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viernes, 29 marzo, 2024
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Amparo, un recuerdo…

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Por: JUAN ANTONIO CALDERA RODRÍGUEZ* •

La Gualdra 428 / Amparo Dávila: In memoriam

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Me entero, simultáneamente, por Manuel González y Jánea Estrada, del deceso, tristísimo, de la maestra Amparo Dávila. Su vida fue una prolongación de efusiones y de misterios. Tengo en mente una primera charla que tuve con ella. Me habló de su solar, de su pueblo, Pinos… Me habló de su amplia casa, de sus corredores y piezas y de las sempiternas sombras y fantasmas. Tuve ocasión de conocer esa casa sita en el centro de Pinos y de pernoctar un par de días, muchos años antes de que yo supiera de Amparo o de siquiera conocerla. A la vuelta de los años retorné a esa casa para despedirme, una mañana fresca y luminosa, de Amparo. Pero recordaba una de las primeras charlas con ella. Me habló de su niñez y de sus afanes alquimistas, de esa fantasía que la llevaba a cortar flores de toda especie, machacarlas, ponerlas en pomos con alcohol y aceites para elaborar algún extraño perfume. Me habló de su fruición por el olor del barro de los jarros que modelaban las manos artesanas de Pinos, de su gusto por el atole de maíz y del chocolate, de sus recuerdos de las estampas de Doré en el libro paterno de la Comedia, de Dante. Hace ya veinte años de aquel 2000 en que fue organizada la primera feria del libro, en el antiguo templo de San Agustín. En esa ocasión fue ella una de las invitadas especiales, y su estancia fue por demás memorable. Yo había hablado antes con Amparo por teléfono, mejor dicho hablé varias veces con ella para detallar su visita a Zacatecas. No nos conocíamos. A su llegada a Zacatecas fue conducida al hotel y luego a San Agustín para su charla programada. La charla sería en el crucero del lado derecho, donde se habían dispuesto sillas y en donde ya había un buen número de concurrentes. Ella, Amparo, iba por el pasillo, conducida por nuestra encargada de Relaciones Públicas, yo hablaba con alguien y de pronto escuché: Tú eres Juan Antonio, ya te reconocí la voz. Fue sorprendente verla ahí, elegante, con su voz melodiosa y su rostro iluminado por una sonrisa afable y generosa. Desde entonces tuve muchas ocasiones de charlar con ella, en México y en Zacatecas, en cafés y en su casa, pletórica de gatos y de libros. Y tuve oportunidad de comentar su obra, sus reediciones recientes de poesía y narrativa. Todavía hace unos pocos meses me dijo por teléfono que seguía escribiendo poemas, sus tan queridos “poemas breves”. Recuerdo su gentileza, su magnífica memoria, su cariño que siempre me expresó. Una vez, para un comentario sobre su poesía, cita a María Zambrano… Terminado el evento, me dijo que ella quiso mucho a María Zambrano y la leyó. Te voy a mandar un libro. Tiempo después recibí ese libro: se trataba de la correspondencia entre Alfonso Reyes, su querido maestro, que había editado el FCE. Ahí está su firma en la dedicatoria que me puso en la primera página.

Es triste en tiempos aún más tristes que una persona tan querida muera. Creo que Amparo vivió una vida de plenitud, satisfacciones, esperanzas y creatividad. Recuerdo que alguna vez me dijo que agradecía el que la hayamos invitado varias veces a nuestras ferias del libro… “Yo creía que estaba olvidada”, me externó una vez. Nunca, Amparo querida, tu obra y tu genio serán la fuerza de la imaginación para los días futuros. Tu obra será y es un sello único en nuestra vida y en nuestra literatura. Es y será el amuleto sempiterno al que habremos de volver una y otra vez. Serás, como dije en uno de mis textos, citando un verso del Cantar, libro que amaste: “un lirio entre los espinos”.

Descansa en la paz del Altísimo, en quien siempre creíste.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_428

 

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