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jueves, 15 mayo, 2025
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Queremos ser felices

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Irvine Welsh, en su tan aclamada novela Trainspotting, critica severamente el ritmo de vida occidental, en el que el éxito y la felicidad están vinculados a las actividades prácticas, impuestas por un orden mundial basado en el sistema económico neoliberal: “Elige una vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia…”. Pero esa elección es meramente retórica, pues más que hablar de una opción a “elegir”, es un imperativo.

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Peor aún en países donde el sistema no está siquiera bien asimilado, como el caso de México, la orden es aún más determinista, pues uno no elige ya ni la vida, ni el empleo, ni la carrera y mucho menos la familia; tenemos lo que podemos y cómo podemos.

Si realmente se pudiera elegir, dudo en verdad que alguien decidiera, sin practicar el ascetismo o el budismo, tener una vida austera, o en el mejor de los casos, una vida a pagos de largo plazo. Dudo que alguien quiera tener un empleo en el que pagan miserias, o una familia a la que no se puede apoyar ni con dinero ni con la moral que puede tener una persona plena.

 

Resignación

Todo mundo habla de la juventud como una de las etapas de mayor plenitud. Dicen que es la mejor fase de la vida; que es cuando tenemos libertad, energía y nos queremos comer al mundo. Y es cierto que existe esa sensación. Sin embargo, conforme pasa el tiempo parece que el mundo es el que termina por devorarnos.

En los años mozos, uno se visualiza como aquel que, de alguna forma, alcanzará la felicidad. En nuestro país esta idea tiene género: las mujeres, por lo general, suelen relacionar la felicidad con fenómenos afectivos (la pareja, los hijos), mientras que los hombres han sido educados para pensar como proveedores y por ende, la felicidad les será condicionada por el dinero. De esta manera pareciera que, en efecto, perteneciéramos a dos especies distintas, pues cada uno vela por un interés distinto. Conforme se crece, el apego a estas ideas también evoluciona y vamos por la vida programados a cumplir con tales premisas. ¿Cuántos son los que realmente se cuestionan por qué y para qué hacemos lo que hacemos?

Si nos detuviéramos un segundo a respondernos, quizá seguiríamos deseando lo mismo que hasta ahora, quizás no; lo cierto es que el ejercicio de duda proporciona en sí una posibilidad. El poder contemplarnos en la vida de otra manera, aunque sea por una milésima de segundo, nos ofrece la capacidad de vivir de otra manera.

Pero no lo hacemos. La gran parte de nuestra vida se nos ha ido visualizando un futuro inalcanzable, creyendo que somos personas que no existen aún, deseando lo que no tenemos. Así, todo se vuelve una completa insatisfacción y un enojo constante. Nadie es realmente feliz. Tal emoción pierde significado y valor, pues esto último, el valor, paradójicamente termina por no importar. De jóvenes motivados pasamos a ser adultos resignados.

 

Renuncia

Los ascetas y los budistas dicen, a grandes rasgos, que hay que renunciar a nuestros apegos; abandonar los deseos y entregarse a la vida mística, que para ellos es un estado espiritual, para mí sería también la capacidad de trascender, entendido esto como ser feliz, lisa y llanamente. Pero renunciar, en nuestra concepción tiene un sentido negativo, pues parece implicar darse por vencido, ser cobarde o fracasado.

Nuestra cultura nos prohíbe renunciar a aquello que deseamos, y por el contario propone la lucha como una de las formas más elevadas para obtener el éxito. De ahí que tenemos una especial fascinación por la historia de nuestros héroes épicos; héroes patrios que se mantuvieron en pie aún frente al cañón; gente de piedra que se ha convertido en modelo a seguir. Pero no son más que eso, piedras en la historia, ejemplos de lo que se espera que todos seamos.

¿En realidad deseamos lo que hacemos y tenemos? ¿En verdad nuestras  luchas diarias están motivadas por voluntades profundas y sinceras? ¿Realmente tenemos conciencia de lo que hacemos cotidianamente para ser felices? ¿Todo eso que practicamos habitualmente, de lo que hablamos, a lo que nos dedicamos lo elegimos a placer o respondemos a estímulos externos?

Hay un enorme vacío entre la pregunta y la respuesta, porque para elegir una vida, un empleo, una familia de requerir el mínimo de decisión, y por infortunio, lo que nos falta como humanidad es justo eso; vamos por la vida imitando, llevando a cabo planes de otros, con tal de no tomar posesión y responsabilidad total de nuestros actos. Es más fácil, y cómodo, llevar a cabo un plan preestablecido, que renunciar a todo, quedarse en cero, en blanco, y recomenzar desde cero.

Nadie quiere empezar en la hoja en blanco, tememos al vacío, a lo reinicios. Nadie quiere dejar sus apegos y deseos tradicionales, preferimos convencernos hasta el hartazgo de que esto es lo que deseamos y actuamos con tanta convicción, que terminamos por aceptarlo fiel e infranqueablemente. Lo trágico es, que precisamente por esto, puedo incluso decir, que en realidad nadie quiere ser feliz. ■

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