Las campañas han expirado. Dice el argot popular: gracias a Dios. Las dos últimas semanas fueron de licenciosa campaña sucia. Las redes fueron saturadas de los más negros mensajes acusatorios de enriquecimientos ilícitos y supuestas membresías en el crimen organizado. Los métodos también rechazables: espionaje telefónico, infundios e infiltraciones. El fruto que se persigue es sembrar la duda en los ciudadanos sobre la solvencia moral del opositor o infundir el miedo en el mismo. Se ponen en juego la estimulación de los hilos más irracionales del electorado, y en éstos no debe descartarse el odio por la herida, escarnio y traición. Son campañas en el mundo de Dante: bajan a los más profundos círculos del inframundo de las pasiones para tratar de triunfar en la lucha por el poder. ¿Y los grandes problemas sociales? Olvidados en la superficie o al inicio de las campañas.
Uno de los candidatos, en su desesperación, empezó a prometer sin ton ni son: hospitales, 25 mil empleos al primer año, becas y todo tipo de prerrogativas que implicaban conseguir un presupuesto de 50 mil millones al año, casi lo doble del actual. El objetivo era prometer para pescar votos, aunque fuera en las redes de la demagogia. Ese es otro rasgo de las campañas: la demagogia. Todas sus propuestas de “dar más presupuesto para” nunca fueron acompañadas del “recurso que lo tomaremos de tal lugar”. Nada. No se exhibieron diagnósticos serios. En su lugar, observamos lugares comunes: el campo abandonado, inseguridad alta, poco empleo, y sobre todo, corrupción desbordante. Pero no había estudios con mediciones confiables e hipótesis causales justificadas, es decir, sin diagnósticos.
En las propuestas se dejaron ver unas pocas perlas en medio de la arena infértil de la retórica vacía. Una de las perlitas fue el llamado Presupuesto Participativo. Y en este aspecto, sí fue una lástima que los formatos de los debates no hayan permitido describir sus propuestas. Porque este tipo de cosas sí valían la pena de ser escuchadas. Una de las medidas que sacó algunas reflexiones fueron las preguntas de académicos a los candidatos en las redes sociales, lo cual permitió en la etapa inicial de la campaña contar con un pequeño periodo de cierto impulso de calidad en la contienda. En esas discusiones en las redes sociales, se dieron ideas, argumentación y posicionamientos sobre temas clave de la vida púbica de los zacatecanos. Fue un brote de racionalidad democrática. Luego vino lo que vino: la urgencia de ahogar al adversario a través del enlodamiento moral.
En las dos últimas semanas se posicionaron dos polos en la campaña, y cayeron en la cuenta de lo cerrado de la contienda. Y así llegamos al final de la campaña en estado de bastante incertidumbre. ¿Cómo se resolverá la contienda? ¿Con dinero, acarreo, presión, miedo, y otras exquisiteces? En una disputa electoral con márgenes muy pequeños de diferencia y en un ambiente de crispada pugna, esperamos conflicto postelectoral. En los próximos tres días de aparente silencio esperamos también la organización de las estructuras electorales, la distribución de las casillas y la operación de la jornada. Sólo deseamos no narrar la compra de votos y la inyección del miedo en el electorado. ¿Es esta contienda una muestra de lo que nos espera dentro de dos años en la elección nacional? Aprendamos y no lo repitamos.