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viernes, 9 mayo, 2025
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Luna

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Por: La Jornada Zacatecas •

Por: Noemí Vanessa Flores López

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Luna se paró frente al espejo una vez más, como cada mañana, eso era lo primero que hacía, sus ojos estaban fijos en su estómago y cayeron tristes de nuevo, junto a la mano alzando su blusa. Era otra mañana más, no sabía el porqué, el solo hecho de despertar de nuevo era como un peso en sus hombros que no podía quitarse nunca. Se puso su uniforme evitando en todo momento mirar su reflejo en el espejo de su habitación que hoy parecía más espacioso y difícil de ignorar que otros días. Le incomodaba bastante ser tan baja, eso daba la impresión de ser más robusta aún. Luna bajó las escaleras para encontrarse con su mamá desayunando en la mesa, su sola presencia le parecía intimidante y le causaba náuseas. Se sentó en silencio con su plato al frente y su mirada baja, incluso la hora de comer le resultaba bastante incómoda si su madre estaba presente.

A menudo le reclamaba y reprendía por cualquier situación, así fuera la más mínima. Con su mano izquierda, bajo el mantel de la mesa, rasguñaba con fuerza uno de sus muslos; mientras con la mano derecha, temblaba para alcanzar un trozo de pan. Sintió como todo pasaba en cámara lenta, recordando su fiesta de tres años y la alegría que traía consigo aquel pastel, ese recuerdo era la esperanza, y lo único que la calmaba. Estuvo a punto de no sentir eso, pero ahí pudo encontrarlo, la mirada de desaprobación de su madre decía todo, aun sin pronunciar una sola palabra. De nuevo, pudo sentir el vacío en su estómago, no pudo dar siquiera una mordida completa a ese pan, y se levantó de inmediato de la mesa. Se despidió de su mamá lo más apresurado y cruzó la puerta lo más rápido posible. Cuando al fin salió fue como si hubiera podido respirar de nuevo. “¿Quieres una rebanada?”

Caminaba a la preparatoria con la cabeza agachada y las manos en los bolsillos de su sudadera, tampoco le gustaba mucho su postura, pero no era lo suficiente fuerte para caminar con seguridad y mirar siempre al frente como lo hacían todas las chicas que pasaban a su lado. Pensaba que entre menos pudieran notar su presencia le iría mejor, aunque eso no siempre podía funcionar. Luna pasó las primeras horas de clase aburrida, aunque era buena alumna ya no le parecían tan entretenidas las clases de biología como hace meses. Ahora eran más interesantes, pero ya no le emocionaba casi nada, ya ni la escuela que dejaba de ser uno de sus refugios. Pasó el recreo con su única amiga, Iris, con la que solía convivir gran parte del tiempo en la escuela, no la podía describir como la mejor de las amigas, incluso a veces podía ser bastante hiriente con ella, pero prefiría pasar un mal rato de vez en cuando a estar completamente sola todo el tiempo. Luna terminó su almuerzo y se quedó hablando con Iris algunos minutos, cuando su estómago dejó de sentirse pesado, se levantó con un poco de emoción, por uno de sus únicos pasatiempos que aún parecían emocionarle: “el básquetbol”. Casi siempre jugaba en la comodidad del patio de su casa, la mayoría de las veces sola, porque no tenía ningún amigo cerca, y tampoco era tan valiente como para preguntarle a su mamá si podía pasar un rato con ella. Tomó el balón y comenzó a balancearlo entre sus manos hasta que dio los primeros rebotes en el suelo, simplemente comenzó a tratar de encestar canastas como siempre hacía, era lo más interesante para hacer ella sola. La felicidad e incluso la adrenalina que causaba ese deporte en ella, la ayudaron a desconectarse un rato de su entorno. Falló un tiro a la canasta y el balón rodó fuera de su alcance visual, eso le provocó salir de su mundo con lo que vio en su lugar. Su amiga Iris estaba sentada junto a dos de sus compañeras, las tres parecían divertidas mientras veían a Luna jugar, ni siquiera disimulaban sus risas y la manera en la que apuntaban despectivamente hacia ella. El gran vacío en su estómago regresó una vez más, no trató de recuperar el balón, simplemente huyó a paso rápido de la cancha. Pasó las últimas horas de clase sin hablar ni mantener algún tipo de contacto con su “amiga”. Cuando el timbre sonó, simplemente tomó sus cosas y emprendió su camino. “¿Quieres una rebanada?” Sus hombros se sentían pesados aun cuando su mochila estaba casi vacía, aunque cuando pasaban estas cosas el peso era más insoportable.

