Después de los terribles acontecimientos del 2 de octubre de 1968, Don José Alvarado escribía: “Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos.
Querían hacer de México morada de justicia y verdad: la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados. Un país libre de la miseria y del engaño.
Y ahora son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas.
Algún día habrá una lámpara votiva en memoria de todos ellos.”
Estas líneas majestuosas, escritas para describir la muerte, hace ya casi medio siglo, las podemos leer con escalofriante vigencia en nuestros días, si tomamos en cuenta que las masacres en contra de estudiantes, las violaciones a sus derechos humanos y sus desaparecidos no han cesado, al contrario, este tipo de acontecimientos se acrecientan y se acumulan, manchando con ellos de sangre, las desaseadas manos de nuestros gobernantes.
Prueba de ello son los atentados del pasado viernes 26 de septiembre de 2014, fecha en que la muerte ha marcado de nueva cuenta a los estudiantes y a la juventud de México, en esta ocasión, la desgracia se ha situado en el municipio de Iguala del estado de Guerrero, en donde una combinación de policías municipales y sicarios asesinaron a seis personas, entre ellas, tres estudiantes de la normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa.
Los hechos se registraron durante el traslado de los normalistas de la Ciudad de Iguala a la Ciudad de Chilpancingo, después de que los muchachos habían dado por concluida una actividad de colecta, para reunir fondos y poder asistir a la marcha conmemorativa del 2 de octubre en la Ciudad de México.
Los estudiantes viajaban a bordo de tres autobuses, en el trayecto fueron interceptados por varias patrullas que les cerraron el paso, al tiempo que disparaban de manera intermitente, en contra de los vehículos de los normalistas, los jóvenes al ver lo que ocurría, pararon la marcha de sus unidades y descendieron de ellas para dirigirse a las patrullas que se encontraban ubicadas enfrente de los autobuses.
Al momento que los estudiantes se dirigían a dialogar con los oficiales, sin intercambiar palabra alguna, los uniformados comenzaron a dispararles de manera indiscriminada, los normalistas, al verse agredidos, se dispersaron en diferentes direcciones, mientras los “servidores públicos”, con fusil en mano, apresaban sin razón alguna a los futuros maestros.
Después del ataque, los alumnos de la normal de Ayotzinapa se reagruparon para informar sobre los acontecimientos a los medios de comunicación y a las organizaciones sociales que habían arribado al lugar de los hechos para atestiguar lo acontecido, en esos momentos, sin previo aviso, apareció una camioneta roja de uso particular, con un comando armado abordo, el cual comenzó a disparar a mansalva en contra de las personas ahí presentes.
El saldo de estos eventos fue de tres estudiantes muertos: Daniel Solís Gallardo, César Ramírez Nava y Julio Cesar Fuentes Mondragón, este último fue encontrado sin ojos y desollado del rostro a tres cuadras del lugar de los hechos, a esta tragedia también se suma el caso de Aldo Gutiérrez Solano, que se encuentra en estado vegetativo después de su ejecución fallida.
Esa misma noche se registraron otras arremetidas por grupos armados en contra de automovilistas en la Ciudad de Iguala, en donde perdieron la vida, las siguientes personas: Blanca Montiel Sánchez (que viajaba en taxi), Víctor Lugo Ortiz, chofer del autobús del equipo de fútbol Avispones de Chilpancingo, y el jugador de este equipo David Josué Evangelista.
El sábado 27 de septiembre, los normalistas se dieron cita en la Fiscalía de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero (PGJE) para rendir su declaración, de igual manera solicitaron el permiso para ingresar a los separos de la policía preventiva, para poder constatar la integridad física de sus compañeros detenidos y fue ahí, donde se enteraron, que ningún estudiante había sido ingresado la noche anterior, sus compañeros habían desaparecido.
Estos episodios, emplazan a México a exigir un alto total e irrestricto, a las políticas de miedo y a la represión mediática y física de la que son víctimas sus nuevas generaciones, a México le ha llegado el momento de levantar la voz y si es necesario levantar los puños, para defender su futuro, que vergonzosamente ha sido ultrajado, vejado, asesinado y literalmente desollado.
México demanda el esclarecimiento de la matanza en Iguala, al mismo tiempo, la aplicación ejemplar de la Ley a los responsables intelectuales y materiales de los asesinatos, de la misma manera reclama, la reaparición de los 43 normalistas desaparecidos, ¡cabe puntualizar que los quieren vivos, pues no permitirán más fisiologías interrumpidas, ni más pieles ultrajadas! ■