El movimiento estudiantil en CDMEX, creció rápidamente a partir de la reacción, a la violenta represión de las luchas entre “porros” (pandillas) rivales, que incluyó a grandes segmentos de estudiantes que no estaban satisfechos con el régimen del PRI. Sergio Zermeño ha argumentado que los estudiantes estaban unidos por un deseo de democracia. .
La tragedia del 2 de octubre se produjo en el marco de una serie de protestas y movilizaciones, denominadas Movimiento Estudiantil de 1968, que comenzaron en julio de aquel año y fueron protagonizadas por estudiantes de la UNAM del IPN y otras instituciones educativas.
A las protestas se integraron sectores docentes, obreros, profesionales e intelectuales de CDMEX y otros estados. El Movimiento reclamaba mayor democratización de la vida política mexicana y cuestionaba el modelo autoritario de gobierno y la dependencia económica respecto de capitales, especialmente estadounidenses.
El 12 de octubre de 1968, debían comenzar los Juegos Olímpicos que se celebrarían en CDMEX, por lo que el gobierno presidido por Gustavo Díaz Ordaz, estaba interesado en aplacar totalmente el Movimiento antes de esa fecha.
No obstante, el miércoles 2 de octubre se celebró una reunión del Movimiento en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, convocada por el CNH. A la reunión asistieron miles de personas y era vigilada por el Ejército que rodeaba la Plaza. Allí se consensuaron algunas demandas que ya habían sido formuladas en agosto: libertad de presos políticos; desaparición del cuerpo de granaderos; la indemnización para víctimas de la represión.
Eran las 17:30 horas cuando miles de estudiantes y vecinos se habían congregado. Al iniciar el mitin el primer orador afirmó que el Movimiento continuaría a pesar de todo. Dijo que había logrado, despertar la conciencia cívica y politizar a la familia mexicana. .
Antes de que los representantes estudiantiles dejaran de hablar por micrófono a la multitud, un helicóptero sobrevoló la Plaza y 3 luces de bengala iluminaron el cielo. Caían lentamente. Los manifestantes dirigieron, casi automáticamente, sus miradas hacia arriba. Y cuando comenzaron a preguntar de qué se trataría, se escuchó el avance de los soldados. El paso veloz de éstos, fue delatado por el golpeteo de los tacones de sus botas. El desconcierto se hizo presente y la muerte llegó con los disparos de francotiradores militares contra cualquier persona. Soldados y agentes policíacos dispararon a diestra y siniestra. Con ello la confusión. Nadie observó de dónde salieron los primeros disparos. La gran mayoría de los manifestantes aseguraron que los soldados, sin advertencia ni previo aviso comenzaron a disparar.
Luego, la Plaza se convirtió en un infierno. Las ráfagas de las ametralladoras y fusiles de alto poder, zumbaban en todas las direcciones. La gente corría de un lado a otro. Muchos se arrojaron al suelo. Otros se protegieron en escalinatas, y en los vestigios prehispánicos de la Plaza. Los periodistas, nacionales y extranjeros, que junto con fotógrafos y camarógrafos, habían sido comisionados para informar del mitin, se tiraron al suelo.
Las tropas que aparecieron por el oriente de la Plaza avanzaron rápidamente y en cuestión de minutos se apoderaron del sitio. Los disparos no amainaron. A un costado del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, comenzaron a aparecer tanques ligeros. Llegaron hasta las puertas del edificio “Chihuahua”. Decenas de personas, tiradas “pecho a tierra”, se protegían con las manos sobre la cabeza. El tiroteo era generalizado. El ruido de la balacera, tiros de metralleta, rifles de alto poder, pistolas… se confundían con los gritos. El fuego intenso duró 29 minutos, luego los disparos decrecieron, pero no acabaron.
Mucha gente quería salir de los edificios, otros querían entrar. La confusión era general. Muchos se tiraban al pavimento, se retorcían, habían sido alcanzados por las balas. Había mujeres histéricas, hombres que gritaban, niños que lloraban. El tiroteo continuaba.
Cerca de las 19 horas, empezaba a anochecer, la situación comenzó a ser controlada por el Ejército. En ese momento los tanques ya estaban en las entradas del edificio “Chihuahua”, donde se habían fortificado los líderes del CN. Una vez que amainó el fuego, decenas de personas con las manos en alto –periodistas y reporteros gráficos entre ellos-, fueron conducidos por soldados hasta el muro sur de la iglesia de Santiago Tlatelolco. Allí todos fueron “cacheados”, pasados hacia un corredor que forman el costado norte del edificio de Relaciones Exteriores y el sur del templo.
La noche entró y la Plaza permaneció a oscuras. De la explanada de la plazoleta, ya en poder del Ejército surgían constantes ráfagas. Los automóviles situados en el estacionamiento de la zona, sirvieron del refugio a muchos estudiantes que también se parapetaron tras de ellos.
Se calcula que participaron 5000 soldados. Llevaban en su mano derecha un guante blanco para distinguirse entre ellos. Desalojaron violentamente el edificio “Chihuahua”, rompiendo puertas y ventanas, así como las tiendas que se encontraban en el edificio. Participaron unos 300 tanques, unidades del Ejército, Yips y transportes militares, tenían rodeada toda la zona, desde Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo rigurosa identificación.