Doy por hecho el triunfo rotundo de la 4T, con Claudia Sheinbaum, en la sucesión presidencial. Por tanto, continuará la profundización de la trasformación de México. Pero, no será tarea fácil. Obviamente, estará presente una férrea oposición de nuestra derecha nacional, apoyada por su homónima internacional. Si nuestra realidad social está cambiando, es lógico prever cambios cualitativos en los polos del conflicto político principal.
AMLO ha sostenido que las estrategias de la derecha corrupta son elementales y muy previsibles. Pero, tras un resultado electoral desastroso y luego de una necesaria autocrítica para sobrevivir políticamente, algunos partidos de la derecha pudieran reinventarse. Incluso, con otro nombre. La larga cola de desatinos, corruptelas y desprestigio es muy pesada para seguirla arrastrando.
La fracción derechista, liderada por la corrupta Amparo Casar y el cacha “subsidios” nacionales y extranjeros Claudio X González, pudiera “pensar” (por instrucciones extranjeras, pues quien paga piensa y ordena) en reconvertir la llamada “marea rosa” en partido político, o fusionarse con otros partidos y gestar al partido de la “moderna” derecha mexicana. Los intelectuales para esa causa ya existen: Roger Bartra, Lorenzo Córdova, Enrique Krauze, Francisco Martín Moreno, Héctor Aguilar Camín, Denise Dresser, y otros.
No olvidemos que el “Plan C” de AMLO puede empezar a ejecutarse inmediatamente que tomen protesta los nuevos legisladores federales, siempre que exista mayoría calificada. Sería la última gran acción del presidente. O, en su caso, será tarea para Claudia Sheinbaum, quien lo ha adoptado.
Para Sheinbaum Pardo, el “Plan C” es parte inicial del “segundo piso” de la 4T que tiene, entre otros objetivos, reformular la estructura política nacional, empezando por una profunda reforma al INE, una nueva integración del Poder Legislativo. Además, elegir por el voto popular a ministros, magistrados y jueces y abaratar el costo financiero de esos aparatos. Si no hay mayoría calificada, se abrirá paso a la capacidad, o no, del trabajo político fino. Ese no se vé, pero se ejecuta magistralmente. Es parte central del proyecto. También disminuirá una parte de los obstáculos políticos.
Esos aparatos públicos (más los privados), organizativos, ideológico, políticos y los de administración y aplicación de la justicia son ingredientes orgánicos del régimen político del pasado y pilares fundamentales, de la derecha, para sobrevivir desde terreno firme y enraizarse. Por eso, se quejan de que AMLO “sólo vino a destruir las instituciones” e insisten en que son espacios públicos que “no se tocan”, pues desean que siempre estén a su servicio. Pero, deben ser tocados para que no sean obstáculos a la transformación y, al contario, contribuyan a ella, o los cambios se verán interrumpidos o hasta en retroceso.
En contrapartida, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) no puede continuar siendo un partido-frente que se mueva gelatinosamente, improvisada, casi en espontaneidad y bajo una dirigencia que, en ausencia de un proyecto social estructurado y pensado por ellos mismos, prefiere como método de trabajo los usos y costumbres de la política derechista, aislándose del contacto directo con la población y sus necesidades, sin promover el debate interno, la formación de cuadros con una nueva identidad política e ideológica y haciendo caso omiso de la organización estructurada.
Cierto que, en el grueso de la ciudadanía, hay una mayor conciencia social, en palabras de AMLO es un “despertar de las conciencias”, pero, aunque el presidente dice no coincidir en la necesidad de un partido-vanguardia, la realidad lógica e histórica nos deja en claro que la organización política resulta fundamental no sólo para la formación de nuevos cuadros políticos, sino también para promover la ampliación de la conciencia social a favor de una transformación teóricamente visualizada.
La apuesta transformadora no debe ceñirse exclusivamente en los procesos electorales y luego confiar en que los electos harán todo el trabajo de cambio social. La historia constata que eso fracasa si no hay participación popular organizada y una gran directriz vanguardista. Así no pueden generarse objetivos colectivos, se estará a merced de los trepadores, ambiciosos vulgares, de dinastías y cacicazgos políticos. En esas condiciones no pueden existir metas tácticas ni estratégicas y tampoco se puede hacer el balance de aciertos.
A lo largo y ancho del país hay muchos militantes de la izquierda, líderes sociales e intelectuales que durante los gobiernos neoliberales represores permanecieron agazapados, se adaptaron a la comodidad del régimen. Ante el nuevo amanecer, pudieran encontrar renovados vientos para coadyuvar en la formación de cuadros intelectuales y políticos, estructurar un nuevo porvenir, ensanchar derechos, libertades y bienestar para la sociedad. No sobra advertir que muchos políticos olfatearán el fantasma del peligro. Para ellos, valen más sus intereses personales que los de orientación social. En dado caso, de los instrumentos transformadores el partido político es uno, y aunque relevante, hay que explorar nuevas formas de organización.