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lunes, 19 mayo, 2025
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La relevancia de la experiencia de la autonomía zapatista: las luces en medio del desastre

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Hace días se anunció, por parte de los zapatistas, un evento sorprendente: la escuelita de la autonomía. Donde se deja ver cómo este movimiento social ha caminado en los últimos años: se habían retirado de la agenda nacional para concentrarse en la construcción de su proyecto de justicia social en el marco de una propuesta de democracia participativa y del ejercicio (fáctico) de la autonomía; para luego regresar a la escena nacional mostrando sus resultados y, con la experiencia transcurrida, constituirse en un ejemplo que se convierte en faro para conducir los movimientos que quieren crear ejemplos de justicia y democracia, en el contexto de la destrucción nacional que ahora mismo vivimos por el incontenible avance del neoliberalismo en México. Por ello, se hace especialmente relevante no propuestas teóricas, sino ejemplos prácticos que den qué pensar, para generar rutas de resistencia y de creación de órdenes sociales alternativos.

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Recapitulemos un poco: en el diálogo nacional que establecieron el gobierno de México con el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en febrero de 1996, resultaron los llamados Acuerdos de san Andrés. En dichos acuerdos sí se acepta la visión de conseguir para México una ‘Ciudadanía Multicultural’, y el necesario empoderamiento de las comunidades. Esta ciudadanía étnica implicaba que las comunidades indígenas fueran reconocidas como ‘pueblos’, lo que significa el reconocimiento de sus derechos humanos colectivos y la autorización a tener autogobierno en un ámbito territorial propio. Y con ello, tuvieran la competencia y facultad de preservar sus complejos socioculturales, que va desde lengua, creencias, usos y costumbres, hasta modos de organización y administración de justicia; y también la capacidad de innovar en la producción cultural a partir de su proyecto de pueblo y de sus visiones compartidas de futuro. Además, la autonomía estaba pensada para organizar la forma en la cual los pueblos indios participarían en el conjunto de la vida nacional, porque la autonomía no es aislamiento. Y en esa coordinación con la vida del país, también, se veía la posibilidad de recibir fondos del presupuesto, pero manejados en los linderos de su autonomía; así, los pueblos diseñarían sus propios fines y estrategias de desarrollo a través de la elaboración propia de programas, como su implementación y evaluación. De tal manera que ya no sólo recibieran la visita del gobierno para darles ‘apoyos’ que los mantienen en la pobreza. Los indígenas, con la autonomía, de ser la población políticamente más excluida, adquirieran ciudadanía plena. Empero, como todos lo sabemos, el gobierno incumplió el acuerdo y no caminó hacia dicho reconocimiento.

Sin embargo, los zapatistas deciden construir por la vía de los hechos su autonomía, aun sin reconocimiento constitucional. Y en 2003 se fundan Los Caracoles y las Juntas del Buen Gobierno. Las JBG son los órganos colectivos de autogobierno que ordena el funcionamiento de ciertas regiones zapatistas. Las juntas son regionales, están integradas por delegados de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ); los que a su vez son elegidos por sus comunidades. El puesto en las juntas es rotativo y revocable en cualquier momento; y su principio de acción es ‘mandar obedeciendo’; por tanto, mucho de su trabajo es organizar las consultas. Y la organización autonómica constituye un caracol porque va en círculos de la comunidad al municipio y luego da otro giro a la región. Es un colectivo de colectivos. En términos de las competencias, los marez tienen las funciones de impartición de justicia, salud, educación, vivienda y tierra. Las cinco regiones autonómicas (caracoles), tienen su propia jurisdicción y la función de contrarrestar el desequilibrio en el desarrollo de los municipios, mediar en los conflictos entre éstos y vigilar la realización de los proyectos de los diversos marez. También, las JBG tienen la función de destinar los recursos que vengan de fuera y formar el fondo de redistribución con los impuestos propios y los excedentes. Así pues, al inicio del proceso los comandantes zapatistas declararon que iniciaban un aprendizaje: aprender a autogobernarse. Ahora, hace unos días, organizaron la escuelita zapatista donde iban a enseñar lo aprendido en esa experiencia; a dar clases de autonomía a diversos actores sociales para que extendieran la ola autonómica en el país. Es decir, con esta enseñanza, se concibe la autonomía no sólo como un camino para las identidades indígenas, sino para diversas identidades sociales y culturales. Asimismo, la propia autonomía es sujeto de pluralidad: no hay un modo uniforme de ser autónomos. En suma, se hace de la autonomía el gran objetivo de construcción social alternativo al pacto neoliberal de la clase política mexicana.

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