bunge “Ontología I”, Gedisa, 2011, Barcelona, p. 48) debido a que tienen el potencial de aplicarse en todos los asuntos de la ciencia y la filosofía. Por supuesto, esta amplia visión no se hace patente en las exposiciones típicas. Si se ofrece un curso de estadística y probabilidad en economía, administración, psicología, cualquier ingeniería o incluso en matemáticas, se enfocan las cuestiones en problemas específicos, no en resultados que permitan reinterpretar el mundo en que se vive. Esto es natural, las disciplinas mantienen una organización interna específica, ajena a las cosmovisiones filosóficas. Tal proceder de las ciencias y sus imitaciones resulta natural para intensificar la producción de resultados (esto lo argumenta e. g. Michael Strevens en “The Knowledge Machine” Liveright, 2020), de otro modo, la construcción de visiones generales impedirá la invención de la “máquina del conocimiento”. Lo que no impide la proliferación de programas inter, multi y transdisciplinarios con incoherencias ideológicas y conceptuales características. Si no son los cursos de teoría de la probabilidad el lugar adecuado para buscar una interpretación de la misma, ¿dónde sí lo es? Las revistas filosóficas son, en ocasiones, tanto o más difíciles de desentrañar que los libros de texto. Parece que la opción ineludible son los denominados “libros de divulgación”. Este nombre es confuso, pues en rigor todo libro es de divulgación, ya que la mayoría se escriben con la pretensión de tornar exotérico lo esotérico. Excepto, por supuesto, los libros de filosofía posmoderna o de idealismo alemán. De entre las muchas opciones disponibles en el mercado, el libro de John Allen Paulos “Once upon a number” (Basic Books, 1998) resulta ser una muy buena debido a que carece de ecuaciones y abunda en explicaciones de problemas muy comunes que aparecen en cualquier curso. Por ejemplo, en el libro “A First Course in Probability”, de Sheldon Ross (Pearson/Prentice-Hall, 2006) viene el siguiente problema en la página 41: “Si p personas están presentes en un salón ¿cuánto vale la probabilidad de que no haya dos personas que celebren su cumpleaños el mismo día?, ¿qué tan grande debe ser p para que esta probabilidad sea menor a ½?”. En el citado libro de Paulos, el comentario a este problema viene en la página 62. Los enunciados de los problemas de la teoría de probabilidades parecen a veces, confusos. ¿No sería mejor enunciar el problema precedente de manera más directa? Por ejemplo: “¿Cuál es la probabilidad de que dos personas en un grupo de tamaño p hayan nacido el mismo día?”. Quizá sí, pero al hacerlo de la otra manera, que es la “complementaria” de la más directa, resolver la cuestión por los métodos combinatorios es más simple. Se supone que la solución la debería poder obtener un alumno de preparatoria, y basta que lo haga para que demuestre su dominio del arte del conteo. Pero, a pesar de esa necesaria habilidad de cálculo, la interpretación del resultado nunca se hace. Se obtiene un número y se deja de pensar. Esa es la impronta de las visiones estrechas. Paulos nos invita a superarla. Según la solución del problema, en un grupo de 50 personas la probabilidad de que al menos dos hayan nacido el mismo día es .970. Por tanto, no es coincidencia, aunque lo parezca, que eso suceda. Y como este resultado, muchos otros que permiten concluir lo siguiente: el mundo en que vivimos es mucho más aleatorio de lo imaginado, y las coincidencias son más comunes de lo que cualquiera espera que sean. Excepto, y esto quizá sea mucho menos extraño de lo que parece, en los juegos de azar. La vida está pletórica de eventos en apariencia improbables, mientras que los juegos de azar son lo contrario: un florilegio de improbabilidades. Dado lo anterior, Paulos avanza hacia la literatura: “Una consecuencia de la errónea creencia en lo especial y casi siempre significativo de las coincidencias es su rareza en la mayoría de la ficción moderna, donde la introducción de una es considerada una forma de engaño”. Borges, en el prólogo a “La invención de Morel” escribió: “En español, son infrecuentes y aún rarísimas las obras de imaginación razonada. Los clásicos ejercieron la alegoría, las exageraciones de la sátira y, alguna vez, la mera incoherencia verbal”. Como se ha visto, la realidad humana es aleatoria, lo que equivale a decir: incoherente y fortuita. De esto parecen haber tomado nota los “clásicos” a los que alude Borges. Francisco de Quevedo o Miguel de Cervantes imaginaban aventuras y peripecias apenas unidas entre sí. Situaciones fortuitas solubles en rigurosas racionalidades porque, al fin, eso que otros atribuyen a la magia y la intervención de dioses o sectas, se explica mejor como resultado de coincidencias. Otros más, para evitar eso, prefieren imaginar mundos de encantos atribuibles a deidades o a resultados de la oficina de patentes. Eliminan la aleatoriedad y la racionalidad que le subyace en favor de un supuesto determinismo o de explicaciones falaces.
De por qué son aburridos los cursos de probabilidad
