La Gualdra 670 / Festival de Cannes 2025
Los créditos de apertura de la película presentan a Jean-Luc Godard, François Truffaut, Claude Chabrol, Suzanne Schiffman, Jean-Paul Belmonte, Jean Seberg, etc, etc. Estos “etc.” quizá el lector ya se imaginará quiénes pueden ser: los demás creadores de la “nueva ola”, la Nouvelle Vague francesa.
El director estadounidense Richard Linklater presentó en la Competición por la Palma de Oro una película “monumento” al cine culto. Una película que cuenta la historia de la filmación de À bout de soufflé (Sin aliento) realizada por Godard en 1960 y que se definió como una propuesta de ruptura autoral frente al cine clásico de industria. Un momento que se asume, quizás demasiado a la ligera, como uno de los cambios sustanciales más importantes en la cinematografía mundial.
Linklater rinde homenaje a Godard, a su “Sin aliento” y a los amigos intelectuales que participaron en la creación, no sólo de la emblemática cinta, sino de todo el movimiento francés. Lo hace de tal manera que prefiere difuminar los nombres de los autores y convertirlos directamente en los personajes representados. No cabe duda de que la nostalgia invade el ambiente.
Es tal la nostalgia de esos dulces inicios de la década de 1960, que trata de repetir la textura de la fotografía Raoul Coutard en sus contrastes de blancos y negros de la cinta de Godard, algo que a los críticos de Cannes les ha parecido un exceso poco logrado.
Cuando decidimos ir a verla lo hicimos sabiendo de antemano a qué tipo de película llegaríamos. Y no falló. Pero irla a ver era más un acto de no faltar a la cita de una película documento y destinada al “snobismo” de cine culto. Y entrecomillamos la palabra para que no se entienda como un insulto ni crítica, sino como una definición de un tipo de público. Porque justamente, la Nouvelle Vague, creó la polarización de los públicos básicamente en dos: los cultos y los populares.
Linklater, entonces, hace un diario de los 20 días de rodaje, más los de preparación y los debates del montaje. Describe las anécdotas de un director que iba escribiendo las escenas el día mismo de su rodaje, que huía de tener un guion escrito de antemano y evitaba anunciar a los actores su misión para protegerlos de una sobreactuación y asegurarse de una reacción natural; una película documento culto porque los diálogos son frases “eruditas” y “exactas” sobre qué es el arte y qué es el cine, al menos desde la teoría de los pensantes que crearon la revista Cahiers du cinema.
Así, entre anécdotas y axiomas cultos, el espectador ve desfilar la realización del proyecto de Godard hasta su exhibición privada de la que sus compañeros concluirán y calificarán de una “de las más grandes mierdas de la historia cinematográfica” -por supuesto, ironía denigratoria y modesta que tanto gustaba a Godard-.
Aunque no haya ganado la Palma de Oro, sí que será una de las cintas que tendrán un gran recorrido comercial, cuando menos en el territorio francés y entre los cineclubistas del mundo.