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domingo, 11 mayo, 2025
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Julio Ruelas, uno de los últimos artistas natos y bohemios, comparte experto cultural

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Por: ALMA RÍOS • admin-zenda • Admin •

■ Develan estatua dedicada  al pintor y grabador en la Alameda Trinidad García de la Cadena

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■ La facilidad para crear arte era parte de su genética, comenta  Pedro López Recéndez

Julio Ruelas, dibujante, pintor y grabador zacatecano, fue de los últimos personajes “con talento nato, un artista bohemio en toda la extensión de la palabra que dedicó su vida a la producción artística sin más distracciones que el tabaco, el alcohol y las mujeres”. Poco tiempo antes de morir, temía que la beca otorgada por Justo Sierra le fuera retirada y pidió a su amigo, José Juan Tablada, que en caso de muerte, “lo enterraran lo más cercano a la calle para poder seguir oliendo los perfumes y escuchando los tacones de las mujeres” de París. Su cuerpo fue inhumado en el cementerio de Montparnasse en septiembre de 1907, comparte con La Jornada Zacatecas, Pedro López Recéndez, director de Rayón 5.5.4. Espacio Multidisciplinario de Arte Contemporáneo.

Julio Ruelas nació un 21 de junio de 1870 en la ciudad de Zacatecas. Fue hijo de Miguel Ruelas, quien fuera diputado, director de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y posteriormente, Ministro de Relaciones Exteriores, al momento en que gobernó el país Benito Juárez.

A los cinco años de edad un Julio Ruelas fue trasladado a la Ciudad de México junto con su familia, justo por los desempeños profesionales del padre, quien perdería la vida poco tiempo después, por lo que la crianza del artista quedó totalmente a cargo de su madre.

El joven transitó por la escuela militar pero también tuvo acceso a la Academia de San Carlos, los Ruelas, varios de ellos, incluido Miguel su padre, eran buenos dibujantes, por lo que la facilitad para este arte era parte de su genética.

Cita Pedro López Recéndez, parte de lo reseñado en Julio Ruelas, libro publicado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM en 1976, y escrito por Teresa del Conde, donde se refiere la gran facilidad del entonces niño para dibujar “todo lo que veía” y no remitirse a copiar que era el método de enseñanza entonces, pero también su éxito entonces en la construcción de pequeños artefactos cuadriláteros en los que realizaba dibujos zoomórficos.

Agrega el artista gráfico su comentario respecto de que Ruelas “plasmaba sus demonios interiores, fue un ser introvertido, pero fuerte en la imagen, un gran dibujante y grabador en su última etapa de producción en las artes gráficas que fue muy corta” y refiere su periodo de vida en Francia.

Las pinturas que realizó fueron por encargo, agrega, y las hacía a regañadientes más por generarse un ingreso para poder llevar el ritmo de vida bohemia que mantenían los grandes artistas de finales del siglo 19 y principios del 20 con los que convivió en el país galo.

“Julio se manifestó siempre a favor de visitar los tugurios y prostíbulos de aquella ciudad, emigra a corta edad a Francia, antes fundó junto con José Juan Tablada la Revista Moderna, donde él era ilustrador”.

Fue el periodo en que Justo Sierra lo envía becado a Francia, y donde luego de conocer distintos talleres se encuentra con la técnica del aguafuerte, a la que se adhirió iniciando una etapa de producción de grabado en pequeño formato, obras de aproximadamente 19 por 14 cm., o menores, “pero que sin duda alguna son de una grandeza extraordinaria”.

Las imágenes de Julio Ruelas giraban en torno de sátiros o faunos, mitad bestia mitad humano, con cabezas o cuerpos de toro o venado, prostitutas, niños, escenas campiranas, algunas que podían escandalizar en su tiempo.

Refiere Pedro López Recéndez también sus obras denominadas La crítica –ésta que le ha reservado honores y reconocimientos- La esfinge, La medusa, y en la pintura, El sátiro ahogado -1907-, El ahorcado -1890-, así como una serie de dibujos, propuestos como una colección de máscaras donde apareció Justo Sierra, Luis G. Urbina, Amado Nervo, su amigo entrañable José Juan Tablada y el mismo autor, además de muchas viñetas e imágenes donde registra recurrentemente cuervos, buitres y otras aves.

En los últimos días de Julio Ruelas, que desde muy temprana edad se expresaba como un hombre “de personalidad afligida, por contradicciones internas producto de una problematizada estructuración psíquica con tendencia a la melancolía”, como se le refiere en el libro de Teresa del Conde, manifestaba alucinaciones derivadas de su alcoholismo y el consumo de estupefacientes, por lo que se supone que presentaba crisis de delirio.

No obstante, sus dibujos “fueron hechos sin titubeos, de una sola intención, con sombreados con un trazo tramado, como lo expresan diversos estudios de piernas, ojos, brazos. Habla de que siempre estuvo practicando, que el suyo, fue un dibujo incansable”, dice López Recéndez.

Hubo un intento al momento en que gobernaba Ricardo Monreal Ávila, de traer sus restos a Zacatecas, un empeño que se aparejó a una restauración que se hizo de la lápida y escultura que se encuentra en su tumba en Paris, pero hacerlo, observa el grabador, habría sido desacatar la última voluntad del maestro, que quiso permanecer para siempre en aquella ciudad.

La develación en la Alameda Trinidad García de la Cadena el día de ayer, de una estatua de Julio Ruelas, que lo hace aparecer sentado en una banca como otras figuras que de esta manera se han colocado en espacios públicos, es una forma de tenerlo físicamente en Zacatecas, de donde salió a la edad de cinco años para no volver jamás. Para su caso quizás hubiera sido más apegado a la realidad si se le hubiera representado como el niño que sí deambuló por esta ciudad, y que no obstante, dice Pedro López Recéndez ya lidiaba en su interior con los demonios que luego representó en su obra.

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