Sintió un poco de alivio cuando al fin pudo ver la tienda de su abuela a lo lejos, cuando al fin llegó, empujó la puerta de la entrada haciendo sonar la campana, dejó su mochila detrás del mostrador y fue a buscar a su abuela que casi siempre se encontraba en la bodega. A lo lejos pudo ver a su abuela desenrollando un gran pedazo de una tela de seda, seguramente para uno de sus nuevos trabajos, tenía una gran tienda de todo tipo de textiles y también se dedicaba a la creación de prendas, pasatiempo que le estaba enseñando a su nieta. La abuela estaba de espaldas, por lo que Luna la saludó sorprendiéndola con un abrazo, la mujer inmediatamente sonrió al reconocer a la voz
y los cálidos brazos de su nieta. Volteó para poder ver a Luna de frente, y tomó una de sus mejillas entre sus manos, mientras le repetía lo bonita y grande que se estaba poniendo. Luna sonrió en todo momento, queriendo poder creer en las palabras de su abuela, ojalá ella pudiera ver las cosas de esa forma. Pasó el resto de la tarde hablando de su próximo cumpleaños con su abuela y atendiendo la tienda. Hoy no habían tenido tiempo de continuar trabajando en su vestido de quiceañera. El patrón estaba casi terminado, pero las mangas todavía no estaban puestas. Era casi de noche, por lo que era hora de regresar a casa, la tienda de su abuela era el único lugar donde podía encontrar algo de comodidad en su vida, por lo que irse siempre era algo que bajaba su estado de ánimo. Al despedirse de su abuela, comenzó a recorrer las calles que parecían tranquilas por la hora, al estar cerca de su casa pudo observar las luces encendidas, hoy había llegado después que su mamá.

Entró, y lo primero que escuchó fue a su mamá llamándola para que cenara, comer con ella le parecía algo totalmente aterrador y por eso siempre trataba de llegar a casa antes que su madre para poder cenar sola en su recámara, al menos así no podía sentirse ella tan culpable. El plato de comida frente a ella no parecía verse tan apetecible como siempre, a pesar de ser una de sus comidas favoritas, Luna solo podía pensar en lo que podría reprenderle hoy su madre. Comió las dos primeras cucharadas sin sentir mucho, al menos agradecía que el delicioso sabor podrían distraerla por un momento, aunque ese momento pasara rápido. El plato estaba casi vacío, creía que esta noche podría dormir sin pensar tanto, pero los comentarios de su madre eran lanzados en los peores momentos.

-Luna, no sé por qué te serviste tanto, te he dicho que debes controlar más tus porciones, solo mírate, sabes que lo digo por tu bien.

El vacío en su estómago cada vez era más, más y más grande. Sin terminar su plato, Luna intentó levantarse de la mesa, pero esta vez no pudo escapar victoriosa como en la mañana, escuchó un fuerte golpe en la mesa y la voz de su madre deteniéndola. De espaldas y con su labio inferior temblando, Luna no se atrevía a darle la cara a su madre, no sabía qué cosa le esperaba hoy, pero estaba segura que sería mucho peor que la de otros días. Los castigos y todas sus combinaciones iban escalando de magnitud, un castigo se comía al otro, siendo más fuerte e intenso.

-Luna, sabes que no me gusta que comas tanto, de castigo vas a tener que limpiar el baño. Y ni pienses en desayuno mañana, porque no vas a comer nada, así tal vez puedas bajar un poco de peso.

