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jueves, 28 marzo, 2024
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¿Es Rolando Alvarado culpable de Injurias? (huelga de hambre en la UAZ)

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Para discernir la pregunta que nos ocupa deberemos primero revisar la forma en que nacen y se caracterizan las diferentes formas de sátira, y luego comparar eso con los argumentos que existen alrededor de los llamados límites a la libertad de expresión; así, tendremos elementos para distinguir de qué lado están los mensajes polémicos de este profesor universitario.

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En el contexto de la democracia griega nace la Sátira. Es la crítica que se hace por medio de prosa, de la escena o la gráfica, con el objetivo de señalar inconformidades o desacuerdos en forma burlesca y exponer al ridículo al objeto de la crítica. En su nacimiento, dicha crítica se dirige a figuras del poder y del saber. La sátira se ejerce en diferentes formas: ironías, sarcasmos, parodias y diatribas (o invectivas). Esta última fue muy usada por los (anti)filósofos cínicos, que hacían burlas ácidas, mordaces y cercanas a la injuria. Sus objetivos fueron políticos y filósofos. Uno de sus favoritos fue Sócrates: recordemos Las Nubes de Sófocles. Y las actitudes burlescas de Diógenes el cínico contra el mismo Alejandro Magno y los espacios respetables de la política, son famosos sus escupitajos en palacio. O Bión de Borístenes, que además de cínico era sofista, y por tanto unía diatribas contra el poder y la verdad. El género se hizo célebre también en la Roma republicana, los autores en este contexto son muchos y variados, desde Luciano de Samosata con su Diálogo de Meretrices, hasta los conocidos Marcial y el ácido Juvenal. De esta manera se impone la primera pregunta: ¿es casual que la sátira haya nacido en la Grecia democrática? No lo es. Es impensable que hubiera crítica entre sus contemporáneos persas o en la lejana corte de Pekin. Por ello, la sátira es esencial a la democracia. Ya en occidente, la muestra de intolerancia la podemos ver en Francesillo de Zúñiga, que fue mandado matar por Carlos V, ‘por atrevido’. En la cristiandad se aprovechó el momento de los carnavales para ejercer la sátira, porque era momento de subversión del orden, ya que en otros momentos, hacerla ponían al autor en riesgo de muerte.

Con la modernidad, se fueron conquistando los espacios de la libertad de expresión: de ideas y creencias. La Sátira ha sido siempre motivo de debate: ¿el rasgo burlesco de la sátira política está incluida en los derechos de libertad de expresión? Algunos pensadores conservadores opinaban que no, que únicamente aquello justificado por la razón es válido para la crítica, y por lo cual no se incluyen los efectos de los humores populares; era una postura congruente con el pensamiento conservador porque el centro de su preocupación era el orden. Y la sátira siempre llama al desorden. Los liberales, más preocupados no por el orden, sino por la libertad, sí la incluyen. Los poderosos y los sabios se hacen objeto de la crítica, no sólo de la seria y argumentada, sino de la burlesca, ácida y ridiculizante. Así se explica que ahora hasta en los periódicos se incluya normalmente a la caricatura política que pone apodos, desfigura y ridiculiza a los políticos y personajes diversos de la vida pública. ¿Hay algún político que no tenga apodo? El Peje, el Oso, la Muñeca, El Borracho, y un largo etcétera. Y rectores con apodo: la célebre Borrega; o secretarios generales, como el astuto Chupada. Ahora los medios de comunicación abren las posibilidades de ejercer la crítica satírica en sus diferentes formas. Una de las más ácidas es la diatriba, que justo es la que practica el docente-cínico que ahora es objeto de este escrito: Rolando Alvarado.

Es claro que para los pensadores conservadores la sátira (y sobre todo la sátira invectiva) debería estar fuera de los límites de la libertad de expresión, porque ven en ello chispazos contra el orden y motivo de injurias. Pero veamos los argumentos de los límites a la libertad de expresión. El argumento central está basado en los principios de Feinberg, que básicamente pone el límite en los actos de ofensa e injuria. Así las cosas, como la sátira puede ser ácida, la pregunta sobre los límites de la libertad de expresión se traduce a la pregunta por los límites entre la injuria personal y la sátira invectiva. El límite se encuentra entre lo público y lo privado. La sátira se concentra en la actuación pública del personaje en cuestión, y se mete poco en sus asuntos privados. No es fácil está división porque puede haber rasgos aparentemente privados con efectos públicos, por ejemplo, el alcoholismo de Felipe Calderón era un rasgo privado, pero puede tener consecuencias públicas, y por ello hacerse objeto de la sátira. En el caso que nos ocupa, revisé algunos de los mensajes de Rolando, y veo sobre todo diatribas a la actuación pública del maestro Antonio Guzmán, es decir, su actuación en tanto que Rector. “Rector” es la investidura de un funcionario público. Y el objeto de su crítica es la manera de administrar y conducir su gobierno institucional. Incluso el apodo que le puso, fue por motivo de que el maestro Guzmán en una de sus campañas políticas repartió tortas entre los profesores, es decir, al apodo aduce a un asunto público: la crítica a una práctica política conocida como ‘clientelar’. Lo que observamos, por tanto, es que no se aplica el articulo 47 de la LFT, en el sentido de injurias; porque ahí se entiende que se trata de injurias personales, y aquí se trata de críticas ácidas y burlescas pero de una función pública. Así las cosas, en suma, estamos ante una sátira de invectiva que está protegida por la libertad de expresión. Que nos guste o no (a mí no me gusta) la manera cómo el citado profesor hace uso de su libertad, es otra cosa. El que no me guste, no elimina su derecho a ejercerla. Otro elemento: la UAZ tiene instancias para dirimir estas diferencias, como el Tribunal Universitario, y la autoridad debe poner la muestra haciendo uso de ellos. Ojalá y todo se resuelva prontísimo: una huelga de hambre es cosa seria. Y la libertad debemos conservarla.

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