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jueves, 3 julio, 2025
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Herencia y creación de Maritza M. Buendía

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Por: La Gualdra •

La Gualdra 675 / Literatura

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Por Víctor Cedeño

Hoy, es apresurado y riesgoso utilizar etiquetas, o a modo de un prestidigitador, describir y guiar a los escritores a lo que llamaremos El Canon. Los nuevos momentos estelares de nuestra literatura quedan ensombrecidos por la incertidumbre misma de nuestra contemporaneidad: nuestra modernidad deshecha no sabe si son meros atisbos efímeros de genialidad que entre la marea de novedades sólo quedarán registrados en las antologías, las enciclopedias o los catálogos editoriales perdidos en una página web que no se actualizó o simplemente no se pagó, o si no, la indecisión del mérito único y exclusivo por las ventas masivas que no equidistan con la calidad del texto; sea como sea, el texto corre el peligro del olvido o el peligro del hartazgo popular. Hoy vivimos con libros publicados para cubrir una cuota de producción y de consumo, sin saber la intención de los autores, no se percibe culturalmente un intento de preservarlos hacia el futuro. Por eso mismo, es tan refrescante y necesario encontrar autores de grandes palabras resilientes a esta abrumante posmodernidad, un trabajo de polígrafos, de mucha suerte, pues el gran texto no siempre compagina con la gran publicación, el gran prestigio, tristemente compagina con el gran descubrimiento, pero, en este caso, con la gran sorpresa de saber que una gran autora, Maritza M. Buendía, queda consagrada en una de las editoriales que más distribuye, mejor recaba y aglomera a los autores que mejor construyen la educación sentimental de nuestra literatura.

Para hablar de Maritza es necesario hablar de dos tradiciones. La primera: una donde se inscribe en las letras hispánicas como una autora que recupera elementos característicos de las generaciones precedentes —en particular del siglo XX— y los reformula con un aire nuevo, rejuvenecedor, adaptado a nuestro tiempo. A mi gusto, se trata de una gran tradición barroca: la de reescribir, sin cesar, nuestra historia literaria. La segunda: una tradición que ella misma construye. Al modo de Borges, de Garro o del mismísimo Paz, Maritza repite sus propios tópicos, los reescribe como un palimpsesto, haciendo de su obra un territorio libre donde se construye su propia genealogía literaria.

Claro que, sus primeras obras sufren esta necesidad de actualizarnos y no mirar atrás, quedan en ediciones de tirajes considerables, pero muy difíciles de conseguir. Gracias a las bibliotecas públicas y los libros prestados, pude hacerme de cinco lecturas que sustentan este ensayo: La memoria del agua publicada en 2002 por Fondo Editorial Tierra Adentro, En el jardín de los cautivos publicada en 2005 por la misma editorial, Tangos para Barbie y Ken publicada en 2016 por la editorial Textofilia, Jugaré contigo y Cielo cruel publicadas respectivamente en 2018 y 2023 por Penguin Random House Alfaguara.

En estos libros de novela, cuentos y relatos los tópicos se repiten, podemos enumerarlos, pero es más divertido saber que cada repetición de los tópicos, al mejor estilo sarduyiano, son una reconceptualización, nuevos términos, olvidar y volver a conocer, reconocer las distintas estructuras que nos son dadas, reconsiderar lo que conocemos.

En su narrativa el tema del erotismo lleva un tratamiento mucho más profundo, es el punto en el cual se articulan demás inquietudes, a modo borgesco, obsesiones que plagan sus textos de una manera siempre positiva. Son el recurso ideal para explorar su mismo tópico desde muchas ópticas, como un Diagrama de Venn en el que conjunta sus permanentes obsesiones. A grosso modo se puede separar en dos categorías que se intercalan entre sí, una de ellas es el juego entre una voz personal, generalmente en primera persona o focalizando un personaje específico, y el juego perverso de las muñecas, una relación que lleva al lector a lugares distintos, mucho menos digeribles, pero más emocionantes (La memoria del agua, Tangos para Barbie y Ken y Jugaré contigo); mientras que, en otra categoría estaría el relato desde una perspectiva más generacional que reinventa el sexo a distintas edades, ciertamente esta perspectiva es mucho más crítica, expone contundente distintas formas de tener sexo y sus implicaciones tanto emotivas como de dominación (El jardín de los cautivos y Cielo cruel).

El ejemplo más comparable como palimpsesto de sí, sin dudas sería Borges, podría decirse Elena Garro u Octavio Paz, pero estos últimos parecen, a veces, negar parte de su pasado literario, cada escrito nuevo es una reconstrucción que despoja las impurezas del anterior y pretende inútilmente perfeccionarse. De otra manera, Borges concebía cada texto como un espacio donde había realizado una parte de sí, volvía a escribir la misma historia, con otros finales, con otros significados que no pretendían negar el original, todos de cierta manera son el original. Leer la narrativa de Maritza se siente como leer al ciego Borges que en su imaginación veía todas las posiciones del kamasutra inacabable que escribe Maritza M. Buendía.

Y para hablar y concluir con la segunda, o más bien primera, véase de donde se vea, la tradición en la que se instala. El lugar de las letras hispánicas que, dicho antes, lee y reescribe, rejuvenece, adaptaciones a nuestro tiempo, como un live action de Disney, pero bien hecho, un verdadero riesgo creativo que nunca se establece. Después de mucho tiempo, al menos personalmente, vuelvo a ver las grandes características del Boom, ese periodo que el Crack juró destruir y parecía más que muerto, renació. El juego intertextual directo, a veces oculto, en Maritza es evidente con su cuento Catgut o el retorno, referencia directa a Farabeuf o la crónica de un instante de Salvador Elizondo, o, el regreso de los espacios ficticios tan verdaderos, tan relacionables e inconfundibles con la realidad, fragmentos de la experiencia del autor, una reverberación a Comala, a Ixtepec, a Santa María o a Macondo, este nuevo nombre es Cielo Cruel y parece tener el mismo tratamiento generacional que Rulfo, Garro, Onetti o García Márquez le hicieron a sus pueblos, el antes y el después.

Y esto último me lleva a una divergencia, una actualización fundamental al tratamiento de estas historias. Y para ello, tengo que citar o al menos parafrasear a Lezama Lima cuando dice que después de Proust estamos condenados a esta eterna búsqueda del tiempo perdido, tenemos la maldición de no dejar de ver hacia atrás y pensar en la vida buena, Lyotard se ríe y nos dice, la vida de mierda, Maritza nos mira y nos dice, podemos aprender de ella. Ya no es el Cien años de soledad que implosiona, se regurgita en sí mismo, consumido por su tiempo que se repite y jamás se supera, es el momento de superar la condena proustiana, el viaje del eterno retorno. Es momento de aprender del pasado, por ello no es de sorprender que la matriarca Belén de este Cielo Cruel sea una profesora, por eso, este Cielo Cruel no se queda en pueblo, sino que al final vemos ciudad. Vemos después de mucho tiempo, desde las novelas fundacionales, mucho optimismo.

La obra de Maritza M. Buendía nos recuerda que aún es posible escribir con memoria, con deseo y con pensamiento. Leerla es regresar a los grandes artificios de la tradición sin renunciar a la urgencia del presente. Su narrativa, tejida con las prendas de Eros, si es que tiene, configura un espacio que no teme repetir ni revisitar, porque en cada repetición hay una reescritura crítica del mundo. Más que una heredera de nuestras letras, es ya una creadora de su propia tradición.

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