Aun dándole la espalda, Luna quedó estática en su lugar, tragó saliva fuerte y una lágrima se derramó en su ojo izquierdo, incluso sin quererlo. No quiso escuchar más, lo que la obligó a salir de su estado y hacer lo que su mamá le pidió. Tomó un cepillo, jabón y un balde con agua y empezó a tallar la taza tan minuciosa, sentía como la mezcla jabón y cloro penetraba dentro de su piel y en el retrete, talló y limpió hasta que considero lo suficiente. Limpiaba a altas horas de la noche y sin poder deshacer el nudo que se formaba en su garganta, trató de hacer todo lo mejor posible. Su madre odiaba los rastros de mancha y polvo en la casa y si quedaba alguno, la hacía limpiar en varias ocasiones, aunque Luna ya no pudiera ver nada de suciedad en ello. Cabizbaja, y sin querer saber mucho de su madre, ni siquiera esperó su autorización de que estuviera totalmente limpio y se fue a su cuarto. “¿Quieres otra rebanada?”

Como siempre lo hacía, se paró frente al espejo y después de un suspiro, levantó su blusa
para mirar su estómago. Su madre siempre resaltaba en Luna todo lo que no le parecía agradable de su aspecto, pero principalmente tenía una fijación en su peso, el cuál, de hecho, era muy normal, pero a los ojos de su madre e incluso ahora convencida, Luna empezaba a notarse mucho más “gorda” de lo usual, lo que era raro, pues desde hace meses había estado en el mismo peso, pero ahora se percibía de forma distinta. Deseaba ver algún día en el espejo algo que le gustara de verdad. A pesar del agradable momento con su abuela, Luna se sentía mal, parecía estarse acostumbrado a que los días buenos fueran raros, parecía que la gente siempre buscaba algo para poder destruir cada pequeño bloque, aunque no estuviera colocado todavía en la pared. Las lágrimas comenzaron a brotar junto con ese horrible sentimiento en su estómago. Las semanas y los meses pasaron bastante lentos para Luna, pocas veces sentía que el tiempo pasaba a su verdadero ritmo, cada día era más largo y tortuoso para ella. Hoy también se levantó y lo primero que hizo fue verse al espejo, creía que algún día por más lejos que estuviera podría sentirse cómoda con lo que veía, pero le asustaba un poco que eso no estaba pasando. A pesar de poder notar sus marcadas clavículas aún por encima de la blusa de su pijama, parecía no estar conforme con eso. Ahora tenía el cuerpo que hace mucho soñó, pero no podía sentir nada al respecto, solo el dolor. El dolor de sentir como las personas con cada comentario o mirada, tomaban un pedazo de su cuerpo con ellos. Pero lo había aprendido, las personas solo pueden valorarte por la forma en que te ves.

En la escuela, ya había perdido toda su dignidad cuando el director la reprendió frente a toda la clase por algo que nunca hizo, sintió como se desmoronaba, a la vez que todas las paredes ardían y echaban fuego y un pequeño rocío escurría por debajo de sus pies. Era la rara para algunas personas, pero eso ya no importaba tanto. Por otra parte, con su madre ya no se sentía tan mal como antes. Incluso su madre la había felicitado por su pérdida de peso, tomándolo como algo positivo y no como lo preocupante que era que hasta sus mejillas parecían huecas. Luna se despidió de su mamá para irse a la tienda de su abuela, estaba impaciente por terminar su vestido de quince años, la fiesta sería en menos de dos meses.

Al caminar sentía como si sus pies pudieran fallar en cualquier momento, ni siquiera tenía la suficiente energía para hacerlo sin sentirse mareada. Podía ver la tienda de su abuela a lo lejos, su mirada se tornó borrosa y millones de colores bailaron en su cabeza… los restos de betún embarrado en la tabla del pastel, las moscas hacían su festín. La abuela se extrañó al ver a tanta gente al exterior de su tienda, parecía haber pasado algo y esto la intrigó. Se acercó a la multitud, y al llegar casi al frente, sintió como su vida acababa de derrumbarse. En el patio de la casa, el balón empezó a desinflarse, pudriéndose descolorida toda la superficie. Una abuela que no tenía a una hija, que ni llevarse a los labios. En la tienda el vestido se mostraba en el exhibidor inerte, bello, lleno de lunas chicas y grandes, llenas magníficas, bellas creciente, bellas menguante, él atraía a todos los clientes y siempre recibían la misma respuesta.

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